Fermin Gongeta: “He intentado liberar a Pasionaria del secuestro al que ha sido sometida”

El 14 de abril, con ocasión o, quizá mejor, con la excusa de la conmemoración del Día de la República, Fermin Gongeta y Periko Solabarria, autor y prologuista, respectivamente, de La hija Artillero, presentarán en la librería Elkar de Pamplona (A.M. Larraona, edificio Golem) esta novela que tiene como protagonista a Dolores Ibarruri, Pasionaria. La obra ha sido presentada, y con notable éxito, en distintas localidades, pero, desde que vio la luz en la primavera pasada, Gongeta ha demostrado un interés especial por hacerlo en Iruñea, entre otras cosas, porque uno de los personajes de la misma es el navarro Jesús Monzón, con quien Pasionaria mantuvo una especial sintonía.

¿Cuándo “descubrió” usted a Dolores Ibarruri?
Antes de descubrir a Dolores, conocí Meatzaldea, la zona minera de Bizkaia, conocí mineros y mujeres de mineros. Antes había conocido, lógicamente, a mi padre, que, como tantos otros, salió del caserío para trabajar de picapedrero en las canteras de Arlaban, en Barakaldo, y luego fue contratado como peón en Altos Hornos. Posiblemente porque uno descubre lo que busca y conoce lo que desea, a ella, a Dolores, empecé a conocerla cuando me encontraba ya en el exilio, a través de su autobiografía El único camino, editada en París en 1962, con una tirada de 200 ejemplares. En mi opinión, es lo mejor que se ha escrito sobre ella, aunque también el de Sorel es un gran libro.

¿Por qué una novela sobre Pasionaria?
Yo empecé a escribir hacia el año 98. Escribo algunas historias, las encuaderno y dejo que se llenen de polvo. Las leen un par de amigos y también en casa. Es en casa donde me animan a escribir sobre un personaje histórico, porque la lectura puede enganchar más, me dicen. Y entonces releo El único camino. Pienso que es mucha la gente que, como Pasionaria, ha seguido su único camino posible, personal, en la lucha contra el abuso de poder, y ha tenido la misma necesidad de expresar su rebeldía. Es, pues, una historia que puede enganchar. Sin embargo, encuentro que El único camino es un libro denso, y entonces me propongo escribir algo que no cueste tanto leer, algo con una música que encante al lector, como encantaban las narraciones que nuestros antepasados contaban junto al fuego del caserío, tal como lo hizo en Gallarta Antonio El Artillero, el padre de Dolores. No estoy seguro de haberlo conseguido, pero, desde luego, lo he intentado.

¿Ha sentido la necesidad de reivindicar la memoria de la protagonista?
¿Reivindicarla? Lo que he intentado ha sido liberarla del secuestro al que considero que la tenían sometida, no sólo la derecha española o también los nacionalistas, sino incluso sus propios compañeros del Partido Comunista, que la habían mitificado… para desprenderse de ella. Sencillamente, he querido hacerla mía, nuestra, plenamente vasca y defensora acérrima de lo nuestro, no de quienes nos han oprimido y continúan haciéndolo.

Precisamente una de las cosas que quizá más llame la atención del lector es que usted presenta un retrato de una Pasionaria no sólo “plenamente vasca”, sino también, digamos, “vasquista”.
Al respecto, sólo unas pinceladas. La primera, el arranque de su autobiografía: “De las tres provincias que constituyen lo que hoy se llama Euzkadi, y ayer Euzkalerría, es Vizcaya la más nombrada… La fama de Vizcaya viene de ella misma. De su pueblo sin fecha de origen ni genealogía determinadas. Viene de su idioma no emparentado con ninguno de los conocidos. De sus hombres, emprendedores, duros, sufridos, forjados a cincel, en lucha permanente con una tierra áspera, que resiste al arado de madera, que sólo admite la férrea laya; con un mar indómito y borrascoso -preñado de traicioneras galernas- cuyo húmedo aliento cubre de lluvias y nieblas permanentes los montes y valles de la Vasconia milenaria”. La segunda pincelada puede ser que, en 1923, coincidiendo con el inicio de la dictadura de Primo de Rivera, Dolores da a luz trillizas, a las que nombra Amagoya, Amaya y Azucena. Dolores no conocía, al menos de primera mano, Amaya, la novela de Navarro Villoslada. No, antes del año 23, Amaya no estaba en las bibliotecas socialistas de Gallarta o La Arboleda. Pero debía conocer la historia, probablemente a través de su padre El Artillero, del mismo modo que conocía la leyenda de Aitor o la canción de Altabizkar. Ella misma nos lo cuenta: “(Tras la desamortización de Madoz y la invasión de propiedades mineras) dejaron de oírse zortzikos y vascas canciones que hablaban de añoranzas milenarias, de guerras, de héroes legendarios, de libertad. Ya no se asomaba el Echecojauna, como en la canción de Altabizkar, a la puerta del hogar solariego a llamar con su cuerno de guerra a los vascones a defender la tierra invadida por extranjeros. Ahora, invitaba a éstos a entrar en su casa…”. Termino con una pincelada más: jueves, 1 de octubre de 1936, Congreso de los diputados; tras el discurso de Aguirre, Dolores grita: “¡Viva el Estatuto vasco!”. ¿Abertzalismo? Tal vez mayor que el de algunos partidos actualmente.

¿Adelantada del feminismo?
Sin duda. Con 33 años, había tenido seis hijos de los que únicamente le vivían dos. “Peor que ser minero es ser mujer de minero”, decía con frecuencia. ¿Se puede tener mejor razón para la lucha que emprendió por la liberación de la mujer? Su contacto es permanente con Irene Falcón, Margarita Nelken, Clara Campoamor, Encarnación Fuyola, Emilia Torregrosa y la lista interminable de mujeres de Somorrostro, Gallarta y de toda la zona minera con quienes luchó. Si para algo se sirvió del hecho de pertenecer al buró político del partido, fue para desarrollar su labor en el Movimiento Mundial de las Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, luego Unión de Mujeres Antifascistas.

Otro aspecto que destaca en la novela es su decidida apuesta por la unión para hacer frente al fascismo creciente…
Esa idea es fundamental en su actividad política. La defendió en Málaga, para conseguir el puesto de diputado para Cayetano Bolívar, y también en Asturias, enfrentándose a los miembros del propio buró del PC.

Usted ha presentado esta novela sobre todo en la Margen Izquierda y la Zona Minera; también en Asturias, íntimamente ligada a la biografía de Pasionaria. ¿Cree que su memoria está más viva de lo que parece o que la novela está propiciando un “redescubrimiento” de su figura?
No creo que su memoria esté especialmente viva y la novela quizá sí esté propiciando un redescubrimiento de su figura… allá donde se la conoce. Yo creo que una de las razones por las que la novela interesa es que narra un período de su vida, desde que con apenas quince años participa activamente en la gran huelga de 1910 hasta la caída de Madrid, que otros autores, sean del PC o de la derecha española, resuelven en 10 o 15 páginas y a base de ideas que yo considero tópicas, como que cambió su fe católica por la fe en el socialismo.

Desde que La hija del Artillero vio la luz, usted ha tenido especial interés por presentarla en Pamplona. ¿Qué relación tuvo Pasionaria con Navarra?
No soy un erudito sobre lo que pasó en Navarra con el Estatuto. Para quienes quieran profundizar en ello, ahí están los trabajos de Jimeno Jurío, Olabarri Gortazar y seguramente otros que no conozco. De lo que no me cabe duda es de que Dolores Ibarruri vivió todo aquello muy de cerca. En la novela, me he limitado a aprovechar la circunstancia para contradecir el papel que se ha asignado a Navarra en la lucha contra la dictadura. ¿Por qué somos más beligerantes con los amigos que con los enemigos? Aparte de eso, una de las cosas que más me sorprende en la vida de Dolores es su contacto con el navarro Jesús Monzón, Sito. La propia Pasionaria da cuenta de dos momentos fundamentales. El primero, cuando, en junio del 36, a un mes del golpe militar, acompaña a Monzón, que había llegado a Madrid como representante del Frente Popular navarro, a ver al presidente del Gobierno, Casares Quiroga, e informarle de que estaban entrando armas por Bera para quienes preparaban la sublevación. Casares Quiroga ignoró el aviso. El segundo momento tiene lugar con la guerra ya perdida, cuando se disponen a subir a los aviones que les llevarán al exilio. Monzón, entonces secretario general del Ministerio de Defensa, en lugar de subir al avión del presidente, decide acompañar a Dolores en el pequeño dragón. ¿Por qué se dirigió a Dolores en los momentos trascendentales? Con seguridad, porque mantenía con ella una sintonía política y personal que no tenía con los demás miembros de la cúpula del partido. Hay que tener en cuenta que allí había hombres importantes, ministrables, y, sin embargo, Monzón decidió acercase a aquella mujer. ¡Hay que ser muy inteligente para eso!

En la presentación de Iruñea estará acompañado, una vez más, por Periko Solabarria, que ha sido su cómplice en esta aventura.
Periko se ordenó sacerdote en 1954 y fue destinado a La Arboleda. En 1966, año en el que me ordené yo, pasó a Barakaldo, mi pueblo. Como otros curas de mi generación, con el ejemplo de Periko siempre presente, participé en el movimiento Gogor, hasta que en 1969 renuncié a sacerdocio y fe, y partí para el exilio. Periko y yo estuvimos casi cuarenta años sin vernos. Cuando escribí la novela, se la di a leer. Le entusiasmó y aceptó escribir el prólogo. Que la novela le gustase e incluso le emocionase me convenció de que estaba preparada para un público sensible.

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