El juicio del tiempo

Irene NemirovskyEn sus novelas, retratando a unos pocos personajes, Irène Némirovsky (1903-1942) radiografiaba a toda la sociedad de su tiempo. La vida privada de la autora de origen judío también se lee como una crónica dramática del siglo XX, y todas sus fases pueden vincularse con la literatura. En la huida de San Petersburgo, durante la revolución rusa (su padre era banquero), se refugió en Wilde y Maupassant para soportar el año que pasó escondida junto a su familia en Moscú. Ya asentada en París, empezó a escribir sus primeros relatos, periscopios introducidos en el comedor de veraneantes adinerados en la costa vasca. Si en su primera novela, El malentendido (1926) desnuda las preocupaciones de las familias burguesas, en David Golder, la obra que a sus 26 años la consagró, vuelve la mirada escrutadora hacia sus padres, convertidos en arquetipos del magnate ambicioso y la esposa egocéntrica. Entre ambas, escribió El niño prodigio, una predicción sobre el carácter efímero del éxito, y su reverso, el adolescente que se venga de los adultos, en El baile (el libro que enamoró a Eider Rodriguez, que la tradujo al euskera). Cuando emprendió el regreso literario a la tierra de su infancia, narrando con su prosa elegante y precisa el exilio (Nieve en otoño) y el desarraigo en la Rusia zarista (El caso Kurílov) o Ucrania (Los perros y los lobos), el New York Times ya la había nombrado sucesora de Dostoievsky por su perspicacia para analizar y transmitir la psicología de sus personajes. Lo único que escapó a su clarividencia, quizá por su condición laica, fue el peligro de su situación. En 1938, con el nazismo acechante, solicitó a Francia la nacionalidad, pero fue rechazada. En ese contexto de desesperación creciente nace Suite francesa, heredera de Tolstói, que describe el desmoronamiento de su país de adopción (o de sus apariencias). Escrita en directo, sin la perspectiva del tiempo ni de la distancia, pudo completar dos de las cinco partes proyectadas. Más revelador que cualquier tratado literario es imaginar una vehemente Némirovsky rellenando cuartillas, cuando sabe que ya no le queda tiempo. No es menos literaria la fuga, tras la desaparición de la narradora y su marido en Auschwitz, de sus dos hijas de corta edad, que deambularon por Europa con un manuscrito que no se atrevieron a leer, creyendo que era un diario, hasta 50 años después. En 2004 la publicación de Suite francesa devolvió la mirada vidriosa de Némirovsky a los lectores y al mosaico de nuestra historia.

 

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