La vuelta a Euskal Herria en tren – Las mil facetas de un país
Los trenes son mágicos. Su avance pausado y su rítmico traqueteo convierten cualquier desplazamiento en toda una aventura cargada de romanticismo. Los grandes viajes de las novelas siempre tienen como escenario los pasillos de un tren. Y en estos tiempos donde tanto se valora la rapidez, esta vuelta real a nuestro país utilizando sus servicios ferroviarios abre las ventanillas a una nueva visión del viaje. Es como un billete que te invita a descubrir nuevas experiencias, a disfrutar de rincones paisajísticos escondidos, a encontrar encantadores pueblos apartados del asfalto y a un paso de casa.
Descubrir Euskal Herria en tren es todo un reto, una aventura, cercana pero apasionante, que nos regala mil facetas sorprendentes de lo que creíamos conocer. Nuestro país es un continente en miniatura y lo recorreremos de estación en estación. Comenzar el viaje en la costa, utilizando la línea que une Donostia con Bilbao, es descubrir un mundo pintado de verde y azul, de burros, ovejas y cabras que, acostumbrados al paso del tren, pastan sin sobresaltarse en colinas cubiertas por una mullida alfombra de hierba y de camino de hierro que entre Zumaia y Deba se acerca al flysch, un extraordinario fenómeno geológico que atrae a estudiosos de todo el mundo.
Y la mirada se desliza por las aguas de rías de ensueño, como la de Deba, con sus txalupas balanceándose al ritmo de la corriente. O se pierde en el desorden urbano de Eibar y Ermua antes de adentrarnos en el sosiego del Duranguesado, con sus caseríos centenarios y montañas de apariencia inexpugnable.
Si el sabor salobre ha sido escaso, siempre podremos, una vez llegados a Amorebieta tomar la línea hacia Bermeo, un tren de saludos, egunon eta agur, donde todos se conocen, como en las tascas de los pueblos. Con él nos adentramos pausadamente en el estuario y los carrizales de la reserva de la Biosfera de Urdaibai para disfrutar de los bancos de arena que dibujan hermosos cuadros abstractos y los vuelos arriesgados de los cormoranes. No es la única opción de asomarnos al Cantábrico. El metro de Bilbao nos acerca diligente hasta Plentzia, al borde del mar, tras haber recorrido las tripas de la capital en sus largas y raudas orugas acristaladas.
Abandonamos la costa. La ascensión a la meseta no es menos espectacular. Los grandes contrafuertes rocosos del circo de Delika dibujan un escenario de leyenda mientras nos dejamos seducir por el suave traqueteo de la línea de Bilbao a Tutera. Superado el desnivel, pueblecitos solitarios son la única compañía en el camino hacia las tierras fronterizas del Ebro, en las que la historia se hace presente mediante fortalezas y villas amuralladas entre campos de cereal y viñedos. En el camino de Tutera a Iruñea, otro camino de hierro, otro destino, las verdes huertas de la Ribera destacan sobre los paisajes ocres y dorados del sur navarro. Asomados a la ventanilla nos asaltan horizontes inabarcables que acentúan la soledad del viajero.
Y desde Iruñea rumbo al norte, retornamos a Donostia, una vuelta de tuerca más para el paisaje. Quedamos embelesados en los paisajes de la Sakana, un magnífico desfiladero natural entre las sierras de Andia y Urbasa a un lado y Aralar al otro. Han cambiado nuevamente los colores de nuestra paleta de dibujo, la acuarela retorna al tono verdoso, color en el que insiste el Goierri, que aún recuerda los días en los que era este el tren de los mercados y ferias, el que usaban los baserritarras para llevar a las calles sus productos. El Topo, el tren que pasa la muga entre Irun y Hendaia, también sabe de historia ya que ha sido cómplice de multitud de entrañables historias de contrabando y extraperlo. Nos asomamos de nuevo a la costa, a las silenciosas orillas de Txingudi, que se plasman a través del cristal como un bálsamo rejuvenecedor. A partir de aquí los contrastes se acentúan. Un rápido TGV nos acerca a Baiona donde un viejo convoy se adentra en el valle del Errobi con un escenario rural tras las ciudades-balneario de Lapurdi: incontables caseríos pintan una composición de mil y un colores que vuelve a hacernos soñar a través de la mágica ventanilla del tren. Kanbo, Bidarrai… y Donibane Garazi, estación final.
Ibón Martín es periodista y autor de varias guías de viajes y senderismo. Colaborador habitual en programas de radio y televisión, apasionado por los viajes en tren, ha recorrido Europa en más de diez ocasiones con el InterRail.
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