Luis Jiménez de Aberasturi: “Estoy seguro de que habrá gente que encuentre el modo de seguir navegando por el mar de los vascos”

Luis Jimenez de Aberasturi acaba de publicar EL MAR DE LOS VASCOS, cuya lectura nos embarca en una ruta por nuestra historia, indisolublemente ligada al mar, desde los orígenes de la navegación y las influencias de los maestros vikingos hasta prácticamente nuestros días.

Puede decirse que su último libro es poco menos que una síntesis de la historia marítima vasca…
Más que una síntesis, yo diría que es un mosaico de temas, ordenados más o menos cronológicamente, sí, pero un mosaico de temas, de manera que el lector que esté interesado, por ejemplo, en las pesquerías de ballena y bacalao en Terranova pueda ir directamente al capítulo correspondiente; y otro tanto el interesado, por poner otro ejemplo, en los corsarios. La historia marítima vasca es de tal magnitud que sería pretencioso por mi parte intentar abarcarla en un libro de estas características, por muy sintética y amena que fuera la forma elegida para hacerlo. Mi pretensión ha sido introducir al lector en el mundo del mar y mostrarle cómo los habitantes de la que en principio era la parte más pobre de nuestra tierra han sido capaces de salir adelante, dominando los inconvenientes. Es una constatación de que hemos tenido, y tenemos, gente con capacidad de emprender y de tomar el “rumbo de los audaces”.

¿Cuándo empezaron a navegar los vascos?
Sabemos que los habitantes prehistóricos de esta parte del planeta ya pescaban, pero todo apunta a que lo hacían en los estuarios o en el mismo litoral. No nos consta que dispusieran de embarcaciones, y mucho menos de embarcaciones capaces de navegar en mar abierto.

¿Qué influencia tuvieron los vikingos?
El contacto de los vikingos con los vascos no fue puramente circunstancial, no fueron simplemente unos ladrones del mar que protagonizaron una serie de razias en la costa y regresaron a sus puertos de origen en Escandinavia. Los vikingos empezaron a “visitar” Baiona en 842, la ocuparon en 884 y sus asentamientos en la zona perduraron hasta el año 982. En ese largo siglo, algo debieron de aprender los vascos sobre construcción de barcos y navegación. Eso y, más tarde, sus relaciones comerciales con la Liga Hanseática hicieron que, ya en la Baja Edad Media, se constituyeran en una auténtica potencia naval. Bizkaia y Gipuzkoa, que tienen madera, hierro, tecnología y las mejores tripulaciones, son la columna vertebral de la armada de Castilla, primero, en el Mediterráneo y, después, tras el Descubrimiento de América, a través del Atlántico. Baiona, a pesar de los inconvenientes de su barra, sería un puerto comercial destacado, mientras que Donibane Lohizune y Ziburu, poco a poco, comenzarían a destacar por su actividad pesquera.

¿Llegaron los vascos a América antes que Colón?
Como explico en el libro, si lo hicieron, no hay ninguna prueba rotunda al respecto. Se trata de un mito que, por cierto, ni han creado ni han alimentado los vascos. Los primeros europeos que llegaron al continente americano fueron, sin duda, los vikingos. Pero la polémica no tiene mucho sentido, porque quien llegó, regresó y, por tanto, estableció la ruta que permitió la posterior conquista y colonización, para bien y para mal, fue Colón. Pero, ¿pudieron haber llegado antes los vascos? Sí, ¿por qué no? Y, entonces, ¿por qué no lo dijeron?, ¿por qué no existen pruebas documentales? Pues porque, si llegaron, lo hicieron en busca de la ballena y el bacalao, y nadie va diciendo por ahí dónde está su mina de oro. De hecho, en cuanto los ingleses y los holandeses se enteraron del negocio que representaban las pesquerías de Terranova, no cejaron hasta terminar expulsando de ellas a los vascos. Es decir, si hubieran llegado antes, callar al respecto hubiese sido lo más lógico del mundo, porque ellos no fueron a conquistar ni a colonizar nada, sino a pescar.

Usted afirma que el bacalao fue más importante que la ballena, ¿por qué?
La pesca de la ballena, con toda su épica, ha dejado una huella mucho más profunda en nuestro imaginario, pero, desde el punto de vista económico, el bacalao ha sido más lucrativo, entre otras cosas, porque su explotación se prolongó mucho más en el tiempo. Bacon escribió: “Las pesquerías del bacalao son tan provechosas como todas las minas del Perú”. Saque el lector sus conclusiones.

No es extraño, pues, que el Reino Unido y los Países Bajos no sólo quisieran su parte del pastel, sino que no cejaran hasta arrebatárselo completamente a los vascos…
Efectivamente. Primero, contrataron a vascos para que les enseñasen a pescar ballenas, pues ellos no sabían. Y, tan pronto como aprendieron el oficio, no sólo los despidieron, sino que terminaron expulsándolos de sus caladeros tradicionales de Terranova y el Labrador. La Corona francesa sí defendió a los laburdinos, pero la española abandonó a guipuzcoanos y vizcaínos a su suerte. En realidad, los vascos de este lado del Bidasoa terminaron pagando caro eso de ser el brazo naval de aquel imperio en el que no se ponía el sol. El desastre de la Armada Invencible, por ejemplo, fue demoledor para la economía de armadores y marinos de la flota vasca, pero mucho más lo fue que la Corona, con cierta frecuencia, no pagara los gastos ni las indemnizaciones. Los reyes españoles requisaban barcos y tripulaciones, llegando al extremo de que la flota de Terranova no pudo salir a pescar por no tener con qué. Es paradigmático el caso de Elcano, que se convirtió en prófugo de la justicia por vender su barco a extranjeros, cosa que estaba prohibida. Y se vio obligado a venderlo porque la Corona no le pagaba lo que le adeudaba. Incluso después de que diera la vuelta al mundo, lo colmaron de honores, pero siguieron sin abonarle un solo ducado.

¿Cómo fueron las relaciones en las pesquerías transatlánticas entre los vascos de uno y otro lado del Bidasoa?
Hubo de todo. Es verdad que hubo buena vecindad, incluso en momentos en los que las coronas de Francia y España, a pesar de estar enfrentadas, permitían concordias entre los puertos de un lado y otro del Bidasoa. Pero también lo es que lucharon encarnizadamente entre sí. Lo que permanecería, a pesar de los constantes enfrentamientos entre los reinos, fue la afinidad de costumbre y tradiciones, y, sobre todo, la lengua común. Digamos que eran hermanos separados por la política de dos reinos y, cuando las cosas se ponían feas, cada uno se alineaba con el suyo, los laburdinos con el de Francia y los vizcaínos y los guipuzcoanos con el de España. Son numerosos los ejemplos de enfrentamientos sangrientos entre unos y otros, pero, sin duda, el más terrible debió de ser el de la guerra de corso que se hicieron mutuamente en el marco del conflicto hispano-francés que tuvo lugar entre 1552 y 1555. En aquella ocasión, los laburdinos llevaron la peor parte, hasta el punto de que, incluso cuando se dio el conflicto por terminado, no pudieron salir a pescar a Terranova, porque no tenían con qué.

Precisamente, dedica un extenso capítulo del libro al corso… y también a la piratería…
Entre los vascos ha habido sobre todo corsarios, muchos corsarios. Por razones históricas, pero sospecho que también por cuestión de carácter. Decía Marx que con los alemanes no se podía hacer ninguna revolución porque, en cuanto llegasen a una estación de tren, lo primero que harían sería pedir el billete. Yo creo que con los vascos pasa algo parecido: hacerse con los bienes ajenos, sí, pero con la correspondiente patente de corso, o sea, legalmente. Hay que tener en cuenta que el corso era una actividad totalmente legal… había inversores, seguros… cédulas reales que regulaban la actividad… El corso movió mucho dinero. Cuando uno pasea por Ziburu, Donibane Lohizune, Pasai Donibane o Getaria, y ve esos impresionantes edificios, debe pensar que se levantaron gracias al dinero de la ballena y el bacalao, pero también del corso.

¿Y piratas?
Los hubo, por supuesto, pero menos que corsarios. El más conocido de la edad de oro de la piratería, la del Caribe, la de la mítica isla de la Tortuga, es, sin duda, Michel Le Basque. Fue socio de El Olonés en operaciones como la del saqueo de Maracaibo. El Olonés se hizo célebre por su extrema crueldad y su odio a los españoles, y Michel Le Basque no debía de irle a la zaga. De hecho, algunos cronistas les imputan los mismos hechos indistintamente. Pero el pirata más atractivo, el pirata romántico por excelencia, es Jean Laffite. Es, además de pirata y esclavista, un héroe de la independencia de Estados Unidos, por su participación decisiva en la defensa de Nueva Orleans contra los británicos; es también el impulsor de una especie de reino autónomo ácrata… puede incluso que llegase a financiar la publicación del Manifiesto Comunista… y, sobre todo, es un hombre capaz de tejer una leyenda en torno a sí mismo, incluso sobre su lugar de nacimiento.

Dicen que la primera bandera negra que ondeó en América fue la que levantó Lope de Aguirre, a quien también ha hecho usted un hueco en el libro…
Lope de Aguirre es el precursor de las independencias americanas, y no lo digo yo, lo dijo Simón Bolívar. Sus cartas a Felipe II son un ejemplo de diplomacia vasca: primero le sacude al rey, a quien tiene la osadía de tutearle, y, después, a la Iglesia. A Aguirre lo cito dentro de un capítulo dedicado a una serie de hombres de mar vascos. A alguno le sorprenderá que, además de a personajes fundamentales, como Elcano o Urdaneta, incluya a otros, como Lope de Aguirre, pero es mi propia selección. Lope de Aguirre capitaneó una expedición que navegó por el Amazonas a lo largo de más de 7.000 kilómetros, una hazaña náutica que no creo que se haya vuelto a repetir. A Benjamín de Tudela o Francisco de Xabier, por ejemplo, también los he incluido porque navegaron más que algunos de los considerados grandes marinos profesionales, sobre todo porque al dejar por escrito sus viajes abren rutas; y a Ramón de la Sota, porque fue capaz de crear todo un imperio naviero en el siglo XX, imperio que, por cierto, perdió fundamentalmente por permanecer fiel a la República.

Usted hace hincapié en más de una ocasión la capacidad que demuestran los vascos para sobreponerse a las dificultades…
En efecto. Por ejemplo, a principios del siglo XVIII, los expulsan de sus pesquerías tradicionales, pero, como saben curar y secar el bacalao como nadie, son capaces de comprarles el producto a sus enemigos y seguir comercializándolo con ventaja; o, por poner otro ejemplo, ya del siglo XX, en plena crisis pesquera y a pesar de que muchos de sus barcos son inapropiados, se arriesgan a regresar a los caladeros de Terranova de los que habían sido expulsados siglos antes, tienen éxito y construyen una flota nueva espléndida. Precisamente el subtítulo del libro, Rumbo de audaces, quiere ser un reconocimiento a los emprendedores, a la gente de nuestra tierra capaz de sobreponerse a todo tipo de dificultades. En la actualidad, el panorama es muy sombrío y, sin embargo, estoy seguro de que tenemos una buena cantera de emprendedores capaces de seguir navegando desde y por el mar de los vascos.

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