La mujer en la cueva – Francisco Letamendia, Ortzi
Paco Letamendia, Ortzi: “La novela está dirigida a lectores sin prejuicios,
que gusten del género negro e intereados en este país”
Ane Goikoa, la mujer de Ramón Zubía, senador de la izquierda independentista vasca, ha sido secuestrada por un grupo desconocido. Jean Hutsa, francés de origen vasco, emparentado con la víctima, es reclamado para que haga labores de intermediación. Éste es el punto de partida de La mujer en la cueva, una novela negra ambientada apenas un mes antes del comienzo oficial de las actividades de los GAL, en 1983. Francisco Letamendia, Ortzi, ha hecho un paréntesis en el cultivo del ensayo, dentro del ámbito de la Ciencia Política que le es propio, para realizar esta sugerente incursión en la literatura de ficción.
¿Con qué se va a encontrar el lector o la lectora que se acerque a La mujer en la cueva?
Espero que con lo que yo he pretendido hacer: una novela que le entretenga, que le atrape en su trama, con unos personajes con cuyas experiencias pueda vivir mientras la lee.Por supuesto, con una novela negra, en la que, como en los clásicos del género, hay crímenes sobrenadando en la corrupción y bestialidad policiales. De eso ha habido mucho en este país, y sería una lástima desperdiciarlo como materia prima novelística. Así pues, y como digo en el prólogo, se encontrará con “secuestros, asesinatos, corrupciones policiales, intriga, distintos misterios dentro de un enigma, suplicios sádicos y hasta un poco, apur bat, de pornografía”. También espero que se encuentre con cosas que descubrirá él o ella misma, de las que yo no tenía ni idea de que estuvieran ahí. En ese sentido, he tenido ya alguna experiencia de ese tipo con personas que la han leído. Pero eso ocurrirá si la novela realmente funciona, claro, cosa que el autor no puede saber de antemano, máxime si, como yo, es un amateur primerizo de 68 años.
Prefiere considerarla más como una novela negra que como un thriller político, ¿por qué?
Eso es una boutade escrita en el prólogo en clave de humor, un elemento éste, el humor, que, por otra parte, revolotea sobre toda la novela. Por supuesto que tiene mucho de novela política. En realidad, todas las novelas negras, que describen crímenes y hacen críticas corrosivas de los ejecutores de la violencia estatal, lo son. Pero esa afirmación tiene un punto de verdad, en el sentido de que no es una novela de tesis o “con mensaje”, como antes se decía; lo que pretende es ser una creación literaria. El hilo que enhebra la trama es el de un doble amour fou, las historias paralelas de dos hombres que se culpan a sí mismos de algo terrible que les ha ocurrido a sus respectivas compañeras. Es sobre todo la obsesión por redimirse del protagonista, Jon Hutsa, mediador y hombre fronterizo por su condición de parisino con un lejano origen vasco, el revulsivo que va a ir desencadenando la trama y frente a quien todos los personajes van a verse forzados a actuar y a discursear sobre los motivos de su acción. Los personajes femeninos, Helène, Ane Goikoa, las madres de Jon Hutsa y de Ramón Zubía, tienen, por esa y por otras razones, gran importancia en la novela. Por cierto que el hecho de que la novela esté escrita en primera persona por un hombre de formación monofrancesa explica que la toponimia empleada no sea euskaldun, y que aparezcan términos lógicos en Jon Hutsa, pero que yo nunca emplearía, tales como “vasco-españoles” y “vasco-franceses”.
Usted fue parlamentario en Madrid más o menos en la misma época en que está ambientada la novela. Parece inevitable que los lectores establezcan un cierto paralelismo entre su propia biografía y la de uno de los protagonistas principales, Ramón Zubía. ¿Hasta qué punto es así?
He comprobado que, contrariamente a los ensayos, que uno controla y en los que sabe lo que quiere decir, aquí pasa al revés: sentimientos y obsesiones que tienes dentro van tomando forma en tramas y personajes que se van coordinando ellos solos y actúan por su cuenta. Finalmente, es la novela la que te escribe a ti, en vez de ser tú quien la escribe a ella. Con ello quiero decir que, como me imagino que pasa con todos los novelistas, hay cosas de mí en todos los principales personajes, hasta en los más tenebrosos, pero ninguno soy yo. Eso se aplica a Ramón Zubía, que se ha apropiado de bastantes datos autobiográficos y sentimientos míos porque sin duda querían salir, pero que yo mezclo con muchos otros datos inventados, dando como resultado a un personaje con reacciones que yo, Paco Letamendia, nunca hubiera tenido.
Es una novela y, por tanto, ficción; queda claro. Y, sin embargo, se trata de una ficción extremadamente pegada a la realidad. ¿El lector “puede estar tranquilo” o, como sugiere en el último párrafo del prólogo, “quizá no”?
La novela tiene lugar en 1983, en doce días del mes anterior al comienzo de las actividades de los GAL, fenómeno que no se describe, pero cuyo (imaginado) huevo inicial de la serpiente se contempla como a través de una rendija. Discurre, pues, en un momento fuerte del conflicto vasco, con las dos violencias funcionando, o preparándose para funcionar, a todo trapo. Los datos del contexto histórico son en efecto exactos; de algo tenía que servir haberme pasado toda la vida académica historiándolos y analizándolos. Pero la trama concreta de la novela es enteramente ficticia, y, junto a personajes con vagos (y recreados) referentes, hay otros enteramente imaginados: hablo de Beñat, José el gitano, Jonás, Cognac… No es, pues, una novela-reportaje, y no tiene sentido reprocharle su falta de veracidad. La crítica tendría que basarse en otros dos criterios, su verosimilitud literaria y su posibilidad hipotética política. Espero no haberlos transgredido. En cuanto a la interrogación con que termina el prólogo, es un artificio literario escrito una vez más en clave de humor; pero también la expresión del deseo de que no vuelva a reproducirse tal contexto.
¿Ha escrito La mujer en la cueva pensando en algún tipo de lector concreto? ¿Cree que puede disgustar a algún sector político o social?
Pienso en un lector o lectora sin prejuicios a quien le guste el género negro y, en general, las novelas entretenidas con una trama que engancha; un lector o lectora que sienta también cierta curiosidad por este país nuestro, por sus costumbres, su gastronomía, su mitología o sus paisajes urbanos y rurales, elementos todos ellos que tienen una presencia importante en La mujer en la cueva. ¿A quién puede disgustar? Tal vez a quien tenga la visión maniquea de que en el océano del sufrimiento de este país no ha habido más que un continente del dolor con un tipo único de víctimas, y que reaccione con fanatismo ante quien le muestre el otro continente. Por otra parte, como la trama no es nada apologética de la izquierda abertzale de ese período (lo que, por otra parte, desvirtuaría toda novela negra que se preciara de tal nombre), hace años pudiera haber habido reacciones de incomodidad en sectores de ese mundo. Pero yo creo que en la actualidad eso ya no es posible.
En el actual momento político, la pugna por la memoria y el relato ha adquirido una posición central. ¿Qué papel cree que puede jugar la ficción y, en concreto, su novela en esta pugna?
Mi novela es un relato de ficción, por decirlo así, sobre la cara oculta, u ocultada, de la luna. Pero no rehúye tratar la otra, y archiconocida, violencia, la de ETA. Finalmente, y hablo ahora como un hombre de 2012, si en algún momento se llega en este país a la reconciliación sostenible, ésta no va a consistir en la imposición de un relato único sobre el conflicto, sino en la coexistencia de relatos diversos doblada del respeto y la tolerancia recíproca de unos y otros por los relatos ajenos. En tal sentido, me gustaría pensar en esta novela de ficción mía (aunque ése no ha sido el móvil para haberla escrito, para eso están los ensayos) como un relato sobre los errores cometidos que aporte un minúsculo grano de arena a la gran masa de esa reconciliación sostenible.
Usted ha destacado fundamentalmente como ensayista en el ámbito académico de la Ciencia Política. Ésta no es, sin embargo, su primera incursión en la literatura de ficción.
No, tres décadas atrás publiqué El chivo expiatorio. Pero desde entonces he leído muchísima más literatura, no sólo negra, y sobre todo he vivido muchas más vicisitudes, lo que me ha permitido conocer mucho mejor el alma humana y a mí mismo, con lo que eso trae de distanciamiento y de sentido del humor. Creo que eso influye en este relato, haciéndolo enteramente distinto de aquél. Por eso pienso que ésta es la primera novela que escribo que merezca tal nombre.
¿Por qué esta nueva incursión, casi tres décadas después? ¿Es esporádica o tiene la sensación de que en adelante va a prodigarse más en la ficción?
Durante estos años he ido acumulando dentro de mí muchos argumentos y conviviendo con los muchos personajes que creaba, los cuales se han ido ordenando por su cuenta por los menos en tres novelas. La mujer en la cueva era la más corta, la que presentaba menos dificultades y, por tanto, la que podía escribir en un período de tiempo más corto. ¿Por qué ahora? Pues porque estoy a punto de jubilarme y en breve podré dedicar un tiempo que hasta ahora no tenía a la creación literaria, la cual me resulta muy gratificante. Como antes he dicho, todos los secretos que quieres guardar se te cuelan en las novelas, lo que no ocurre con los ensayos. Es verdad que eso te deja en una posición vulnerable ante los demás, pero también es verdad que, con los años, el qué dirán te va preocupando afortunadamente cada vez menos.
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