Miqui Otero: “Se leen novelas porque las novelas ordenan y articulan el caos de la vida”
Miqui Otero ha sentido la necesidad de parar. De detenerse en mitad del desconcierto y mirar al mundo desde la diversidad que ofrece una verbena de verano en un pueblo rural. Es un momento y es un lugar en el que coinciden personas que jamás se hubieran encontrado en otros contextos. Son los personajes de Orquesta, un libro coral que logra sujetar el ritmo acelerado de la época colapsada que habitamos y arroja algunas claves para entenderla.
- “No vais a olvidar esta noche jamás”. Es la primera frase. Cuánta fuerza. Los párrafos que le siguen van introduciéndonos poco a poco en lo que será la historia.
El escritor Kingsley Amis, padre de Martin Amis solía decir: “Yo sólo voy a leer novelas que empiecen con la frase `sonó un disparo’”.
Yo le doy muchísima importancia al inicio. Más aún en tiempos como los actuales, en los que hay una sobresaturación de estímulos. Aunque sea con un ritmo pausado, sea como sea, el arranque tiene que prometer algo, no necesariamente relacionado con el argumento. Puede estar relacionado con el estilo o con el tono. Pero tiene que prometer algo para que el lector siga contigo y se anime a pasar las páginas.
- A continuación, presenta con detalle a todos los personajes y logra, sin duda, una lectura activa y atenta.
Quería un mundo poblado, no decir “había mucha gente en la verbena”. Quería un baile de caras, quería generar la ilusión que tú vives en la vida real, cuando llegas a un lugar, y al principio no conoces a todos y hay un momento de confusión y luego los vas individualizando poco a poco a través de algo que cuentan, de un rasgo físico, o de un movimiento. Para mí todo eso era muy importante.
- Y, ¿por qué era importante hablar desde un nosotros colectivo?
Tiene que ver casi con el primer latido de escritura, con lo que a mí me importaba contar esta vez. Yo venía de hacer novelas de iniciación con un personaje protagonista muy fuerte (Simón, Rayos, Hilo musical… ). Lo cogía casi de adolescente, incluso de niño, y lo acompañaba en sus rituales de iniciación, de madurez… Pero había algo que me irritaba de nuestro mundo, en el que estoy yo también dentro y contaminadísimo, y es el hecho de que todo está segregado en burbujas. Generacionales, de gusto, o de lo que sea. Y creo que incluso la literatura se ha contagiado de esto, que cuando se explica una novela, se expone cómo aborda este tema concreto, para etiquetarla muy rápido: “esta novela va de este tema, o intenta plantear este tabú…”. Y, por otro lado, casi con una segmentación de nicho de mercado: “Esta novela es una novela generacional para lectores entre 24 y 27 años, con el pelo verde, y que viven en núcleos urbanos de 150.000 habitantes”.
Desde un punto de vista visceral y quizá un poco infantil, me generaba cierto rechazo, y uno de los primeros impulsos de la novela, que luego trajeron consigo el hecho de ir a una verbena de verano en lo rural, fue plantearme la idea de escribir desde un nosotros que, de alguna manera, reventara estas burbujas. Una novela que fuera ancha, que mostrara la diversidad de la vida. Una novela que planteara un nosotros que no podía ser idealizado, que no podía estar libre de conflicto o de problema. Y necesitaba plantear un lugar, unas horas, para poner al mismo nivel a personajes de todas las edades, de todo tipo, de toda condición, de procedencias distintas. E incluso que convocara a los que no están, a los muertos, o al recuerdo o la memoria de los muertos, y que todos bailaran durante esa verbena. Era uno de los impulsos iniciales, y de ahí en realidad el hecho de irme de Barcelona y colocarme en una verbena rural, porque era el lugar en el que podía hacer eso, no se me ocurrían muchos otros sitios en los que hacer coincidir a personajes de todo tipo durante unas horas, que tuvieran una serie de vínculos muy fuertes, pero que fueran muy distintos entre ellos.
- Y lo cuenta todo con una voz crítica, pero que también tiene mucho de esperanza.
Sí, es una narrativa aparentemente amable pero que es crítica, y que también tiene un punto luminoso. Y esto tiene que ver con cómo ves el mundo. Alguien que se toma la molestia de hacer una novela crítica, incluso con el mundo, no es una persona nihilista. Una novela también es algo que tienes delante siempre, algo a lo que, de pronto, le pones un marco, y cambia. Si al paisaje de tu ventana le pones un marco, ese paisaje cambia, y lo ves más bonito, o más reseñable. Y las novelas a veces son ese marco. Orquesta pone en marco a una serie de personajes anónimos, que probablemente por separado no protagonizarían otra novela, y rescata sus existencias.
- Mira al pasado con cierta nostalgia. Con nostalgia de la buena. En alguna otra entrevista ha dicho que la nostalgia también puede “cribar en positivo”.
Es una mirada al pasado, porque la novela narra una noche de verbena, pero reverbera la verbena de décadas anteriores. Yo soy nostálgico, algo difícil de decir en España, porque a los fascistas se les llama nostálgicos.
En general, existe una mirada al pasado eminentemente nostálgica, con una nostalgia tóxica, que es esta mirada al pasado en la que solo se ve lo bueno, y aparta lo malo y el problema. El pasado no rural es un pasado en el que se penalizaba la diferencia, las disidencias, donde hubo mucha miseria, etc. Una mirada al pasado sin atisbo de crítica es conflictiva, porque el siguiente paso es que quieras instalar ese pasado en el presente. Y esa mirada, que a veces se denomina nostálgica, me preocupa, y no me gusta. Pero hay otra mirada que se denomina nostálgica, y es la que rescata los pequeños heroísmos en momentos en los que ser valiente era más complicado, en los que se detectan otros ritmos de vida, no tan acelerados o no tan ciegos como los actuales, otro tejido de complicidades o de autonomía, o de peculiaridades de un territorio en un mundo. Esa es la mirada que me interesa, y por eso esta novela mira esta misma fiesta en otras décadas, y parece que estas mismas cosas bonitas del pasado casi están pasando hoy.
Es una apuesta muy política, si quieres, más allá de poética, de esta novela. Tenía claro que quería que pasara eso. Y a mí me molesta, o no comparto, la visión de esos nostálgicos que dicen que cualquier pasado fue mejor, pero tampoco la de los que sentencian cualquier mirada al pasado como negativa, y parece que dicen que todo se inventa de cero con cada nuevo día. Esto también me parece peligroso, porque entonces te entregas al progreso y a todos los problemas que conlleva y no rescatas aquello que es rescatable del pasado.
- También es muy interesante el papel que juega la música, su voz, centro de la narración en muchos momentos importantes.
Los versos de canciones me permitían, por un lado, definir cómo se sentían los personajes, expresar cada vibración emocional desde muy de cerca: el deseo de venganza, de existir, de pertenecer… Contar cómo sentía la música cada personaje me permitía estar por fuera y ser como un gas que habita los corrillos y que lo sabe todo, y también me permitía hacer que estos versos funcionaran casi como disparadores de la memoria. Porque a veces la memoria funciona así, a través de un olor, de un sabor, de un gesto. Y, sobre todo, a través de una canción. Me parecía interesante ese ejercicio. La música es el lenguaje común entre todos estos personajes.
- Uno de los personajes dice “Dios existe porque nos lo hemos inventado. Y el Diablo también”. ¿Creer es sobrevivir?
Todo tiene que ver con lo que pasa realmente, y con lo que nos inventamos. Con lo que sucedió en el pasado y con las leyendas. Porque hay cosas que no sucedieron pero que si la gente las explica es como si hubieran sucedido, y existen. Y esto está relacionado con las leyendas de la novela, o con los relatos que cuentan los inmigrantes, las mentiras que utilizan para maquillar sus miserias… En realidad, tiene que ver con una especie de espiritualidad de la necesidad de creer en algo. Y ese algo, en el fondo en la novela es la literatura, sea oral o escrita. Con el hecho de inventarte algo para poder sobrellevarlo, y con los peligros que eso implica, sea Dios, el Diablo o los animales mitológicos. Las leyendas que influyen en el miedo existen porque la gente las cuenta e influencia en sus vidas. No forman parte de la realidad tal cual, pero existen.
Cuando estás estudiando matemáticas en el colegio te dicen que no lo entiendes hasta que sabes explicarlo. Ocurre lo mismo con el mundo. El mundo es muy caótico, no lo entendemos y por eso intentamos contarlo. Por eso se leen novelas, porque las novelas articulan y ordenan el caos de la vida.
Este libro puede ser una reacción a un mundo que va rapidísimo, al que se le han caído por el camino las claves de lectura de ese mundo. No sé si lo hice conscientemente, pero me daba cuenta de que yo estaba intentando contar ese mundo. Detenerlo, detener a la gente en una fiesta, y contar lo que les está pasando.
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