Almudena Grandes: “La resistencia contra el franquismo es la gran olvidada de los libros de texto”
El lector de Julio Verne – Almudena Grandes Tusquets
Sus protagonistas suelen ser mujeres, Inés incluida… hasta ahora. Nino es un niño muy maduro, algunas veces podría ser un hombre: al menos usted le hace plantearse y conjeturar muchas cosas y muy serias. El estudio del personaje es impecable, pero no es una mujer como en el resto de tus obras. ¿Le ha resultado difícil, raro?
Es verdad que, estadísticamente, en mis novelas ha habido más mujeres protagonistas que hombres, pero no es la primera vez que escribo desde una primera persona masculina. Lo hice en “El corazón helado” y en tres relatos de “Estaciones de paso” cuyos protagonistas eran, además, adolescentes, algunos casi niños. Pero nunca me he sentido peor, más incómoda o comprometida por el género de la voz narrativa desde la que escribo. Yo creo que los hombres y las mujeres somos mucho más parecidos de lo que se dice, y puedo elaborar un personaje masculino desde mi propia experiencia interior, y la experiencia exterior de haber estado siempre rodeada de hombres, con la misma naturalidad con la que puedo inventarme mujeres que no se me parecen. De hecho, siempre recuerdo “Los aires difíciles” porque Juan Olmedo, que es un hombre, se me parece mucho más por su carácter, por su temperamento y su manera de entender la vida, que Sara Gómez, que es una mujer.
Nino, sin embargo, es especial. Para mí, el reto de esta novela era su voz, la voz de un niño que cuenta el terror desde dentro y desde fuera, sin saber exactamente por qué pasan las cosas que integran su vida cotidiana, por qué le ha tocado vivir enormidades que ni siquiera es capaz de comprender, pero que le obligan a actuar, a comprometerse casi por instinto. Sólo pude lograrlo deslizando, aquí y allá, indicios que permitieran descubrir al lector que quien habla es un hombre adulto que se recuerda cuando era niño, tal y como se descubre en el epílogo. Ese equilibrio entre lo que sabe y lo que no, entre lo que supo a los nueve años y lo que muchos años después sabe que sabía, ha sido lo más difícil de esta novela. Pero con una niña me habría resultado igual de complicado.
Llaman la atención los motes en algunos de tus personajes: “fingenegocios”, “pesetilla” “carajita” “cuelloduro”, y muchos más. (Sabemos que lo explica al final del libro, en la “Nota de la autora”, pero no todos los lectores leen estas notas…) ¿Han llegado a ti como son o los has inventado?
Yo tengo muchos amigos de Jaén, y siempre he pensado que en ningún otro lugar tienen tanto ingenio, tanta gracia para poner motes. Y en Jaén, como en toda Andalucía, los motes son más eficaces para identificar a la gente que sus propios nombres. Además, los guerrilleros siempre usan nombres de guerra, destinados a esconder su verdadera identidad, y al consultar la bibliografía sobre la guerrilla andaluza, me dí cuenta de que en esta zona se parecían mucho a los motes tradicionales. Por eso pedí ayuda a algunos amigos que habían nacido o se habían criado en pueblos de Jaén, como Los Villares, Úbeda, Alcalá la Real, Villacarrillo… Y en un par de días tuve una lista de motes tan larga que me han sobrado las tres cuartas partes. Excluí de las consultas a mi amigo fuensanteño, Cristino Pérez, quien me contó la historia de la que surgió la novela, para que los habitantes de la auténtica Fuensanta de Martos no se identificaran erróneamente con personajes de ficción. Así, los motes son auténticos, pero no se corresponden con los personajes que los llevan, y que resultan, gracias a ellos, más reales, más verosímiles y consistentes.
Otra vez la recuperación de la memoria. ¿No le parece al menos ingrato que una escritora de ficción tenga que hablar de la verdad por encima de una versión oficial tan admitida?
Sí, eso es cierto. Creo que, a pesar de que la historia del siglo XX es uno de los temas que más ha interesado, y sigue interesando, a los escritores europeos de mi generación, en ningún país se produce un fenómeno semejante al que vivimos en España. Para ser justa, añadiré que no es responsabilidad en ningún caso de los historiadores españoles, que en los últimos años han producido libros muy importantes, que deberían haber bastado para modificar esa “versión oficial” a la que alude su pregunta, y que está sustentada por intereses espúreos, en la medida de que la memoria histórica está bloqueada por una defensa a ultranza de la perfección de la Transición, que a su vez involucra otros intereses… En ese sentido, los escritores actuamos a menudo como altavoces de investigadores cuyos trabajos merecerían una difusión mucho mayor. Es triste pero, al mismo tiempo, quizás la literatura logre fijar el interés de la sociedad española en la memoria de su propio país, y entonces todos saldremos ganando.
“Vivimos en el centro de una guerra que no se va a terminar nunca” lo dice una y otra vez el protagonista de la novela casi una década después de que oficialmente hubiera finalizado la guerra civil. ¿A su juicio se terminó ya aquella guerra definitivamente, o sigue habiendo bandos irreconciliables, esas “dos Españas” que mencionaba Machado?
En 1947 –y en 1948, y en 1949, y así hasta la extinción del franquismo- para muchos españoles, los que optaron por resistir a la dictadura, con las armas en la mano al principio, y con trabajo político después, la guerra no se había terminado, no terminó hasta que su país volvió a ser una democracia. Yo creo que, a partir de ese momento, ninguna persona honesta que viva aquí puede seguir hablando de “dos Españas”, ni de un país partido por la mitad, porque no es cierto. La convivencia entre personas de distintas ideologías no es más difícil ni más violenta aquí que en ningún otro pais europeo. Quienes afirman lo contrario persiguen sus propios fines.
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