Adelanto de la segunda parte de la trilogía “La chanson de los Infanzones” de Begoña Pro Uriarte

La dama del velo
Año de 1191

En el mismo mes de febrero [1191], el rey de Inglaterra envió sus galeras a Nápoles al encuentro de la reina Leonor, su madre, y de Berenguela, hija de Sancho, rey de Navarra, con quien iba a casarse, y de Philip, conde de Flandes, quien venía con ellas. Sin embargo, la madre del rey y la hija del rey de Navarra continuaron hacia Brindisi, donde Margarite, el almirante, y otros súbditos del rey Tancredo, los recibieron con los debidos honores y les mostraron su consideración y respeto. El conde de Flandes, sin embargo, vino a Nápoles, y encontrando allí las galeras del rey de Inglaterra, embarcó hacia Messina y en muchos asuntos siguió el consejo y los deseos del rey de Inglaterra; pero el rey de Francia, enfurecido, lo convenció para que dejara al rey de Inglaterra y regresara a él.

Historia de Inglaterra, Roger de Hoveden.
Traducción: Begoña Pro Uriarte

UN DESTELLO AZUL BRILLÓ EN SUS OJOS cuando completó el nuevo bautismo, en aguas sicilianas, de aquella nave en la que pronto embarcaría con destino a Tierra Santa. Se trataba de una galera majestuosa, de nombre Trenc-the-mere, armada en la proa con un grandioso espolón de bronce. Sin perder tiempo, Ricardo subió a bordo, apreciando cada una de las partes de aquel imponente navío de guerra que contaba con dos filas de remeros y gruesos escudos a ambos lados que protegían a galeotes y soldados durante la batalla. Asintió levemente al examinar su castillo de proa equipado con dardos, flechas y fuego griego; igual que el alcázar de la popa, donde se hospedarían los oficiales.

El rey de Inglaterra dio su visto bueno. La gran nave estaba lista después de haber sido llevada a tierra para examinarla y repararla, igual que las otras cincuenta y dos galeras y los ciento cincuenta
grandes barcos que formaban la flota de Ricardo I. Muchas de esas embarcaciones se habían llenado de gusanos tras haber permanecido fondeadas en el río Del Faro. Y los invertebrados se habían
dado un festín a costa de su madera. Por eso, había sido necesario revisarlas todas.

Ricardo llevaba cinco meses en Messina y solo quedaba un detalle por atajar antes de poner rumbo definitivo hacia Tierra Santa. Saltó a tierra. La mandíbula apretada bajo su barba rojiza se distendió y sus pupilas se centraron en la contemplación de la nave desde la lejanía. Su hermana Joanna se aproximó despacio hasta el lugar donde se encontraba. Se colocó a su lado y miró hacia el mar, observando la majestuosidad de aquella flota desplegada sobre la superficie tranquila y relajada de oleaje. Decenas de mástiles se alzaban hacia el cielo cubierto de nubes.

–Nuestra madre y vuestra prometida han llegado a Nápoles
–le informó Joanna, sin apartar la mirada del horizonte.
Ricardo hizo un leve asentimiento y movió sus labios. ¿Quizá el comienzo de una sonrisa? Luego miró a su hermana. Joanna había sido reina de Sicilia hasta la muerte de su esposo, Guillermo
II. Ahora era Tancredo el señor que dominaba aquellos parajes y el hombre con el que Ricardo había tenido que lidiar para liberar a su hermana, a quien había tenido prisionera, y sostener los derechos de su dote.
–¿A quién mandaréis a buscarlas? –preguntó ella, girando por primera vez su cabeza para mirar a su hermano.
El rey tomó aire por la nariz y sonrió.
–Haré llegar dos galeras a Nápoles.
–Eso no contesta a mi pregunta.
–Enviaré a Richard de Camville en el Pombone y a William de Forts en el Fulk Rustac –estas eran las dos galeras que habían traído a Ricardo desde Marsella, aunque no habían sido capitaneadas por los hombres que ahora iban a asumir el mando.
Joanna esbozó una amplia sonrisa.
–Veo que mi elección os satisface –observó el rey.
–Veo que lo tenéis todo pensado.

 La dama del velo – 1er capítulo (.pdf)

 

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