Fragmento de la novela “La librera y el ladrón” de Oliver Espinosa

Miré y vi una puerta abierta en el cielo, y la voz que yo había oído al principio […] me dijo: «Ven, sube y te mostraré las cosas que deben suceder».

Apocalipsis 4, 10

Madrid, 27 de julio de 2009

— ¿Que cuántos libros he robado? — Pol la miró con ojos de asombro, pero en realidad estaba aguantando la risa — . ¿Te parece una pregunta adecuada después de tanto tiempo?
— Sí, me parece adecuada. Solo te estoy preguntando por tu trabajo.
— Ah, no, no, no… Eso se ha terminado. He cambiado de vida.
— ¿Otra vez? — soltó ella sin poder reprimir una sonri-sa — . ¿Cuántas van ya? — Esta es la definitiva.A Laura se le heló la sonrisa y la embargó una profun-da tristeza. — De verdad — recalcó él.

Ella volvió a sonreír, pero en esta ocasión sin fuerzas.

Pol había cambiado de vida en muchas ocasiones, pero la existencia suele empeñarse en llevarte por donde ella quiere. Por el camino nos gusta pensar que tenemos el control, que las riendas están en nuestra mano, aunque rara vez es así. Pol miró a Laura a los ojos. Siempre le habían parecido fascinantes esos ojos claros, tenían una profundidad temible por la que creía que se podría llegar a perder, y esa premonición le hacía sentir vértigo, aunque el amor suele distorsionar nuestra imagen del mundo. ¿Cuánto hacía que se conocían? ¿Ocho, nueve años? ¿Y cuánto tiempo llevaban sin verse, cuánto había pasado desde aquel día que dejaron de…? Cuatro años. Sí, de eso Pol estaba seguro: las grandes meteduras de pata no se olvidan así como así, te quedas con la fecha, incluso con la hora. No pudo evitar una pregunta que le quemaba la lengua:

— ¿Cómo te va con la librería?A Laura se le congeló el gesto, solo por un instante, pero tan significativo como ciertos silencios. Dio un sorbo al café que estaba bebiendo. Le dejó un reguero de espuma sobre el labio superior que ella eliminó con un suave lametón. A Pol no le pasó desapercibido el gesto. Cuando la joven librera se decidió a contestar, lo hizo mostrando de nuevo su sonrisa perfecta, de anuncio:

— De maravilla — respondió irónica — . Dejando de lado algunos líos en los que me metiste y unas cuantas deudas que no sé cómo voy a pagar, Loire va genial.

— De eso te quería hablar: quizá pueda solucionar ese… problemilla que tienes con los prestamistas. — ¿Problemilla? Son mafiosos. En mala hora se me ocurrió pedirles nada. — Lo sé, lo sé muy bien. Pero ya me entiendes. Tengo unas cosas para vender y…

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