José Dueso: “La caza de brujas no terminará nunca”

José Dueso no cree en brujas, pero, paradójicamente, ha dedicado buena parte de su prolífica actividad como autor y editor a investigar y divulgar todo lo relacionado con ellas. Ahora publica La caza de brujas en Euskal Herria, una obra que tiene bastante de enciclopedia, porque aborda la práctica totalidad de los procesos por brujería conocidos, pero también mucho de manual, pues lo hace de forma sucinta y muy amena.

Preséntenos, por favor, su nuevo libro.

Es una historia pormenorizada de los procesos por brujería que han tenido lugar en Euskal Herria, desde el siglo XIII, cuando se producen las primeras noticias, al XIX, cuando se registran ya casos menores.

¿Absolutamente todos?

Todos los que conocemos, claro, que parecen ser la mayoría. Bien es cierto que la documentación sobre algunos a menudo está incompleta y la información sobre otros ha llegado a nosotros a través de terceros. En todo caso, el conjunto nos proporciona una idea clara de lo que fue ese fenómeno conocido como “brujomanía”, que estuvo en la base de la caza de brujas.

Por tanto, se habla de las brujas de Anboto, de la razia de Pierre de Lancre en Lapurdi, de Zugarramurdi, de Inesa de Gaxen, de Juanis de Bargota…

Sí, pero también de casos menos conocidos, como “el gato que hablaba vascuence” de Orikain, los conjuros que hicieron naufragar a la flota del almirante Oquendo en Bidarte, el Sabbat de la Llanada alavesa que supuestamente se celebraba en el paso de San Adrián o un proceso tardío como el de las brujas de Atxuri.

Usted es un gran conocedor de la obra de Julio Caro Baroja. Su Brujería vasca, publicada hace ya muchos años también por Txertoa, sigue siendo una obra de referencia. ¿Hay similitudes entre aquel libro y este?

Lógicamente. Pero los años no han pasado en balde, y hoy contamos con datos nuevos sobre los casos que él estudió y, sobre todo, conocemos casos de los que él no llegó a tener noticia. Estos últimos, además, tienen la particularidad de que, sorprendentemente, estuvieron más centrados en perseguir a los cazadores de brujas que a las supuestas brujas.

¿Puede explicarlo con más detalle?

A pesar de casos tan espectaculares como el de Zugarramurdi, que hicieron que una palabra como akelarre se convirtiese en sinónimo de Sabbat diabólico prácticamente en todo el mundo, la caza de brujas en Euskal Herria, al menos en Hegoalde, no fue ni mucho menos comparable a la que tuvo lugar en el resto de Europa. Baste pensar en la carnicería que Pierre de Lancre provocó en Iparralde. Paradójicamente, fue la Inquisición española la que hizo que se apagaran las hogueras para las supuestas brujas a este lado del Pirineo, mientras al otro lado se iban a encender muchas y multitudinarias. Y es que, después de lo de Zugarramurdi, el inquisidor Alonso de Salazar y, con él, la institución a la que servía llegaron a la conclusión de que todo aquello de la brujería no eran más que patrañas. A partir de ahí, trataron de restar importancia e incluso persiguieron el celo de las autoridades tocadas de brujomanía.

Dicho así, podría llegarse a la conclusión de que la Inquisición no fue “tan mala”…

Pues conclusión errónea. La Inquisición española fue un instrumento de represión implacable. Pero lo suyo era perseguir todo tipo de “herejes”, a ser posible, acaudalados, que suponían su principal fuente de financiación. Para la Inquisición, la brujería era una minucia, poco rentable, además, pues las supuestas brujas eran, por lo general, muy pobres.

De hecho, el perfil convencional de la bruja vasca es el de una mujer pobre de cierta edad. A la luz de la información que proporcionan los procesos, ¿fue así?

Sí. Y es el perfil mayoritario en toda Europa. Calculo que aproximadamente el 75% de las víctimas de esta locura represora fueron mujeres. Esto tiene que ver con el hecho de que “las mujeres” tuvieran conocimientos de tipo mágico sobre plantas y curandería, lo que las ponía en el punto de mira de los poderes institucionales y, a menudo, también las convertía en blanco de la envidia y las iras de sus vecinos. Y es que, si podían curar, también eran capaces de causar mal, según la lógica popular. Y si esa mujer era anciana, pobre y viuda, sin nadie que la defendiese, pues ya tenemos servida una bruja fácil a la hora de convertirla en el chivo expiatorio de todos los males de la comunidad.

A ese perfil, en el caso de las brujas vascas, hay que añadir otro rasgo fundamental: la mayoría eran euskaldunes monolingües.

Efectivamente. Por eso, los testimonios que nos han llegado de aquellas pobres víctimas de la intolerancia y la locura humana son traducciones realizadas generalmente por clérigos al servicio del poder religioso o civil. Traducciones frecuentemente interesadas o malintencionadas, como es el caso del invento de la voz “akelarre”, obra de un religioso de Bera, que hizo de traductor en el proceso de Zugarramurdi, y que la ideó para justificar un trasfondo herético y satánico que justificase la posterior represión brutal. Pero lo cierto es que aquellos acusados de acudir a un akelarre jamás habían oído hablar de asunto semejante, aunque acabaran reconociéndolo para así salvar el pellejo.

¿Cuál es el último proceso relacionado con la brujería documentado en Euskal Herria?

Los últimos tienen lugar en el siglo XIX, pero en ellos ya no se persigue a supuestas brujas sino a personas que han acusado de brujería a otras o que han empleado la expresión “bruja” y “sorgina” como insulto. Y debe de haber muchos de ese tipo aún sin desempolvar en los archivos. El último gran proceso por brujería tuvo lugar en Bizkaia entre 1615 y 1617. Afectó a muchos municipios y a cientos de personas, pero concluyó sin penas capitales.

¿Ha hecho un cálculo de las víctimas de la caza de brujas en Euskal Herria?

Desde 1329, año de las primeras ejecuciones de que tenemos constancia, hasta 1610, año de las últimas, nos encontramos con doscientas personas asesinadas “legalmente”, tirando bajo, o trescientas veintitrés, tirando alto.  Hay que tener en cuenta que de algunos procesos solo sabemos que los ejecutados “fueron muchos”, “casi un centenar” o “algunos”, es decir, falta precisión.

¿La caza de brujas ha terminado o es una constante en la historia?

La caza de brujas es una metáfora de lo que sin duda es una constante en la historia: la represión de los disidentes o supuestos disidentes con el sistema. La expresión la popularizó Arthur Miller a través de su obra Las brujas de Salem, en la que hacía un paralelismo entre el último gran proceso por brujería de Occidente, que tuvo lugar a finales del siglo XVII en Massachusetts, entonces colonia británica, y la “cruzada” anticomunista desatada en EE.UU. tras la II Guerra Mundial por el senador McCarthy, a modo de moderno inquisidor. Hoy disponemos de un buen surtido de expresiones que sustituyen a “bruja”, pero que son igualmente estigmatizantes, en el ámbito del pensamiento, la política, la sociología, etc., sin olvidarnos, por supuesto, del mundo de la medicina y la salud, tan vapuleado últimamente. En definitiva, la caza de brujas no terminará nunca, pues, combinada con la ignorancia y el miedo, el poder tiene en ella la principal de sus armas.

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