Leonardo Padura: “Siento miedo al escribir, por supuesto. El escritor que no lo sienta, es un escribidor, no un artista”

Personas decentes (Tusquets, 2022). Así se llama la nueva novela de Leonardo Padura, que también es la nueva de Mario Conde, un detective que le ha acompañado a lo largo de diez libros y más de treinta años. Es una historia de misterio, sí, de detectives, asesinatos y sospechosos. Pero, sobre todo, es una narración sobre la condición humana, sobre la libertad, sobre las contradicciones que provoca la vida y también sobre la historia de Cuba, un inevitable de su literatura.

En Cómo nace un personaje afirma que una de las decisiones más fáciles y lógicas que ha tomado ha sido la de elegir protagonista a un hombre de su generación, nacido en un barrio como el suyo… con experiencias vitales muy semejantes a las suyas. Ha convivido con él varias décadas. ¿Cómo lo lleva? y ¿cómo se llevan?

Mario Conde nació en 1991 como protagonista de la novela Pasado perfecto. Como digo en ese texto, iba a ser el policía investigador en ese libro pero, apenas lo publiqué, decidí utilizarlo en otras tres novelas, lo que he llamado la serie “Las Cuatro Estaciones”, que cerré en 1998, cuando Conde deja la policía. Pero el personaje se resistió a desaparecer, y todavía anda dando lata… otras cinco novelas protagonizadas por él, hasta ahora con Personas decentes, y son ya más de treinta años de complicidad. Un período en el que Conde va de los treinta y cinco años a los sesenta y dos, y a lo largo del cual se ha ido acercando más a mí o yo a él, no lo sé bien.

Nuestra convivencia, como todas las relaciones largas, ha sido complicada pero satisfactoria. Conde a veces hace lo que le da la gana, se maltrata como individuo, es políticamente incorrecto en ocasiones, pero yo le permito todo eso a cambio de que me ayude a reflejar lo que va siendo la vida cubana en todos estos años y, sobre todo, lo que ha sido la historia lamentable de mi generación, la que él llama la “generación escondida”.

A estas alturas del juego nuestra cercanía es muy cómplice. Uso a Conde para decir cosas que necesito expresar y Conde me utiliza a mí para reflexionar sobre temas tan importantes como la Historia, la utopía extraviada o el propio sentido de la vida cuando uno envejece… La verdad es que nos queremos mucho.

Parece que Conde está considerado una “persona decente”… “un hombre con una ética flexible pero inamovible en los principios esenciales”. Pero no es algo fácil, no lo es para Conde. ¿Cada vez es más difícil ser y mantenerse “decente”?

Conde necesariamente tiene que ser un hombre decente: alguien que tiene una ética social y humana muy fuerte. De lo contrario no me serviría para juzgar muchas de las indecencias que ocurren a su alrededor y sobre la cuales se expresa. Pero, como cualquier cubano común y corriente, a veces tiene que transgredir ciertos límites de la legalidad, sobre todo porque en Cuba lo que no está prohibido puede ser ilegal, así como lo digo. Conde compra y vende cosas en el mercado negro (el mercado más eficiente y extendido en Cuba), miente para proteger a algún desvalido, incluso llega a robar: en la novela Adiós Hemingway se lleva de Finca Vigía, la casa de Hemingway en La Habana, una prenda interior de Ava Gardner… Pero, como dices, en los principios esenciales es inflexible. Cuando fue policía hizo su trabajo para que los hijos de puta no quedaran impunes. Cuando no lo es, para lo mismo… y siempre, para encontrar algo que sobre todo les interesa a las personas decentes: revelar la verdad, al precio que sea necesario.

¿Hasta qué punto le alivia contar con el detective en su día a día como escritor, y como persona?

Me alivia muchísimo. Nos conocemos tan bien que sé cómo va a pensar, reaccionar, actuar en cada situación. Sé cómo va a hablar. Sé que se va a empeñar en resolver lo que se le plantea como investigador y sé, por supuesto, lo que va a decir cuando encuentre la verdad. Trabajar con esa ventaja me ayuda mucho a escribir unas novelas en las que la trama policial no suele ser importante, sino que lo trascendente es que lo Conde nos hace ver de la realidad cubana, esa especie de crónica social que he ido armando con él desde hace más de treinta años.

La impermeable necesidad humana de sentirse libre es una constante en su literatura, y también es algo que persigue su detective. ¿Diría que Mario Conde le ha ayudado a usted a sentirse más libre?

Por supuesto que sí… Yo soy una persona, un escritor, un ciudadano y, como todos, siempre tendría algo que perder. Conde no tiene nada y no teme perder nada. Él podría pedir un epitafio como el del gran escritor griego Nikos Kazantzakis: “No temo nada, no espero nada: soy libre”. Y desde esa libertad me ayuda a practicar la mía. Y ahí están estas novelas para poder constatarlo.

El tema de la libertad individual, de la libertad de pensamiento y de creación siempre han estado entre mis obsesiones. Incluso escribí toda una novela para reflexionar sobre las consecuencias de la práctica de nuestra libertad personal en determinadas sociedades que dicen respetar esas libertades y que, sin embargo, condenan por herejes a quienes lo hacen. Es el tema eterno del libre albedrío humano. Y en mi caso como escritor cubano que escribe y vive en Cuba es un asunto de primera importancia. Por eso he tratado de sostener una independencia de creación e incluso económica para poder sentirme libre y escribir lo que necesito y deseo escribir en cada momento, con o sin Conde.

El detective, el no detective, protagoniza esta vez su aventura más detectivesca. ¿Se sentía en deuda con el género?

Sentía que cada vez mis presuntas novelas policiales eran menos policiales y más sociales, existencialistas, históricas, y quise ponerle un poco más de sangre y violencia a una historia que ya me venía envuelta en momentos y procesos violentos. En la mayoría de mis novelas me basta con un muerto para armar una trama más o menos policial. Esta vez apreté las tuercas y hay varios muertos, en el presente, en el pasado, mutilaciones y hasta un duelo a pistola como los del oeste y un ajusticiamiento a sangre fría… Creo que si tenía alguna deuda con el género, esta vez di hasta un “generosa” propina.

Una vez más, también hay historia, muy bien documentada. ¿Cómo tomó la decisión de rescatar a Alberto Yarini?

Yarini me perseguía desde hace más de 30 años cuando escribí un largo reportaje para el periódico en que trabajaba. Su personalidad y su accionar histórico me atrajeron siempre pero, sobre todo, el hecho de haberse convertido en una figura tan mítica que todavía hoy existen personas que le llevan flores a su tumba. El hecho de que un proxeneta reconocido, famoso, haya tenido tantas aspiraciones políticas me lo convirtieron en el mejor símbolo de una época tan turbia como esos primeros años republicanos, cuando Cuba emerge como estado independiente sin serlo totalmente, y se vive en un ambiente de locura que, para colmo, tuvo la influencia del famoso cometa Haley que iba a acabar con la vida en la Tierra.

¿Ha sentido miedo alguna vez mientras escribía?

Por supuesto. Y el escritor que no lo sienta, pues es un escribidor, no un artista. Le tengo terror a los adjetivos, por ejemplo. Tengo pavor a no ser capaz de expresar lo que pretendo. A que las estructuras no encajen. A que los personajes no resulten lo más cercano posible a los seres vivos. A no poder abarcar la densidad de un proceso o momento histórico…

A la censura no le tengo miedo, o no tanto. Sobre todo porque no depende de mí. Ese miedo, cuando me asalta, lo supero diciendo lo que necesito decir y me atengo a las consecuencias.

En alguna entrevista ha afirmado que 1984, de Orwell, es un libro para cambiar vidas. Da miedo, sí, volver a decir que ahora es más actual que nunca. ¿Qué le han enseñado a usted la pandemia y esta época postpandemia que estamos viviendo?

No me han enseñado casi nada nuevo. Todo lo que ocurrió lo conocía. Por ejemplo, se desató un gran miedo a la muerte, pero el hombre siempre ha tenido ese temor. Lo que más me ha preocupado son las consecuencias económicas que está provocando y provocará. Más pobreza para el mundo, más crisis, tiempos más jodidos para la gente, sobre todo la que ya estaba muy jodida.

¿Cuál es la mayor satisfacción de escribir historias?

Satisfacer la evacuación de mis obsesiones. Tengo unas pocas, pero muy fuertes y las he tratado de aliviar escribiendo historias. Te recuerdo algunas que ya he mencionado: la libre práctica de la libertad o la perversión de las utopías igualitarias, el fracaso histórico de mi generación, la incapacidad humana de aprender las lecciones de la historia, la necesidad de fijar la memoria del presente para el futuro…

¿Podría dedicarse a otra cosa? ¿Se lo imagina?

Durante años me quise imaginar como jugador de beisbol en medio del gran estadio de La Habana… Hace 50 años perdí ese sueño porque la realidad me reveló que no era capaz de lograrlo… y poco tiempo después empecé a escribir.

Y ya no puedo verme de otra manera que escribiendo. Por eso lo hago todos los días que puedo, con la mayor seriedad, empeño y libertad de que soy capaz de gozar. No, ya no puedo ser otra cosa.

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