Mil y una maneras de acabar con el mundo
- Karolina Almagia
- |Artikuluak, Libros
- |2012-07-18
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La narrativa universal lleva años utilizando con éxito el tema del Apocalipsis.
21 de diciembre de 2012. Al parecer, ese día se acabará el mundo, según algunas teorías basadas en el famoso calendario que los mayas, tan exactos en la cosa de la astronomía, dejaron dibujado para la posteridad. Y, aunque historiadores y científicos desmienten categóricamente un inminente cataclismo -quizás porque, si el destino les lleva la contraria, nadie podrá correr a pedirles cuentas-, nadie puede evitar que el tema se cuele en nuestras vidas, como si no tuviéramos bastante con la que está cayendo a pie de tierra.
La verdad es que la humanidad lleva imaginando su propia destrucción desde que existe y la literatura es fiel reflejo de ello. Fantasías catastróficas de todo tipo asoman por las páginas de los libros de narrativa desde hace décadas: diluvios, accidentes nucleares, colisiones planetarias, invasiones alienígenas, virus mortíferos…. Desde el propio Apocalipsis, que en el siglo I escribió un tal Juan sin imaginar que su argumento sería plagiado durante cientos de años, hasta los más recientes best-sellers de ciencia-ficción, hay que reconocer que el tema vende y es un filón para aquellos autores que gustan lanzar mensajes tipo “el mundo se acaba porque os lo habéis buscado”. En definitiva, bien sea para concienciarnos sobre problemas ecológicos, bien para proponernos nuevas formas de organización social o, simplemente, para describirnos historias de supervivencia al límite, la literatura universal ha utilizado la destrucción del planeta como argumento en incontables ocasiones.
Hay muchas grandes novelas que son consideradas apocalípticas de manera simbólica –Cien años de soledad, por ejemplo, con su último párrafo: “Antes de llegar al verso final, ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres (…), porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”-, pero aquí nos vamos a fijar en las más explícitas.
Podemos empezar por la precursora y polifacética Mary Shelley. Antes de crear al entrañable monstruo Frankenstein, la amiga de Lord Byron escribió El último hombre (1826), una obra que nos traslada hasta un tiempo futuro -Constantinopla, año 2070- en el que la especie humana está herida de muerte por un letal virus que ha dejado a un único hombre vivo. A la sombra de otros libros más conocidos de la autora, esta novela estuvo mucho tiempo olvidada, pero después llegó a convertirse en una obra de culto. Hay que reconocer, por otro lado, que Mary Shelley creó escuela, pues desde entonces la literatura ha dado cientos de títulos con la misma temática.
Pero tuvieron que pasar bastantes años para que llegara la época dorada de la novela apocalíptica. Fue en la segunda mitad del siglo XX, coincidiendo con el fin de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría. El miedo que desencadenó la existencia de dos bloques en permanente amenaza mutua, desató la imaginación de los escritores, que fantasearon con una y mil formas de hecatombes. La tierra permanece (1949), de George Rippey Stewart, es uno de los clásicos imprescindibles de esos años. Esta absorbente narración tiene por protagonista a Isherwood Williams, un trabajador que queda aislado tras sufrir un inesperado accidente en las montañas del norte de California. Mientras permanece incomunicado, se extiende una mortal epidemia que aniquila a la práctica totalidad de la humanidad. Cuando logra recuperarse y volver a la civilización, Ish se encuentra con que ésta ha dejado de existir y tan sólo unos pocos individuos como él han logrado sobrevivir. Comienza entonces un peregrinaje que le llevará a enfrentarse a dilemas y situaciones que le resultan insólitos. Estructurado en tres partes, el libro narra la juventud, madurez y ancianidad de Ish, a la vez que asistimos a la formación de un mundo nuevo.
Poco después aparecería El día de los trífidos (1951), de John Wyndham, imaginativa y terrorífica narración de un mundo en el que la población se va quedando ciega y es amenazada por una plaga de plantas carroñeras. Otros libros memorables utilizarán después un punto de partida parecido, como el celebrado Ensayo sobre la ceguera (1995) de Saramago.
Sin abandonar los años cincuenta, es obligado citar la impactante Soy leyenda (1954) de Richard Matheson. Se desarrolla en los años 70, en la ciudad de Los Ángeles, donde el protagonista, Robert Neville, ha sobrevivido a una pandemia provocada por una guerra bacteriológica que ha arrasado con todas las personas de la Tierra. Aparte de él, sólo quedan dos clases de seres vivos: los infectados y los vampiros. Este mundo post-apocalíptico le sirve al autor para tratar, con pesimismo y melancolía, temas como la soledad, el miedo a la diferencia o el sentido de la vida. De las varias versiones cinematográficas a que dio lugar esta mítica novela, la de El último hombre… Vivo (The Omega Man, 1971), con Charlton Heston, es la más conocida.
Como se ve, la irrupción de una epidemia que acaba con la población mundial es un tema muy recurrido. Lo utilizó también Michael Crichton, el autor de Parque Jurásico, para escribir otro gran clásico de la ciencia-ficción: La amenaza de Andrómeda (1969). A Hollywood le encantó esta historia de un grupo de científicos que emprende una frenética carrera para impedir que se expanda el virus letal que porta una nave espacial que regresa a la Tierra. Se estrenaron dos películas con este título, una en 1971, dirigida por Robert Wise, y otra en 2008, de Michael Salomon.
Sin abandonar el filón de las epidemias, tenemos la famosa Apocalipsis (1990) –The stand (La danza de la muerte) se tituló la primera versión, más reducida, en 1978–, una de las novelas más vendidas del ya de por sí super-ventas Stephen King. En ella, un virus gripal creado artificialmente como arma bacteriológica se extiende por Estados Unidos y provoca la muerte de millones de personas. La historia, escrita con grandes dosis de suspense, nos narra la vida de un grupo de supervivientes que sueñan con una mujer anciana que los incita a viajar a Nebraska para combatir a Randall Flagg, abominable personaje que encarna las fuerzas del mal y posee un arsenal nuclear. Son más de mil páginas, que han dado lugar a una descargadísima mini-serie protagonizada por Gary Sinise, mientras la Warner prepara otra gran producción cinematográfica.
J.G. Ballard, autor de obras tan inquietantes como Crahs (1973) y El imperio del Sol (1984), decidió acabar con el mundo de una manera más original. En El mundo sumergido, escrita a principios de los 60, imagina un planeta anegado por las aguas por efecto del calentamiento global. También la inglesa P.D. James utilizó un planteamiento diferente: la humanidad deja de ser fértil. En 1992 dejó a un lado sus novelas policíacas para escribir Hijos de los hombres, un libro que comenzaba con este inquietante párrafo: “En la madrugada de hoy, 1º de enero del año 2021, tres minutos después de las doce, murió en una pelea en un suburbio de Buenos Aires el último ser humano nacido sobre la faz de la tierra: tenía veinticinco años, dos meses y doce días”. Clive Owen y Julianne Moore protagonizaron la correspondiente película que estrenó Alfonso Cuarón en 2006.
Hace tres años, la publicación de Fin, el debut literario de David Monteagudo, suscitó disparidad de opiniones. Esta narración junta en un refugio de montaña a un grupo de amigos que ya no tienen nada en común, salvo un turbio episodio del pasado. Un acontecimiento externo que se adivina apocalíptico desata el terror psicológico y propicia que se vayan desvelando los secretos de los protagonistas. Ya tiene película, que se estrenará el próximo otoño, con Maribel Verdú y Clara Lago en el reparto.
De momento, la gran novela post-apocalíptica del siglo XXI es “La carretera” (2006), de Cormac McCarthy, llevada al cine hace unos años por John Hillcoat con fotografía, por cierto, del eibarrés Javier Aguirresarobe. En el film, Vigo Mortensen da vida al padre que, en el desolador e hipnótico relato del escritor americano, deambula con su hijo por una tierra arrasada por algún cataclismo no descrito. Amenazados por bandas de lo que suponemos caníbales, empujando un carrito de la compra donde guardan sus escasas pertenencias, avanzan padre e hijo hacia el mar, escapando de un frío «capaz de romper las rocas». La carretera obtuvo el premio Pulitzer de ficción, además del aplauso de la crítica mundial, y ha vendido miles y miles de ejemplares.
McCarthy no aclara si la debacle de su mundo de ficción fue debido a un accidente nuclear, al choque de un meteorito u a otra causa. Lo cierto es que cualquiera de estas posibilidades es real, como describe el astrónomo Philip Plait en su libro La muerte llega desde el cielo (2008). Con lenguaje divulgativo y no exento de humor, el científico americano afirma que la destrucción de la Tierra es cuestión de tiempo y nos presenta multitud de situaciones aterradoramente apocalípticas que el cosmos podría enviarnos. Tras un empacho de libros de ciencia-ficción, no estaría mal leer a Plait para saber si debemos preocuparnos o, por el contrario, podemos seguir a lo nuestro.
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