Iñigo Bolinaga: “El testamento es un ensayo travestido de novela, para facilitar su lectura, pero sin renunciar por ello al más absoluto rigor histórico”
El libro se hace eco de un hecho histórico: la junta de notables que se reunió secretamente en 1598 para dictaminar sobre si la posesión del reino de Navarra por parte de la monarquía española era lícita o no. Teniendo en cuenta que las tropas de Fernando el Católico entraron por la Burunda en 1512 y la toma de Amaiur, que suele considerarse el último bastión de la resistencia, se produjo en 1521, ¿no es 1598 una fecha muy avanzada para que en la propia Castilla se siguiese discutiendo sobre la legitimidad de la conquista?
Eso podría parecer y, sin embargo, así era. Aquella junta fue convocada por deseo expreso de Felipe II, quien había recibido de su padre, el emperador Carlos V, el encargo de revisar la legitimidad de la conquista. Felipe ignoró el deseo de su antecesor a lo largo de toda su vida, pero, poco antes de morir, quiso descargar su conciencia adjuntando a su testamento un documento en virtud del cual encargaba a su hijo y sucesor, Felipe III, que arreglara el asunto de una vez por todas.
Es decir, en lo que a Navarra respecta, parece razonable afirmar que Felipe II tenía una cierta mala conciencia…
Efectivamente, no sólo él, sino también su antecesor, tenían una cierta mala conciencia con respecto al modo en el que su antepasado Fernando el Católico se había hecho con el viejo reyno. Hay que tener en cuenta que Felipe II, que había pasado toda su vida guerreando en defensa de la que consideraba la fe verdadera, era un hombre muy religioso, y se dispuso a morir sin que escrúpulo de conciencia alguno pudiera ensombrecer su alma. Por eso encargó a su heredero que convocase la junta.
No obstante, su actuación es un ejemplo evidente de doble moral. Por una parte, encarga a su hijo que convoque la junta para descargar su conciencia, pero, por otra, le instruye sobre quiénes han de participar en ella para que el dictamen de la misma se alineara plenamente con la política castellana.
Así es. Como he dicho, Felipe II era muy religioso, pero era también un hombre de Estado, y Navarra era una cuestión de Estado, una cuestión en la que no estaba dispuesto a ceder lo más mínimo. Por eso encargó a su heredero que la junta estuviese constituida por hombres plenamente leales a la política de Castilla. Aquella junta concluyó emitiendo un dictamen que no dejaba lugar a la menor duda sobre la legitimidad de la conquista de Navarra. En realidad, era imposible que el dictamen, que se ha conservado milagrosamente, dijese algo mínimamente diferente.
¿Por qué dice que el dictamen se ha conservado milagrosamente?
Porque los participantes en la junta, según puede leerse en el propio dictamen, recomendaron que se destruyera u ocultara toda la documentación relacionada con el caso, en un intento de evitar que pudiera seguir siendo motivo de controversia. Sin embargo, afortunadamente, una copia de aquel dictamen ha llegado hasta nosotros y se puede consultar en la Biblioteca Nacional de Madrid. En el libro aparece reproducido y transcrito, con lo que por primera vez queda al alcance de un público amplio un documento sumamente relevante para la historia de Navarra que hasta ahora sólo habían podido consultar los estudiosos.
Con ese dictamen como base, usted ha “recreado” las reuniones de aquella junta. ¿El testamento es, por tanto, una novela?
No, es un ensayo de divulgación histórica, aunque, eso sí, travestido de novela, además de breve, de modo que es muy fácil de leer, pero sin que haya renunciado por ello al más absoluto rigor histórico. Lo que he hecho ha sido desgranar las sesiones de la junta abordando todos los temas que se debatieron en ella y utilizando los argumentos y elementos empleados por sus integrantes, así como las obras de los cronistas o juristas en los que se basaron. Paralelamente, eso nos permite repasar el proceso militar, político y diplomático que determinó la conquista, con cuestiones que han sido muy discutidas, como el contenido del Tratado de Blois o las sucesivas bulas que Fernando el Católico reclamó y obtuvo del Papa para excomulgar a los reyes de Navarra. Todo, según el argumentario que tradicionalmente desarrolló la monarquía española para justificar la conquista y posesión de Navarra. Un argumentario que, por cierto, sigue en buena medida vigente.
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