La mujer en la cueva – Francisco Letamendia, Ortzi (reseña de Josemari Ripalda)

 

UNA NOVELA NEGRA CON LOS G.A.L. DE FONDO

 Josemari Ripalda, filósofo

 

        En la solapa de La Mujer en la Cueva (Bilbao: Txertoa, 2012) Francisco Letamendia promete ofrecernos más una “novela negra” que una novela política. Claro que, al situar su trama en 12 días concretos de septiembre de 1983, a punto de comenzar el terrorismo de los G.A.L., y habiendo sido él mismo (Ortzi) un miembro notorio del primer Parlamento de la “democracia”, era inevitable que hubiera política por medio. Pero realmente se trata de una novela negra con un comienzo, eso sí, inusitado –como tanto en esta novela–, fastuoso, que nos sitúa al protagonista, un anti-héroe acomodado, culto, refinado, parisino por añadidura, en una atmósfera surreal, para lanzarlo inmediatamente a su progresiva imbricación destructiva en una compleja trama; esta trama sólo se aclarará en el momento de desembocar en una acción trepidante, ‘gore’, para al final remansarse en una escena crepuscular con rasgos oníricos.

        La fuerza de la novela radica en una fantasía prodigiosa, bien sea en los escenarios y situaciones, bien en los personajes, alguno con rasgos que recuerdan a un ex-director de la Guardia Civil (luego ex-presidiario), otro, que recuerda al mismo autor como ex-parlamentario. Pero cuidado, porque esto también origina pistas falsas y a veces uno alberga la sospecha de que Letamendia se divierte también creando personajes de gigantes y cabezudos, o bien escenas ‘gore’ a lo Tarantino. Toda la novela está sembrada de recuerdos personales e históricos, lo que haría de ella una especie de Episodios Nacionales, si no fuera porque evidentemente lo pretendido es una novela de ficción, no una historia novelada.

        Entonces ¿novela política, al menos en parte? Habría que ver en qué sentido. Letamendia tiene la posición política que se puede esperar de él; pero reconoce que hay otras, y desde luego no es un maniqueo: el bien y el mal, la inteligencia y la estupidez, están tan repartidos como decía Descartes del sentido común (aunque, según la burla de Marx, el inglés Locke habría “demostrado” que el sentido común burgués es el sentido común de la humanidad). El protagonista de la novela, un burgués de sólida cultura ética y gustos refinados vacila en sus convicciones al verse confrontado con otra ética (respective falta de ella), cuando se entromete en la trama el actor más inesperado de la novela: dos hermanos gitanos. No es el encuentro con el jefe de ETA lo que le sacude una ética que el burgués está acostumbrado a ver compatible con la violencia de la guerra  y la razón de Estado (lo comprobará a su costa el protagonista); también el jefe de ETA (otra figura histórica, real de la novela) trata de imitar como anti-Estado “legítimo” esa razón de Estado.

        Asimismo es la compacidad divina del yo narrador de la novela clásica la que se agrieta por la presencia –como en las novelas de Arguedas- de otra lengua íntimamente des-conocida, cuyo reconocimiento salpica toda la narración intencionadamente. La acentuación del país trilingüe, con su protagonista de habla francesa, se debate en una posición individual de esa compleja identidad lingüística (de hecho, que no del todo de derecho en su estado actual).

        También el relato se oye en una especie de compás compuesto: la voz del protagonista, que habla en primera persona, y la del narrador clásico en tercera. Pero se le añade una cuarta en off, el excurso explicativo -¿no es acaso Letamendia profesor de ciencia política?- de la mitología vasca, de la situación histórica de Euskal Herria, de la situación de los gitanos. Aquí, por otra parte, pudiera residir una debilidad de la novela: que no integra del todo en la narración los aspectos que inserta didácticamente como explicaciones; a veces la novela parece explicar para extranjeros (irlandeses o españoles) lo que es y ha sido Euskal Herria. Algo semejante pudiera ocurrir con los materiales históricos y personales que acarrea la novela, que no se integran del todo en la ficción literaria. Esto es tal vez lo que hace de esta novela negra un documento de lo vivido en esos años (y después y antes) y una novela política, aunque esto lo sea a contrapelo de las intenciones del autor.

        La Mujer en la Cueva  no responde al apabullante perfil comercial dominante en la actual producción novelística española. En medio de la paranoia política que domina esa escena y la esquiva del pasado reciente, es imprudentemente sincera e incorrecta, pero sin resentimiento con otras posiciones y con reserva frente a las propias, como una invitación a la reflexión más que a la doctrina. Pero quizá sobre todo es un canto al amor loco –el verdadero eje alrededor del cual se teje la trama- y a su tragedia. También en esto sigue el camino de algunas de las más grandes novelas negras.

 

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