Víctor del Árbol: “Me obsesiona presentar ante los lectores a personajes que sean lo más veraces posible”
Víctor de Árbol, el premiado autor de Un millón de gotas y La víspera de casi todo, regresa con El tiempo de las fieras (Destino), continuación de la anterior Nadie en esta tierra. En esta nueva novela, de ritmo acelerado, el autor plantea una intriga de incontables ramificaciones, que arranca en la tranquila isla de Lanzarote, pero se extiende a Milán, Barcelona, el Alt Empordà, México o Sarajevo.
Aunque funciona como novela autónoma, En el tiempo de las fieras es secuela de Nadie en esta tierra. ¿Estaba previsto cuando escribió la primera o surgió más tarde la necesidad?
Estaba previsto, como lo está una tercera parte, entendiendo la historia como un todo donde vemos a lo largo de los años la evolución y el cambio de roles de algunos de sus personajes. El hilo central de todas ellas es el sicario mexicano que nos habla en primera persona y cuyo nombre no se nos desvelará hasta el final. Vemos cómo se nos presenta, y aquí vemos “cómo se construyó”, es decir, cuál es su historia, qué le llevó a cometer su primer asesinato a los trece años. También descubrimos qué ha sido de Soria, de Virginia, incluso del propio Julián Leal tras los acontecimientos descritos en Nadie en esta tierra. En estos tres años sus vidas han cambiado dramáticamente, evolucionando de un modo completamente inesperado.
¿Cómo ha tratado esa evolución?
Lo sucedido tres años antes ha tenido consecuencias dramáticas en cada uno de los implicados. Aquella victoria ha dejado heridas difíciles de curar. Ahora se trata de ver en qué -y en quiénes- se han convertido. Unos luchan por sobrevivir, otros por no perder su alma, algunos querrían volver incluso atrás, pero eso ya no es posible. Descubrimos amistades insospechadas, lealtades traicionadas, cambios de identidad desconcertantes… Todo para ejemplificar que aquellos a los que juzgamos, aquellos a los que amamos o detestamos antes, puede variar ahora si conocemos sus circunstancias. Especial atención merece en este caso el papel del subinspector Soria.
Como autor, le da mucha importancia a la construcción psicológica de los personajes, buscando cierta empatía con cada uno de ellos, incluso con los que encarnan “el mal”.
Me obsesiona presentar ante los lectores a personajes que sean lo más veraces posible. Para ello, para ser “humanos”, deben navegar en la fragilidad, en la contradicción, en el miedo y en la duda. Sí, ser humano significa ser imperfecto, decir una cosa y pensar lo contrario, desear algo y no hacerlo… No son héroes, son hombres y mujeres que hacen lo que pueden con sus circunstancias erráticas, buscan un punto de equilibrio entre lo que son y lo que querrían ser. Al conocer sus historias personales y su intimidad -aquello que solo el lector puede conocer, pero que los otros personajes desconocen-, es más fácil comprender sus actos, detestarlos o no, pero comprenderlos. Solo así se puede llegar a crear esta corriente afectiva entre lector y personaje. Son como nosotros, son de los nuestros, aunque a veces nos gustaría que no lo fueran.
La novela arranca en Lanzarote que, además de ser una isla, tiene un paisaje muy peculiar que, dicen, afecta a quien allí reside.
Lanzarote es una isla que se ama profundamente o se detesta. En la superficie no sucede nada, se diría que todo está muerto, que la vida es imposible. Pero bajo esa tierra volcánica ruge una fuerza telúrica impresionante. Bajo la superficie hierve la tierra, esperando el momento de volver a estremecerse. Y cuando eso sucede, el hombre tiembla. Es el espíritu de la novela, de los personajes. Una pequeña grieta en el suelo, algo insignificante, puede desmoronarlo todo.
Sus historias nunca son sencillas, sino que tienen ramificaciones y los crímenes suelen tener un trasfondo político, económico o social. ¿De dónde saca las ideas?
Basta con observar la realidad cotidiana y tener una visión crítica que no se centra solo en la anécdota del momento, sino en la visión más global. Todo lo humano me interesa genuinamente; lo tangible, sí, pero también lo intangible, lo metafísico. Al analizar los hechos encuentro pautas de nuestro tiempo, de este siglo XXI donde todo va tan deprisa, donde existe una desconexión entre generaciones analógicas, como la de Soria y las que han crecido en el mundo digital, como la de Vesna. Un mundo donde unos pocos, parapetados tras las llamadas leyes del mercado, se han convertido en depredadores y nosotros en presas. En las nuevas formas de contestación social, en la unión de ambas generaciones -intuición y tecnología- descubro nuevas formas de rebeldía.
Es un maestro a la hora de enganchar al lector. ¿Qué ingredientes debe tener una buena novela negra?
No soy un escritor de tesis, no soy alguien que ofrezca respuestas, pero sí planteo preguntas, dudas. Esto significa que no creo que las novelas deban dar lecciones morales ni ser discursivas. Hay que tener claro que se lee por múltiples razones: a veces para pensar, a veces para no pensar, pero siempre para sentir algo. Hay que provocar emociones duraderas y profundas en el lector, y para ello se necesita autenticidad. Creo que una novela debe aunar tres características fundamentales, y es lo que he intentado lograr con El tiempo de las fieras. En primer lugar, debe tener ritmo, ser ágil, proponer cambios de escenario, evolución, que sucedan cosas importantes, giros inesperados. En segundo lugar, creo mucho en la elegancia, la belleza de la escritura, los paisajes, la atmósfera, la música, la prosodia. Y, en tercer lugar, creo que se necesita que sea feroz, que muerda de verdad y no nos suelte hasta el final, que nos haga sentir hasta el tuétano aquello que viven y sienten los personajes. Ojalá yo lo haya conseguido.
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