Paolo Cognetti: “Las cimas las podemos dejar ahí arriba y caminar juntos a los pies de las montañas”

Sin llegar nunca a la cumbre (Literatura Random House, 2019) es el relato de un viaje cuyo destino son los paisajes rurales, los caminos, los sentimientos nómadas y las emociones humanas. Se trata de un libro que Paolo Cognetti (Milán, 1978) ha escrito desde su verdad, para narrar certezas universales que poco tienen que ver con la conquista y el poder, y mucho con la vulnerabilidad del ser humano y su capacidad para ser feliz gracias a los actos más simples y las cosas más sencillas.

Abre el libro con una maravillosa cita de Tiziano Terzani, y, al final, lo dedica a su memoria, mencionando que es él quien les ha guiado al Himalaya. ¿Cómo le ha acompañado, influenciado, Terzani en este viaje a las cumbres del Nepal?                                                                                                                                                                                                                    

Terzani ha sido uno de los principales conocedores de Asia que hemos tenido en Italia. Estaba enamorado de ese continente y vivió allí durante 30 años como periodista: estuvo viviendo en Hong Kong, Singapur, China, Japón, India y visitó todos los demás países de Asia, contando el final de la guerra de Vietnam, desde Saigón, o la caída de la Unión Soviética desde las provincias musulmanas. Era un hombre profundamente político y China, su sueño de cuando era joven, se había convertido, en ese sentido, en una terrible decepción. Viviendo allí experimentó la traición de la utopía socialista. Japón, a su vez, le había impactado ya que, siendo un país tan antiguo y noble, había empezado a copiar el modelo occidental, olvidándose de sí mismo; esa también era una parte de Asia que le daba miedo, que no hubiera querido ver.                                              

Finalmente, empezó a mirar hacia la India como una posibilidad, su mirada política se había orientado más hacia el humanismo, y su búsqueda era más espiritual. Sin el énfasis de los convertidos – seguía siendo un florentino, un descendiente de Leonardo y Miguel Ángel, y no se le había olvidado – se había acercado a la práctica budista y había encontrado una ermita donde vivir en el Himalaya de la India, delante de la montaña del Nanda Devi. Sus últimos años los pasó entre ese lugar y la Orsigna, otro refugio que tenía en la montaña, en los Apeninos de Toscana, y el mundo que le llamaba ya que, después del 11 de septiembre de 2001, había claramente tomado partido en contra de la guerra al Islam, convirtiéndose en Italia en un icono pacifista, la voz de otro camino posible para enfrentarse a los problemas del mundo. Poco antes de su muerte, ya enfermo desde hace tiempo, había sido incluso reportero desde Afganistán ¡debajo de las bombas! Escribió muchos libros sobre Asia, que aconsejo vivamente a los lectores: especialmente Un adivino me dijo y Un altro giro di giostra. Por muchísimas razones, que espero haber explicado por lo menos en parte, siento que el viaje al Himalaya significaba seguir sus huellas.

Asimismo, a lo largo de la novela cuenta con un compañero inspirador e inseparable: Peter Matthiessen y su Leopardo de las nieves, a quien le ha obsequiado con una buena vida de reencarnación a través de Kanjiroba. ¿Qué ha supuesto Matthiessen en su vida como viajero y como escritor?, ¿qué le ha aportado?         Matthiessen representa otro mundo del cual procedo, que es la América de los beat y de los hippies, de London, Melville, Hemingway, de los grandes viajeros. Él era un expatriado americano que, precisamente siguiendo estos mitos, había vivido durante mucho tiempo en París y, posteriormente, como antropólogo y naturalista, se había acercado a las culturas de los nativos de América Latina y del sureste de Asia y, con su ánimo de experimentador hippie, había probado el peyote y alucinógenos de todo tipo. Siguiendo este camino, se había perdido un poco… En un momento de su vida dejó de lado las drogas y, como Terzani, pero por un camino totalmente diferente, se orientó hacia el budismo, especialmente el tibetano. Con este espíritu había llegado a Dolpo y había realizado el viaje que yo volví a hacer muchos años después, con la sensación de comprenderlo todo muy bien. En cuanto a la escritura, es un maravilloso ejemplo de nature writing, y a mí me fascinan los escritores que consiguen narrar el paisaje, hacer que viva, describir lo que ven y sienten y, solo con eso, capturar al lector como si estuvieran contando una historia con una trama que te mantiene en vilo. En Sin llegar nunca a la cumbre he intentado hacer lo mismo. 

Creo que ha escrito una novela maravillosa, y también necesaria, que navega a contracorriente de la actualidad, que apuesta por el viaje y no por la llegada, por la convivencia y no por la conquista, por la aceptación de que no todo puede comprenderse, y por la búsqueda de la felicidad en la sencillez de las cosas, de los gestos… ¿Es esto lo que pretendía cuando comenzó a gestarla?                                                                                                                                                                                                                            Sí, precisamente esto. Yo también estoy viviendo una gran decepción histórica y política. No puede ser que hayamos tenido el siglo XX con todas sus ideas, sus movimientos, sus utopías sociales, sus guerras y su deseo de paz, y ahora hayamos vuelto a discursos políticos muy pobres, elementales, a una forma de hablar brutal, a la agresividad y a la intimidación de los peores años del siglo pasado. En la política, y también en la vida cotidiana, veo solo el deseo de aplastar a los que no piensan como tú, de machacarles, destruirles, ridiculizarles, humillarles; nunca de hablar con ellos y entender mejor, de intentar ver si, tomando dos ideas diferentes, se puede conseguir una mejor. Esta violencia de los tiempos la relaciono con la fuerte competitividad que se respira en todos los ámbitos, desde el trabajo hasta las excursiones a la montaña: hay que ganar, llegar los primeros, conquistar la cumbre. Por eso, mi cuento es un pequeño acto de revolución y una pequeña oración, a lo mejor incluso un mensaje para las personas de buena voluntad. Vuelvo a hablar de armonía, de equilibrio, de respeto, de estar bien con los demás y en este mundo. Las cumbres las podemos dejar allí arriba, y caminar juntos a los pies de las montañas.

De hecho, habla del nuevo mundo como el desierto, donde precisamente hay demasiado de todo. Un desierto que, en las páginas de su libro comienza a vislumbrarse cuando, después de mucho tiempo, los móviles vuelven a sonar dentro de las mochilas.                                                                                                                           Eso es: siento que la omnipresencia del móvil, de Internet, de los mensajes de todo tipo que nos llegan todo el tiempo, del entretenimiento constante al cual estamos sometidos, ha empobrecido mucho nuestras relaciones directas y nuestra capacidad de concentración. Nos dejamos atraer cada día más por la superficialidad y la distracción, hacia un vacío que nos empobrece como el desierto. Caminar en la montaña durante tres semanas sin móvil ha sido una experiencia apasionante: me ha recordado una época que yo también viví (tengo 41 años y hasta los 20 he tenido tiempo para vivir sin ordenador, ni móvil), y me pregunto cómo puede ser que los jóvenes no consigan ni imaginarlo. Después de unos días de “silencio digital” uno vuelve a poder leer diez páginas de un libro sin pausas, a abrir un cuaderno y escribir durante un par de horas, consigue andar en silencio y pensar durante todo un día en su propia vida, en sus afectos, en sus proyectos. Entonces, en el desierto empieza a brotar alguna florecita. Creo que, en los próximos años, hacer esto será un gran privilegio, como irse de vacaciones a una isla tropical.

Me ha sorprendido también cómo ha descrito a los nepalíes en comparación a los montañeses de Los Alpes, en una conversación con Remigio. “Recuerdo a mi madre y a mi tía cuando pasaban los primeros turistas. Las recuerdo tan cerradas, no saludaban a nadie. Ellos siempre sonríen”. ¿Por qué le fascina tanto Nepal? ¿Qué le ha aportado?.                                                                                                                                                                                                                                                                                            En la India, a Terzani le fascinaba la existencia de una cultura no materialista, que no relacionaba la felicidad con valores para nosotros fundamentales, como el bienestar o el progreso, el éxito en el trabajo o la libertad de hacer lo que queremos. La madre de Remigio estaba enfadada porque ella, campesina pobre, veía llegar a la montaña a estos turistas acomodados de la ciudad, y la evidente injusticia social en ese encuentro le irritaba. En Nepal, especialmente en la montaña (en Kathmandu es muy diferente), no detectamos este enfado: encontramos sonrisas, acogida; claramente éramos huéspedes que pagaban, pero no tuve la impresión de que la amabilidad fuera relacionada con nuestro dinero. Quién sabe si es cierto y quién sabe cuánto durará todo esto: Terzani estaba desesperado porque veía esta cultura morir, rendirse, ceder progresivamente al modelo occidental. Ahora la montaña nepalesa representa, todavía durante un tiempo, una diversidad, un mundo indudablemente pobre, pero noble, digno, a su manera feliz. Cuando se haya occidentalizado, será solo otra pobre periferia del imperio.

Haz que sepa mirar y haz que encuentre las palabras para contar lo que he visto”, recita en la novela. ¿Cómo convive, en su día a día, con este deseo?                    Podría hacerme un tatuaje en el cuerpo, o grabarlo en la puerta de mi casa: es mi mandamiento como escritor. Saber mirar está relacionado con la sensibilidad, con la atención, con la comprensión: mirar, pero también escuchar, oler, tocar. Luego viene el momento de encontrar las palabras. Un trabajo muy complicado, llevo veinte años intentando aprenderlo, pero todavía no estoy seguro de saber cómo se hace.

¿Tiene alguna novela entre manos? ¿Y algún viaje? ¿Qué será lo próximo de Paolo Cognetti                                                                                                                                                Un viaje a Alaska, para rodar un documental sobre el mito del Gran Norte. Y un cuento sobre una mujer de montaña, que lleva ya tres años empujando para salir a la luz, así que espero encontrar las palabras para escribirlo.

 

Teresa Sala                                                                                                                                                                                                                                                                                                   Periodista

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