Joan Mari Torrealdai: “El euskera no es ajeno al proceso de recentralización en que nos encontramos”

Andoni Canellada, Argazki press

Asedio al euskera, de Joan Mari Torrealdai, es un libro necesario, como necesario fue su antecesor, El libro negro del euskera. Y los libros necesarios lo son con independencia de la coyuntura en que se publiquen. Ahora bien, cuando un libro necesario llega en una coyuntura como la actual se convierte en referencia insoslayable.

¿Qué es Asedio al euskera?

Es un ensayo que, a través de casi setecientos textos seleccionados, documenta el proceso de minorización o, por decirlo de forma más coloquial y directa, la represión a la que ha sido sometido el euskera al menos desde el siglo XVIII, en que empiezan a formarse los estados-nación, hasta nuestros días. Una represión que se sustenta en leyes aprobadas e implementadas desde el poder político y que, asimismo, han estado siempre acompañadas por la labor legitimadora de los intelectuales.

Usted ya publicó en 1998 El libro negro del euskera y, de hecho, el subtítulo de Asedio al euskera es significativamente Más allá del libro negro. ¿El nuevo libro es heredero de aquel?

Sí y no. Sí, en el sentido de que, tanto en este como en aquel, los textos seleccionados actúan a modo de acta notarial de la represión. No, en la medida en que aquel se centraba en el franquismo y este, en cambio, se centra especialmente en el periodo transcurrido desde la Transición. De hecho, de los casi setecientos textos, más de cuatrocientos corresponden a los cuarenta últimos años. Además, Asedio al euskera no se limita a levantar acta notarial sino que es también una interpretación sociolingüística de los textos recopilados. De modo que podríamos decir que El libro negro del euskera se incluye en este o que es el hermano menor de este.

Asedio al euskera llega en un momento en el que se está produciendo lo que Juan Carlos Moreno Cabrera, autor del prólogo, no duda en calificar de “oleada ofensiva españolista”.

Efectivamente. La verdad es que es un lujo cómo Moreno Cabrera, catedrático de Lingüística General en la Universidad Autónoma de Madrid, centra la cuestión desde el mismo prólogo. En El libro negro del euskera, yo ya advertí que se estaba abriendo camino entre algunos intelectuales una tendencia a exculpar a la represión y culpar a la propia comunidad vascohablante de la precaria situación del euskera. No era algo novedoso, pero sí significativo y peligroso. Aquella tendencia es hoy la tesis nuclear de la ideología supremacista y revisionista, la tesis de quienes niegan la represión contra el euskera, la histórica y la actual. Ni siquiera Franco lo persiguió. Y es una tesis que se emplea como ariete contra las políticas de normalización, pues las lenguas no son ajenas al proceso de recentralización en el que nos encontramos. De hecho, cuando este libro estaba ya prácticamente en imprenta, y al calor del ambiente creado tras la aplicación en Catalunya del artículo 155 de la Constitución, se han producido manifestaciones muy significativas en este sentido, que, naturalmente, hemos incorporado a la obra. Yo espero que el lector o la lectora encuentre en Asedio al euskera argumentos intelectuales e incluso morales suficientes para contradecir las opiniones de los negacionistas lingüísticos.

“No me pregunten –dice en el libro– por qué hay tanta basura, hostilidad e invectiva cuando se tratan cuestiones de tema vasco. No me pregunten por qué hay tantos insultos a personas e insultos a la inteligencia”. Ya me perdonará, pero mi obligación es preguntar: ¿por qué?

A ciencia cierta, no lo sé, claro, pero sí que he encontrado pistas en dos autores: Moreno Cabrera, quien desarma los argumentos del españolismo lingüístico, e Ignacio Sánchez-Cuenca, quien, en su libro La desfachatez intelectual, habla del machismo discursivo y de la impunidad y prepotencia de los intelectuales sabelotodo que invaden los medios.

¿Machismo discursivo?

Sí, propio de textos que, por decirlo así, no se caracterizan por la argumentación sino por la prepotencia y la sentencia tajante cargada de testosterona intelectual. Sánchez-Cuenca constata que es frecuente en personas que ocupan una posición social reconocida e intervienen en la esfera pública a propósito de temas que no conocen en profundidad. Que no conocen en profundidad, por decirlo de una manera suave. Porque, de acuerdo, no están conformes con esto o con lo otro, pero, ¿cómo explicar que digan que en euskera no existen palabras para designar al árbol o a Dios, que AEK controla el sistema educativo vasco o que la lengua vasca cuenta con veinticinco dialectos claramente diferenciados? Y, sin embargo, su grado de (des)conocimiento del tema, que queda al descubierto con afirmaciones como las señaladas, no les impide opinar con toda contundencia.

¿Hay plumas que matan más que las pistolas?

Es lo que me espetó un guardia civil cuando, con otros directivos de Egunkaria, fui detenido de madrugada el 20 de febrero de 2003, torturado y encarcelado. Curiosamente, apenas me preguntaron nada sobre el periódico en los interrogatorios, en los que el núcleo de la acusación eran mis posiciones sobre la normalización lingüística y, de manera muy incisiva, El libro negro del euskera. Cuando lo publiqué, tuvo una espléndida acogida y, de hecho, ha sido reiteradamente reeditado. Pero, como es lógico, no gustó a todos. Lo que ya no es lógico es que las críticas de autores como Jon Juaristi, Aurelio Arteta o Mikel Azurmendi, más que críticas propiamente dichas, fueran improperios. Llegaron a acusarme de hacer la lista de los enemigos del euskera para ETA. Pues bien, ni en El libro negro del euskera ni en este hay complicidad alguna con ETA. Me avergüenza tener que decirlo de esta manera, pero así están las cosas. Ni en aquel ni en este he tratado a nadie de enemigo del euskera ni he insultado a nadie. Que yo sepa, y a juzgar por la línea de interrogatorio que padecí en 2003, la única víctima violenta de El libro negro del euskera he sido yo.

Maldita hemeroteca…

Esa expresión precede en el libro a una selección de “perlas” recogidas tras la operación de Egunkaria. Se dijeron sobre nosotros y sobre el diario auténticas barbaridades. Sin embargo, cuando ocho años después fuimos absueltos en una sentencia que no solo no dejaba lugar a dudas sobre nuestra inocencia, sino que suponía un auténtico varapalo para la instrucción del juez Juan del Olmo y la doctrina del “Todo es ETA” de Baltasar Garzón, el silencio fue absoluto. Nadie se mostró abochornado por lo que había dicho y, por su puesto, nadie rectificó.  

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