LUIS LANDERO: “Todos mentimos casi a diario”

Lluvia fina es la nueva novela del Premio Nacional de Narrativa, Luis Landero (Badajoz, 1948), un autor respetado por la crítica que cuenta también con el favor del público lector. La historia de este libro uno de los más vendidos de la temporada arranca cuando Gabriel decide reunir a toda la familia para celebrar el ochenta cumpleaños de su madre. Su mujer, Aurora,  trata de disuadirlo porque prevé que esa iniciativa reavivará los viejos conflictos.

 

En la novela se afirma que no es verdad eso de que las palabras se las lleva el viento. Desde luego, en la familia que protagoniza el libro parecen indelebles.

      Es que a menudo, y en todos los ámbitos, las palabras pueden ser peligrosas. Todos sabemos hasta qué punto puede herir una palabra a destiempo, un equívoco, un descuido, no digamos un insulto, y hasta las pausas, los silencios, se cargan a veces de sentido y son tan elocuentes o más que las mismas palabras. Con palabras, y a veces de un modo sutil y apenas sugerido, se halaga, se humilla, se seduce, se enamora, se advierte o se amenaza… Como decía Octavio Paz: “Cuidemos las palabras y cuidémonos de ellas”.

Aurora, la protagonista, tiene que aguantar los desahogos telefónicos de sus dos cuñadas y, en menor medida, los de su suegra, además de los de su marido. Es cierto que a veces descargamos nuestra basura emocional sobre personas sin fijarnos en cómo están.

    Es que necesitamos contar lo vivido. Vivir es vivir más contarlo. Parece que hasta que no contamos lo ocurrido no se acaba de vivir del todo. El cuento completa la experiencia vital. Y así, vivimos dos veces, cuando lo vivimos y cuando lo contamos. Y hay personas, como Aurora, que son hospitalarias, y que saben escuchar y comprender y que, sobre todo, no juzgan.

Y es habitual en las familias sobrecargar a la persona más comprensiva, sobre la que menos juzga.

    Exactamente. Aurora es la receptora ideal. Lo comprende todo, y en eso es muy cervantina: no entra a juzgar, y entiende que cada cual tiene sus razones, sus verdades, porque la verdad absoluta no existe en las relaciones personales, y escuchando a todos, intenta pacificarlos, hacer que cada cual comprenda también los argumentos de los demás.

En la novela hay unos episodios familiares a los que les dan vueltas sin cesar. Y hay distintas versiones sobre lo que sucedió, tantas que a veces no sabremos quién miente o quién dice la verdad; aunque, avanzada la lectura,  podemos atar cabos.

    Desde el principio yo supe que esta historia había que contarla desde distintos puntos de vista. No hay episodio que no esté enfocado desde la perspectiva de cada uno de los personajes. La verdad final es la suma de todas las pequeñas verdades y mentiras de cada cual. Porque quizá ninguno miente a sabiendas, sino que en lo más hondo de su corazón piensa que lo que dice, lo que recuerda, es una verdad irrefutable.

“En todas las familias hay  mentiras (…), y es que en gran parte somos nuestros secretos”. Pero hay secretos de mayor o menor importancia, y en Lluvia fina hay uno terrible.

    Todos tenemos nuestros secretos, que normalmente son cositas sin importancia, y así ha de ser. Está nuestro escaparate y está nuestra trastienda, donde no debe entrar nadie (salvo el psiquiatra, supongo). Y todos, por otra parte, mentimos casi a diario. Mentiras inofensivas, pero que nos sirven para convivir. No podemos ir por el mundo diciendo las maldades que se nos ocurren a veces sobre los demás. Y luego están los grandes secretos, esos que corroen la conciencia y que entrañan un daño moral. En una novela donde abundan los pequeños secretos, es casi obligado que aparezca de pronto un secreto de los grandes.

Hay un capítulo, en el que se revela ese secreto, muy duro, que nos revuelve por dentro.

    Es cierto, y he intentado contarlo sin caer en los dos peligros que acechan en estos casos: la cursilería y el patetismo.

Los personajes están muy bien definidos, y eso que prácticamente los conocemos por lo que ellos muestran a través de las conversaciones que mantienen con Aurora.

    Siempre intento que los personajes estén bien caracterizados, y que se les reconozca solo por el modo de hablar. Yo creo que lo más importante de una novela, de un relato, es el personaje. Si se crea un buen personaje, todo lo que se cuente de él, o lo que él diga, será interesante. Y al revés: un buen argumento, si no tiene un personaje que lo sustente, puede ser un desastre.

 

Txani Rodríguez

Periodista

 

 

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