José Antonio Azpiazu: “Los donostiarras nos hablan a través de sus proyectos que les ayudan a recuperarse de sus heridas”

1813. Crónicas donostiarrasJosé Antonio AzpiazuJosé Antonio Azpiazu historiador y antropólogo, ha investigado aspectos relacionados con los modos de vida vascos con la pretensión de llegar al gran público sin prescindir del rigor académico. Además de una amplia colección de artículos publicados en revistas especializadas y de sus colaboraciones en diversas publicaciones, ha escrito libros que han tenido muy buena acogida. Donostia constituye uno de los centros clave de sus investigaciones. Ahora Azpiazu presenta el libro 1813. Crónicas donostiarras.

Donostia celebra a lo largo de este año el 200 aniversario de la destrucción e incendio de la ciudad y en este contexto, usted acaba de publicar 1813 Crónicas donostiarras. ¿Qué novedad aporta su nuevo trabajo?

No hubiera abordado este trabajo de no haber encontrado nuevos caminos que pudieran esclarecer aspectos novedosos sobre lo ocurrido en las tristes fechas que se conmemoran. Hay mucho escrito al respecto, sobre todo con ocasión del primer centenario y de los 150 años de la catástrofe. Sólo pretendo abundar en aspectos desconocidos, añadiendo una nueva pieza al variado puzzle que constituye la historia, siempre en camino y nunca acabada.

Llama la atención la referencia Crónicas donostiarras, como si fuera una especie de relato sobre la vida social de la ciudad, cuando en realidad se trata de un ensayo sobre su destrucción y reconstrucción. ¿Por qué crónicas donostiarras?

La elección viene dada por el hecho de que en el mismo se recogen las dolorosas y también sorprendentes experiencias ofrecidas por los propios donostiarras supervivientes. La originalidad de estos relatos se basa en que responden no a la formulación de un cuestionario, que ya está recogido y es bien conocido, sino a una visión que, sin olvidar la tragedia, se propone mirar al futuro, a la reconstrucción de sus vidas y de su ciudad. En esta dinámica constructiva los donostiarras nos hablan a través de sus proyectos, que les ayudan a recuperarse de sus heridas.

El libro aporta un importante trabajo de estudio e investigación sobre documentos en su mayoría desconocidos. ¿Dónde y qué tipo de documentos ha hallado?

Empecé hurgando los protocolos notariales, muy poco consultados porque resultan arduos y requieren mucha dedicación. También investigué los fondos judiciales, tanto los pleitos del Archivo General de Gipuzkoa, en Tolosa, como los de la Chancillería de Valladolid. Estas han sido mis fuentes básicas, mientras que he considerado que el archivo municipal estaba ya muy estudiado y le he otorgado menos dedicación.

En el libro menciona que la investigación aborda vías inexploradas, ¿a qué se refiere?

Mi interés por la hecatombe donostiarra llegó un poco por casualidad. De hecho, hace dos años me interesé por acercarme a la documentación generada en Donostia a partir del 1813, tras haberse quemado la práctica totalidad de los archivos de la ciudad, al objeto de estudiar la cultura material del siglo XIX. Mi sorpresa fue que la cultura material era algo que se ceñía, lo que por otra parte era lógico, a la propia reestructuración de sus modos de vida, a su vuelta al comercio, que había sido durante siglos el principal modo de vida de sus habitantes. Mi atención se derivó a lo que los propios donostiarras iban narrando a medida que reconstruían su vida, tratando de revitalizar la tradición y adecuándola a los nuevos tiempos.

¿Por qué han permanecido sin salir a la luz hasta ahora?

La historia de Euskal Herria está todavía por escribirse. Hemos permitido que nos la escribieran desde fuera, y apenas nos hemos dado la oportunidad de dar nuestra propia versión, apoyándonos sobre todo en una documentación apenas explorada. Quienes acuden a los diferentes archivos son conscientes de que la Universidad apenas está presente en los ingentes materiales que guardan los secretos de muchos aspectos inexplorados de nuestra historia, y esta carencia lastra lamentablemente nuestro conocimiento histórico del país y de sus formas de vida.

La teoría de responsabilizar a los españoles y más concretamente al General Castaños de la masacre de la ciudad ha suscitado cierta polémica en los ámbitos historicistas. ¿Qué opina al respecto?

La historia se presta a la polémica, sin que en ello intervengan forzosamente interpretaciones interesadas. Conozco las atribuciones de la masacre al General Castaños. Yo no he hallado ninguna mención a este militar en la extensa documentación estudiada, básicamente dentro del decenio 1813-1823. Mi impresión es que los soldados que atribuyeron la orden de destrucción y aniquilamiento de la población, según algunos testigos de la masacre, al mencionado militar, no resultan muy creíbles: en primer lugar, nadie osa culpar a su jefe, y menos a un general, sin arriesgarse a un castigo ejemplar (se dice incluso que las acusaciones se amparaban en la impunidad otorgada por la ausencia de dicho general del frente de operaciones); sin duda una orden de este calibre difícilmente se le podría hurtar al gran “héroe” de la guerra, al mando supremo que detentaba Wellington; de todos modos, si la orden era tal como lo atestiguan los informantes, los soldados encaraban otro riesgo: el de no haber cumplido lo ordenado, dejando con vida a muchos donostiarras y dedicándose a emborracharse, robar y violar.

Tras investigar aquellos años cruentos y la reacción de los donostiarras, ¿a qué conclusión ha llegado?

La guerra es terrible, y los que más la padecen son los civiles. Los donostiarras se vieron acorralados, atenazados en la guerra que sostenían Francia e Inglaterra, y fueron víctimas de su propio interés estratégico. Sufrieron la destrucción, la aniquilación de la memoria por la quema de sus archivos, y la humillación de ser considerados por los aliados como conniventes con los franceses. Pero lo que más me ha impactado es la vigorosa reacción de sus habitantes, reducidos a la nada, sólo amparados en la memoria de sus años gloriosos, espejo en el que se miraron para renacer como el ave fénix. Volvieron inmediatamente a reinventar su ciudad y sus modos de vida, para sorpresa y admiración de sus verdugos, en cuyo afán de destrucción se vislumbra una oscura sospecha: la intención de aniquilar una comunidad que había sido un competidor temible en el mundo atlántico, ámbito donde a lo largo de los siglos había forjado Donostia su grandeza marinera y mercantil.

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