“Llanto en la tierra baldía” Toti Martinez de Lezea

NO QUIERO HABLAR DE GRANDES BATALLAS, SINO DE LA GENTE COMÚN”

Llanto en la tierra baldía, publicada también en euskera como Malkoak lur antzuan (Erein), es la nueva historia de la prolífica y seguidísima autora Toti Martínez de Lezea. En esta ocasión, los lectores viajarán hasta el Badajoz de los años de la guerra civil y de la posguerra. Allí vive Dámaso, un yuntero iletrado que intenta sacar adelante a su familia a base de trabajar en el campo y en el contrabando. Las circunstancias lo llevan a Badajoz capital cuando la ciudad es ocupada por los franquistas y en una sola noche matan a más de cuatro mil personas. Su mujer da a luz mientras él está ausente, y el cacique del pueblo le roba el hijo para dárselo al dueño de las tierras que quiere un heredero. Este es el punto de partida de una novela que transcurre también en la zona minera de Bizkaia y en Etxebarri, donde tuvo lugar la huelga más larga de cuantas se llevaron a cabo durante el franquismo, y que terminó en un estado de excepción.

 

 Junto con Y todos callaron esta es la novela que más cerca de nuestra actualidad sitúa. Esta vez nos conduce de vuelta a unos años que fueron una auténtica olla a presión.

Cierto, y que nuestros padres y abuelos vivieron en toda su crudeza. Mi idea es continuar con esta serie que narra lo que se da por llamar la “pequeña historia”, es decir no la de grandes batallas y personajes, sino la de la gente común que sufrió aquel drama y sus consecuencias. Tengo una edad y también memoria.

La tierra baldía…  aquello de que “la tierra para quien la trabaja”, ¿no?

Al menos parte del fruto de la tierra debería serlo. El problema, el gran problema fue que los campesinos, como es el caso de los protagonistas de esta historia, no solo no eran dueños de la tierra, sino que los propietarios tampoco les dejaban cultivarla. Y la gente se moría de hambre, y desesperación.

¿Cómo era el Badajoz de aquella época?

Badajoz capital era una ciudad muy habitada, incluso avanzada, pero la provincia era un erial dominado sin escrúpulos por caciques y administradores de las tierras. La historia que narro transcurre en su mayor parte en un pueblo sin nombre, uno de los muchos que sufrieron la guerra y el hambre, cuyos habitantes tuvieron que abandonarlos para sobrevivir.

La novela tiene otro plano que nos sitúa en la Bizkaia de los años 60, aquellos años en los que tantos y tantos trabajadores llegaron desde otras tierras para ganarse la vida.

Una parte transcurre en la zona minera y otra, en la zona de Etxebarri. Entre 1966 y 1967 tuvo lugar la mayor huelga del franquismo, y no hay que olvidar que la huelga estaba penada con cárcel, deportación o exilio. Aquella huelga, apoyada por trabajadores, estudiantes e incluso curas, fue un hito que finalizó en un estado de excepción, es decir la pérdida de los derechos civiles, en Bizkaia y Gipuzkoa.

Desde su punto de vista, ¿cómo se encajó ese salto demográfico que supuso, también, un choque cultural?

Digamos que hubo de todo. Al igual que ahora, la llegada masiva de migrantes asustaba a las poblaciones autóctonas, que no siempre les recibieron bien. La industria vasca se mantuvo en parte gracias a la mano de obra foránea, y este hecho benefició a todos. Hoy en día no hay diferencias entre los descendientes, pero es importante no olvidar, pues la historia se repite, siempre se ha repetido.

Los protagonistas, como usted acostumbra a hacer, son personas, digamos, corrientes.

Sí, campesinos y trabajadores, gentes de a pie, sin historia reseñable, como somos la gran mayoría. El protagonista, Dámaso, es un campesino iletrado sin militancia ni ideas políticas, cuyo único anhelo es vivir en paz y dar de comer a sus hijos y se ve envuelto en un drama ajeno a él. Ha resultado un personaje muy interesante de describir. Otro de los protagonistas es su hijo Manu, cuya vida es muy diferente y, sin embargo, similar de alguna manera.

 

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