Luis Sepúlveda: “Trato de dar a mi literatura la misma carga ética que empleo para enfrentarme a la vida”

Historia de un perro llamado LealLLuis Sepulvedauis Sepúlveda (Ovalle, 1949) llega con Historia de un perro llamado Leal (Tusquets, 2016), una preciosa novela de formación que rescata los valores más elementales.  Una fábula para todos los públicos que homenajea al pueblo Mapuche y su honorable manera de habitar el mundo. El escritor chileno se ha servido de una certera prosa, y de los inquebrantables lazos de amistad que unen a un niño indio y un perro.

¿Cómo ha sido la gestación de Historia de un perro llamado Leal?

Era una deuda con una parte de mi ser. Quería contar una historia que transcurriera en ese universo sufrido y desconocido que es el mundo Mapuche, esa gente de la tierra que habita en el sur del mundo y que fuera tan dignamente saludada por el poeta Alonso de Ercilla en su poema épico “La Araucana”. He escrito cuatro fábulas pensadas no solamente para niños sino para todo lector. La primera fue la “Historia de una Gaviota y del Gato que le enseñó a volar”, luego la “Historia de Max, Mix y Mex”, “Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud” y finalmente ésta. En todas, y especialmente en esta última, intento contar una historia y compartir con mis lectores los valores en los que creo. Esta historia en particular empezó a nacer el año 2010. En marzo de ese año visitaba una escuela mapuche destruida por un atroz terremoto que sacudió el sur de Chile el penúltimo día de febrero de ese mismo año. El lugar se llama Tirúa, acudí, no como escritor, sino como voluntario para la reconstrucción, y me llamó poderosamente la atención un pequeño niño, de unos ocho años, que lloraba la pérdida de su perro. Hablé con él y me contó que los carabineros, la policía chilena, le habían quitado el perro acusando a su familia de haberlo robado pues se trataba de un perro de raza, de un pastor alemán. Ese día, empezó a nacer la Historia de un perro llamado Leal.

Estamos ante una novela de formación realmente hermosa… ¿La escribió con el propósito de instruir, de alguna forma, a los lectores?

Siempre he creído que la escritura es similar a la apertura de una ventana que estaba tapiada, y el escritor la abre e invita a los lectores a mirar a través de ella. La ventana es ficción, desde luego, y a través de esa misma ficción nos asomamos a una parte, grande o pequeña, eso es intrascendente, de la vida y del mundo.

En las primeras páginas del libro cuenta que su vocación de escritor viene del hecho de haber tenido unos abuelos que contaban historias. ¿Cómo las recuerda?

Tuve la enorme fortuna de crecer muy cerca de una abuela vasca y de un abuelo andaluz, ambos estupendos contadores de historias que, o habían leído, escuchado, o que creaban para mí. Y a ellos agrego un tío abuelo mapuche que instruía a los niños de su caserío con historias que yo no entendía del todo, pero cuyo significado sentía gracias a la magia de la oralidad. De esas tres personas viene mi acercamiento a la palabra, primero a través de la oralidad y luego de la escritura.

También dice ser un Mapuche, gente de la tierra. Imagino que este hecho le permitirá estar en el mundo de una manera especial, diferente… ¿Qué supone albergar esta condición?

Ser mapuche es sinónimo de resistente. La sociedad chilena es muy racista y despectiva respecto de los mapuche y de los otros pueblos originarios que habitaban el país antes de la llegada de los conquistadores. Mi madre, hija de mapuche, ocultaba su condición como mecanismo defensivo, para conjurar el desprecio. Pero fue justamente mi abuelo andaluz el que un día me habló de esa parte mía que no estaba presente más que en mi apellido materno. Él me hizo acercarme a esa parte de mi familia, y un día me leyó lo que Ercilla había escrito acerca de la gente que habita en la Araucanía: “la genta que la habita es tan altiva, tan soberbia, gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás vencida, ni a extranjero dominio sometida”. Habita en mi una parte europea y una parte mapuche, y sé que es esta parte del sur del mundo la que marca mi personalidad y temperamento resistente.

Se puede decir que la historia que ha narrado cobra todo su sentido en la actualidad y se presenta necesaria, ante el devastador panorama de hoy en día. ¿Lo vive así?

Porque soy un resistente creo en la ética de la resistencia al poder, e intento vivir de una manera rigurosamente ética, pero sé que como escritor me vinculo con la literatura de una manera estética, y trato de dar a mi literatura la misma carga ética que empleo para enfrentarme a la vida. No soy un vanidoso, pero sé que tengo millones de lectores en el mundo que me aprecian como un escritor que resiste, uno que ha hecho suya la sentencia de Guimarâes Rosa: Narrar es resistir. Hoy, esa parte de la humanidad a la que también pertenezco, los mapuche, son víctimas del racismo de una odiosa política de negación de sus valores, de su forma de ser, de sus derechos, de su formidable diferencia.

Alguna vez ha contado que para usted escribir es divertido… ¿Se lo pasa tan bien?

Me divierto, sí, pero no desde el punto de vista del divertimento vano. He tenido una vida azarosa, dura, he conocido lo peor, la cárcel, la tortura, el exilio, la muerte de muchos con los que compartí infancia y juventud, pero ese ser resistente me ha permitido soportarlo y hacer que el dolor sea parte de mí, como una cicatriz que me impide olvidar el pasado. Y ese ser resistente me ha permitido también continuar con el formidable ejercicio de vivir, y en la escritura me confirmo que soy capaz de expresar lo que quiero, con más o menos dificultades, todas superables con disciplina y trabajo, y eso divierte, ciertamente que divierte. Suelo encontrarme con compañeros que compartieron conmigo la cárcel y me agrada cuando dicen: “en los peores momentos, cómo nos divertías con esas historias que contabas”. Claro que me divierto.

¿Cómo escribe? ¿Sigue alguna rutina?

En verano me gusta levantarme temprano y sentarme a trabajar con toda la energía que da la luz. En otoño e invierno me levanto tarde y escribo por las tardes y noches, cuando la oscuridad envuelve la casa y siento que mi ventana es como un faro. Escribo mucho a mano, las primeras ideas siempre van una libreta, una moleskine que me acompaña y luego paso al ordenador. Mi lugar favorito es la cocina de mi casa, porque ahí todo está a mano, el café, el vino, el pan, la vida y suelo pasar muchas horas de la noche en la cocina. Trabajo todos los días en diferentes proyectos que avanzan a su ritmo, hasta que uno de ellos me obsesiona y entonces me dedico solamente a esa idea, a ese texto que debo convertir en literatura.

¿Dónde encuentra la mayor satisfacción de dedicarse a la literatura?

Son muchas las satisfacciones: La de lograr contar lo que quiero. La de sentir la llegada del momento en que la historia se impone al autor, adquiere su propia dinámica y dice “toda tu erudición, toda tu cultura, todos los conocimientos que tengas sobre el tema, todos los secretos del oficio aprendidos, a partir de ahora no son más que elementos funcionales al servicio de la historia que estás contando”. Y luego –sólo un necio lo negaría- está la satisfacción de tener lectores, de las respuestas que recibo, de saber que por medio de mis libros soy huésped en muchas casas del mundo, la satisfacción de saber que algunos de mis libros los leyeron los padres, los hijos, y ahora son lectura de los nietos.

De no ser escritor, ¿podría haberse dedicado a otra cosa?

Cuando tenía 17 años quise ser farero en cualquier faro del estrecho de Magallanes y del Cabo de Hornos. Me presenté en la comandancia de marina en Chile, di el examen y aprobé, pero me rechazaron porque aún no había cumplido los 18 años. Imaginaba esos seis meses en soledad que ofrecía el contrato, me imaginaba cuidando del faro y leyendo sin más compañía que el mar. Pero no pudo ser y me dediqué a escribir para la radio, luego me hice periodista y finalmente ganó la obsesión por contar historias desde la libertad de la ficción.

¿Tiene algo entre manos?

Sí. Estoy terminando de corregir una novela que empecé hace tres años y ya es hora de poner el punto final a la versión corregida. Y otros proyectos: un libro de cuentos que estoy ordenando, y no hay nada más difícil que dar orden a un volumen de cuentos, y otra novela, una de piratas de la que tengo varios cientos de páginas, y a la que regreso solamente cuando me siento muy bien, cuando estoy de excelente humor. Es una forma de decir gracias a la vida, pero sé que un día tendré que terminarla, y entonces sufriré lo peor de este oficio, que es poner el punto final, porque esa es una despedida sin regreso, un adiós definitivo a los personajes, a los espacios en los que se mueven, y en los que uno también comparte con ellos las dichas y quebrantos.

 

 

 

Partekatu albiste hau: Facebook Twitter Pinterest Google Plus StumbleUpon Reddit RSS Email

Erlazionatutako Albisteak

Utzi zure Iruzkina