Dictadores en bandeja

Desde que publiqué Londres es de cartón (Londreskartoizkoa da en el original), una pequeña locuraen torno a las dictaduras, no dejo de soñar condictadores a los que el consejo de seguridad delas naciones unidas les advierte muy mal, muymal, así no se administra un país, y ellos contestanme da igual lo que me digas, yo si quiero duermo en un jacuzzi, si quiero con agua y siquiero con leche de cabra.

Quién va a empezar a negar a estas alturasque un galón de petróleo pesa más que 4.546 litros de consejos de seguridad, y quién va aempezar a negar que los libros que podemosencontrar sobre dictaduras anegarían, si fuesen líquidos, cuatro pozos en, por ejemplo, Guinea Ecuatorial. Es evidente que todo el mundo se acuerda de 1984, de George Orwello de Un mundo feliz de Aldous Huxley. Peroque nadie trate de olvidar a Víctor Serge, queescribió El caso Tulayev y que fue olvidado inclusoen vida: murió en un taxi, vestido como un pordiosero. El taxista, creyéndole indigente, llevó su cuerpo a una comisaría. Es incluso un poco absurda esa forma de morir despuésde haber estado, por culpa de uno de los totalitarismos más asfixiantes de la historia,a punto de morir varias veces. No está mal su libro para conocer las purgas que Stalin le propuso a su propio cerebro en los años treinta del siglo anterior.

Y qué no se ha escrito sobre Hitler y su entorno. Podría hablar de mil libros, pero me quedaré en el siglo XXI y nombraré a Las benévolas, de Jonathan Littell. El autor intenta narrarnos los años de guerra desde dentro, desde los ojos deun oficial de las SS. Desde unos ojos un tanto perdidos, pero lógicos. Es curioso también leer sobre este tema en las páginas de un cómic: Shigeru Mizuki, veterano japonés de la Segunda Guerra Mundial, nos cuenta la vida de Adolf Hitler en Hitler, la novela gráfica. Y hablando de cómic y dictadura, es de recibo recordar a Marjane Satrapi y su Persépolis o al italiano Paolo Cossi cuando habla del genocidio armenio en Medz Yeghern: la gran catástrofe.

Aquel que quiera saber más sobre este genocidio escondido tras la primera de las grandes guerras europeas, podría adentrarseen Los cuarenta días de Musa Dagh, de FranzWerfel, y aquel que esté interesado en losgenocidios que no deje pasar la oportunidadde leerse ensayos como El siglo de los genocidios del francés Bernard Bruneteau o el terrible Queremos informarles de que mañana seremos asesinados con nuestras familias, intensa recopilaciónde testimonios y datos históricos sobre el genocidio ruandés de 1994, escrito por el periodista estadounidense Philip Gourevich. Todos estos líderes totalitarios y algunos más también los podemos encontrar en La naturaleza del despotismo, del documentalista irlandés Tom Ambrose.

En América latina, por supuesto, no faltan menciones e incluso trilogías enteras dedicadas a dictadores, pero resulta curioso que en un espacio relativamente breve de tiempo se hayan escrito tres novelas que rozan (o dan delleno en) la figura del dictador de República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo: La fiesta del chivo (2000), de Mario Vargas Llosa, La maravillosa vida breve de Óscar Wao (2007), de Junot Díaz y Memorias de una dama (2009), de Santiago Roncagliolo.

Y no querría dejar fuera de esta selección,en América Latina aún, algunos de los cuentos de Julio Cortázar o su Libro de Manuel. Y claro que no me he olvidado de ti, Ádam Bodor, ni de tu La visita del arzobispo, que decidí, sin que nadie me lo propusiera, simplemente queriendo entrever los aperos literarios que había utilizado este maestro, traducir a nuestra lengua y que espero que pronto esté enla calle. No habrá, probablemente, libro quehaya recomendado más: 129 páginas de ensalada dictatorial.

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