El elefante y la osa

Existen más viajes de los que nos gustaría confesar en los que nos preguntamos demasiado a menudo: “Pero qué hago aquí, en un museo de una ciudad holandesa, haciendo que observo y que incluso me interesan cuadros, esculturas o instalaciones cinematográficas de medio minuto, que se repiten hasta la angustia, que siguen escuchándose en otras salas, que no tienen el menor atractivo, ni artístico ni social ni siquiera humorístico… qué hago aquí, te repites una y otra vez, en vez de estar en casa o jugando una partido, o viéndolo, o paseando o leyendo en un sillón azul… Para esto he hecho un viaje de tres horas de avión, no sé cuántos kilómetros, esperas en aeropuertos, problemas en el hotel, días de preparación, billetes, maletas, gasto de días de vacaciones…” Y es que, más de lo que quisiéramos reconocer, el setenta por ciento de las horas del setenta por ciento de nuestros viajes, nos sorprendemos pensando cosas del estilo. El asunto es que nuestros viajes, la mayoría de las veces, distan mucho de parecerse a los literarios, a los de, por ejemplo, La vuelta al mundo en 80 días de Verne o El corazón de las tinieblas de Conrad. Es difícil que intentemos remontar el río Congo, imposible que lo hagamos en el siglo XIX e improbable que nos encontremos con personajes como Kurtzo que lleguemos al centro de la tierra.

Porque es verdad que a los que tenemos la mala costumbre de leer algunos escritores nos proponen continuamente todo tipo de viajes. Es apabullante, por ejemplo, la cantidad de títulos de narrativa que contienen la palabra “viaje”o alguna de sus variantes. Se podrían citar cientos quizá, pero quedémonos con algunos de los más recientes. Ahí nos encontramos con El viaje del elefante, uno de los últimos títulos del recientemente fallecido José Saramago. En él se narra el viaje que debe realizar un elefante, regalo de un rey portugués a un austriaco, atravesando gran parte de Europa. Ahí está también el libro de Eduardo Mendoza El asombroso viaje de Pomponio Flato, hilarante relato, como no podía ser menos en el caso del escritor catalán, de un romano en tiempos de Jesucristo, en el que los propios protagonistas de la Biblia participan en la trama. Y por último podríamos mencionar El viajero del siglo de Andrés Neuman, libro que sorprende por la variedad de temas con los que pelea el autor (escritor que, por cierto, publicó después Cómo viajar sin ver, texto que expresa el viaje que tuvo que realizar para promocionar su citada novela).

Uno de los viajes más conocidos a pesar de su carácter totalmente fantástico es el que realiza Frodo desde la Comarca hasta Mordor en El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, magníficamente llevado a la pantalla por el cineasta neozelandés Peter Jackson. Otro viaje tan fantástico pero no menos inquietante, llevado también al cine, lo realizan un padre y un hijo en la novela, relativamente reciente, La carretera de Cormac McCarthy. Los dos protagonistas buscan una salida, prácticamente imposible desde el principio, a un mundo totalmente devastado por no se sabe muy bien qué.

Resulta igualmente desasosegante el viaje que realiza una funcionaria de un régimen aparentemente totalitario a una región desconocida en el relato La sección, del húngaro Ádám Bodor. Y el entorno, o quizá el ambiente, nos trae a la mente a la escritora Kveta Legátová y su novela La transformación, ganadora del Premio Nacional de Literatura en Chequia (2002). Por otro lado, a pesar de introducirse en una dictadura asfixiante, Ismaíl Kadaré nos relata en un tono mucho más humorístico el viaje de dos norteamericanos de origen irlandés al norte de Albania en su peculiar novela El expediente H. Tampoco se podría decir que carezca de humor Sergiuz Piasecki en su El enamorado de la Osa Mayor, novela que nos habla de los viajes que repetían los contrabandistas en la frontera polaca y que, aun siendo casi exclusivamente un relato de acción, creo que aporta una visión imitable, en ciertos puntos, del comportamiento humano.

Podría acabar con el largo viaje en barco de los protagonistas del libro de Julio Cortázar Los premios, pero no me gustaría despedirme sin mencionar algún viaje literario en nuestra lengua. Y por qué no Ihes betea de Andu Lertxundi o Itzulera baten historia de Martin Ugalde

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