Hablando solos
El género diarístico como gran literatura
Txani Rodriguez
“Escribo para intentar circunscribir un mundo que con la edad se me va haciendo cada vez mayor. Cada día tengo más la sensación de saber menos, de ver a menos gente y entenderla peor, de que todo es más grande, lejano e incompresible.” Esta es la razón que empuja a Iñaki Uriarte (Nueva York, 1946) a tomar unos apuntes que compara con un juguete, “con esos trenes eléctricos que algunos adultos instalan en una habitación entera”. Dueño de un estilo natural, pulcro y muy sugerente, ha concitado el entusiasmo de los críticos y de los lectores con sus Diarios (1999-2003), publicados por la editorial Pepitas de Calabaza. “Pla dice que hay que escribir como se escribe una carta a la familia, pero con más cuidado. Aquí voy a hacerlo como si hasta las cartas fueran un alarde de retórica. Como si hablara solo”, escribe.
Los diarios constituyen una literatura personalísima, cercana, una constante que enfrenta al hombre consigo mismo, motivada por razones muy diversas, y que, en ocasiones, ha cristalizado en obras inolvidables, capaces de reflejar con gran viveza la urdimbre de cotidianidad que teje, parsimoniosa, una época y que a menudo queda sepultada bajo las grandes fechas. Ese potencial lo ejemplifica la frase que Franz Kafka anotó, en agosto de 1914, en su diario: “Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”. Estos textos, aun escritos en primera persona, pueden hacer contacto, de un modo extraordinario, con nuestra subjetividad. Es el caso –continuemos con algunos autores cercanos en el espacio y en el tiempo- del escritor Miguel Sánchez-Ostiz, que recientemente ha publicado en Alberdania Vivir de buena gana, la última entrega del dietario que comenzó a escribir hace veinticinco años. Franco y sin embargo, optimista, este Premio Euskadi de Ensayo comparte con el lector los apuntes tomados entre 2008 y 2009. A través de ellos, viajamos a lugares cercanos, como Bilbao, y a otros tan alejados como Bolivia y conocemos reflexiones y sensaciones experimentadas en este periodo de tiempo tan vital como otros anteriores en los que dejó escrito que “nadie vive destinos ajenos, cada cual vive la propia vida, como mejor se la hace o le dejan. Aceptarlo y vivirlo lo mejor posible. No hay otra”.
En un territorio vinculado al diario, encontramos Eskarmentuen paperak, de Anjel Lertxundi, publicado por Alberdania, traducido al castellano bajo el título Vida y otras dudas, y merecedor del Premio Nacional de Ensayo. Este trabajo recoge las notas tomadas por el oriotarra a lo largo de su carrera literaria. Aunque encontramos pasajes autobiográficos, Lertxundi cede protagonismo a su faceta de lector.
El caso de Juan Luis Zabala viene a confirmar que los escritores que comienzan a tomar notas no abandonan su empresa. Ricardo Pligia abunda: “Empecé a escribir un diario a fines de 1957 y todavía lo sigo escribiendo. (…) Estoy convencido de que si no hubiera empezado una tarde a escribirlo jamás habría escrito otra cosa.” Han transcurrido más de veinte años desde que Zabala abriera su cuaderno de literatura. En el año 2006 la editorial Susa publicó Inon izatekotan un compendio de esas anotaciones, las tomadas entre 1985 y 2006, que toman la forma de cuentos, poemas, artículos e interesantes reflexiones sobre aspectos que nos conciernen a todos y sobre sus inquietudes más íntimas. Zabala trata, con este cuaderno, de explicarse el mundo y a sí mismo. Otro escritor euskaldun que ha frecuentado el género es Xabier Mendiguren, quien glosó y fijó sus inquietudes, muy diversas, en Egunen harian (Elea), un libro que recogía lo escrito en su blog, alimentado a diario, entre los años 2004 y 2005. En 2006, este prolífico autor publicó Paperjalearen dieta, que compilaba entradas posteriores.
Como decíamos, este género ha sido ampliamente transitado y ha generado auténticos fenómenos editoriales. Pongamos como paradigma El Diario de Ana Frank, que constituye un sobrecogedor relato sobre la Segunda Guerra Mundial. Del mismo modo, el controvertido escritor alemán Ernst Jünger fue singular transmisor de las contradicciones, los horrores y las glorias del siglo XX, una etapa que calificó como de las más terribles de la historia. Andrés Trapiello, un diarista español celebrado y seguido, autor de la “obra en marcha”, El salón de los pasos perdidos, cuya última entrega, Apenas sensitivo, se ha publicado recientemente en Pretextos dijo sobre el autor alemán que “el tiempo ha puesto sus diarios en el centro de la labor literaria de Jünger, desplazando acaso novelas y ensayos a los que suele lastrar un exceso de analogías. Y cada vez que uno lee alguno de sus volúmenes nuevos, la perplejidad se confirma, pues pocos libros resultan tan estimulantes, tan extraños y… tan discutibles. A Jünger se le podría rebatir mucho de lo que dice, y sin embargo queda uno atrapado en esa retícula o tela de araña de vivencias, opiniones y juicios que hace tan sugestivos el tono en que están formulados. Tanto como lo que se cuenta en un diario, es importante el tono.”
Jules Renard, en cambio, supo diseccionar su propio carácter, con sus virtudes y todas sus contradicciones; André Gide plasmó en su Diario la naturaleza del alma humana; minucioso, obsesivo y algo anodino se presenta en sus escritos íntimos Thomas Mann, cuyo diario sólo pudo ser leído veinte años después de su muerte, por propio deseo expresado en su testamento; Henri-Fréderic Amiel, se retrató víctima de una educación sexual reprimida; Josep Pla guardó en su Cuaderno Gris una forma de vida que se extinguía…Todos se sirvieron de los diarios para alumbrarnos. Eligieron este género para anotar el nervio y la carne de los días que vivieron. Anaïs Nin explicó que a veces cuando le hablaba la gente, tenía la sensación de haber dicho ya en sus diarios todo lo que le pedían. “Aquí he sido auténtica, apasionada, explosiva”, confesaba. Probablemente esa sinceridad visceral sea la razón por la que, aunque hablaran solos, los más brillantes diaristas hayan sabido (y en esas continúan) hacerse escuchar.