REGRESO A GABO
Como tantos de mi generación y las dos o tres que la precedieron, con Gabriel García Márquez viré de la idolatría adolescente al calculado desapego de esos años en que crees que eres dueño de todas las certezas. Quedaba uno muy bien en el papel de martillo pilón desmitificador, pontificando incluso que era un farsante o, peor que eso en aquella época, otro producto de la malvada industria cultural de masas igual de artificial que cualquier autor de best sellers. La puntilla fue que lo bendijeran con el despreciado Nobel y aquellos libros que nos habían fascinado quedaran manchados con una sobrecubierta como reclamo para lectores que compraban por la cáscara. Desde entonces, sentenciamos lo que fuera que publicara como literatura menor destinada a consumidores de dominicales, pseudoizquierdosos de caviar y críticos cobistas vendidos al mercado. ¿El amor en los tiempos del cólera? Un culebrón. ¿El general en su laberinto? Una novelita histórica llena de trampas. ¿Del amor y otros demonios? Una de Corín Tellado con esos pomposos nombres de personajes que ya cansan. Hasta a La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile, impecable, le encontramos como pero que era oportunista y panfletaria.
En paralelo al despelleje de la obra presente, sometimos a revisión —más bien a anatema— a la pasada, la misma que nos había subyugado y, en mi caso, había supuesto el descubrimiento de las letras adultas. No hubo la menor piedad. Como si estuviéramos ajustando cuentas con el propio desencanto o como si fuéramos San Pedro negando a Jesús, abjuramos de La hojarasca, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada y, por descontado, de Cien años de soledad. En nuestro ardor iconoclasta, todos esos títulos estaban superados, envejecían fatal y, para colmo, habían alimentado a un ejército de plagiarios insufribles que parían Macondos de cuarta división.
Esa última es la única acusación que mantengo al cabo del tiempo suficiente para haberme desprendido de prejuicios y verdades esféricas. Alentado por la propuesta de escribir las líneas que tienen ante sus ojos, este verano, igual que el asesino que vuelve al lugar del crimen, me he reencontrado con Gabriel García-Márquez. Y no sólo con él. Entre las páginas de El coronel no tiene quien le escriba, inicio de mi viaje de regreso, estaba el seminiño que fui algún día, deslumbrado de nuevo por un grandioso domador de palabras… a quien le debía una disculpa y todo mi respeto.
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