Cincuenta años de ceguera

El 7 de enero de 1961, los residentes de Getxo fruncieron el ceño al abrir el periódico. Uno de sus vecinos, Ramiro Pinilla, acababa de ganar el Premio Nadal con una novela titulada Las ciegas hormigas. Su perplejidad la causaba que nadie supiera de un escritor con ese nombre que viviera allí. Ramiro Pinilla era un desconocido. Eso cambió con Las ciegas hormigas, novela que narraba la dura lucha de una familia de Getxo por hacerse con parte del carbón de un carguero inglés embarrancado en La Galea. A esta novela la siguieron otras, y en 1972 una de ellas, Seno, fue finalista del ya por entonces muy mediático Premio Planeta. Ramiro Pinilla no sólo ya era conocido, sino que disfrutaba de una trayectoria literaria consolidada.

Pero entonces las cosas cambiaron. Descontento con la forma de actuar de las editoriales, Ramiro Pinilla se apartó de ellas. Para la mayor parte de los lectores, esa decisión lo sumió en la oscuridad. Desapareció. Esto no significa, sin embargo, que abandonara la escritura, ni tampoco que dejara de publicar. En sellos marginales y en el proyecto Libropueblo -libros vendidos a precio de coste y con distribución manual- aparecieron obras como ¡Recuerda, oh, recuerda! (1975), Andanzas de Txiki Baskardo (1979) y Huesos (1997), en las que Ramiro Pinilla siguió indagando en las vidas de los habitantes de Getxo y convirtiendo este decorado en un espacio mítico a la manera del Yoknapatawpha faulkneriano.

Después de tres décadas al margen de los circuitos comerciales, Ramiro Pinilla volvió a la luz en 2004, lo que para algunos lectores significó un reencuentro con el autor y para muchos otros un descubrimiento. Ese año llegó a las librerías La tierra convulsa, primera parte de una trilogía bajo el título global de Verdes valles, colinas rojas, un opus mágnum que enmarca la obra anterior de Pinilla, desarrolla nuevas tramas y esboza otras a explorar en libros posteriores. Poco después aparecerían las dos partes restantes: Los cuerpos desnudos y Las cenizas del hierro.

Ahora, cuando se cumplen cincuenta años de su publicación, se reedita Las ciegas hormigas. ¿Y con qué nos encontramos? Con un libro que en todo este tiempo no ha perdido ni un ápice de su fuerza. Con una historia de resonancias épicas, a la manera de un western. Con una familia que se enfrenta al acantilado de La Galea, al odio de sus vecinos, a la justicia y a sus propios principios con tal de conseguir un poco de sucio carbón para calentarse en invierno. Con uno de los mejores arranques que quien esto escribe haya leído: «Estaba junto al padre, mirando el barco de cinco mil toneladas que sabíamos se hundiría irremediablemente». Con unas hormigas tan tenaces y ciegas, tan merecedoras de lástima y admiración como el primer día.

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