La jungla urbanizada

La Amazonia es urbana, escribe Bernardo Gutiérrez. La mayoría de sus habitantes vive en ciudades, muchos trabajan en industrias de tecnología puntera, y llevan vidas tan urbanitas que las verdaderas lianas de la selva son ahora las de la red social Orkut, el Facebook brasileño.

La Amazonia, por supuesto, no es sólo urbana. Acecha siempre la jungla devoradora, el territorio inquietante de los indígenas en reservas, de las masacres silenciosas, de los oscuros ritos de baile y trance, de los delfines que preñan a las mujeres y las hormigas que muerden con fuego. Pero el autor deja clara su apuesta desde la primera línea: en esta región de mitos desmesurados –hasta su nombre, Amazonas, nace de una exageración-, él va a mirar a pie de calle. La sociedad urbana parece un material más prosaico, a menudo esquinado por escritores que exprimen el tópico, la leyenda hinchada, la exploración fantasiosa, pero es precisamente en esa sociedad en la que palpita el presente y en la que se decide el futuro de la Amazonia. Para conocerla, el viajero y periodista Bernardo Gutiérrez emprende un viaje en el que va hilvanando sus cinco años de experiencias anteriores en esta selva.

Empieza en la remota Manaos, ciudad anfibia, cuyo palacio de la ópera levantado en plena jungla es el icono de los delirios que arraigaron en los tiempos pioneros. Las leyendas de la fiebre millonaria del caucho -los mármoles traídos desde Europa, la actuación fantasma del tenor Caruso, el inglés traidor que exportó la semilla y trajo la ruina- sirven para que cualquiera elabore unos párrafos de prosa turística, de esa que viene en la Wikipedia. Pero Gutiérrez va mucho más allá con su oficio reportero, el que nutre los momentos más intensos del libro. Visita a los sateré mawé, que no son indios de documental, sino un grupo de familias indígenas atraídas por la urbe y ahora ancladas en las afueras de Manaos, en un campamento miserable, meneadas entre las promesas políticas y la represión. Conoce a otros personajes fuera de órbita -una violinista búlgara, un ejecutivo brasileño retirado a la selva, un hostelero alemán-, que también buscaron en el Amazonas riquezas, o un paraíso, o por lo menos otra vida. “Aquí llegan miles de personas buscando un sueño”, dice el alcalde de Manaos, el de las promesas volátiles, “pero no hay sitio para todos”.

Desde Manaos hasta Belém, de afluente en afluente, esa es la selva que refleja el libro: la de la batalla por encontrar un sitio en este mareante ecosistema humano. Buscan su sitio los indígenas desnortados, los descendientes de los africanos que huyeron río arriba y fundaron reinos ocultos, incluso los esclavos de los latifundios del siglo XXI, que a veces son liberados por operaciones policiales como a la que acompaña el autor.

Cuando el pasado amarillea, empieza a sonar épico: exploradores, conquistadores, colectores de caucho, buscadores de oro. Entonces Gutiérrez muestra el presente embarrado: mafias madereras, multinacionales de la soja, rodillos evangelistas. Muestra que donde hubo conquistadores hay conquistadores, donde hubo esclavos hay esclavos. Ahora todos confluyen en los muelles y las calles del Amazonas.

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