Cielo sobre BERLIN

Hacía tanto que no me mandabas un email… Y me dices que sigues dando gran importancia a la música que escuchas mientras viajas. Me cuentas que mientras volabas hacia Berlín (un vuelo barato y puntual) tuviste la tentación de meter en tu i-pod algo de von Karajan, pero que al final ganaron tus gustos de siempre: Nick Cave y Leonard Cohen (“first we take Manhattan, then wetake Berlin”). Me refieres un libro precioso de Emine Sevgi Özdamar, llamado Extrañas estrellas, que cuenta que Bertolt Brecht, cuando murió, tenía varias amantes. Su mujer lo sabía y encargó al Berlín occidental siete pares de medias negras finas, metió cada par en un sobre y se las mandó a cada amiguita de Brecht con una nota: “Bueno, fulanas, para que aparezcáis decentemente en el entierro”. Que la moral y las medias perteneciesen a diferentes partes de la ciudad tenía, por aquel entonces, su lógica. El mercado negro, tantas veces reconstruido por Lubitsch y Wilder en escenarios de cartoné… Me dices que aquello que decía John Banville sobre los placeres de la guerra en Londres, bien podría aplicarse a Berlín: “No me refiero a esa nueva y cálida sensación de solidaridad que se supone que todo el mundo experimentaba, ni a mantener la moral ni el fuego del hogar ni todas esas chorradas; no, a lo que me refiero es al libertinaje, voluptuoso y lánguido, con cierto tufillo a azufre, que se nos concedía debido a la permanente posibilidad de una muerte inminente, indiscriminada y violenta….”Y después, lo sé, en el siguiente párrafo me hablarás de Marlene Dietritch y de Rossellini, de Edmund, el niño más triste de la historia del cine, que, en Alemania, año cero acababa suicidándose sin que los ángeles que pueblan Berlín se dignasen a ayudarlo. ¿Aún hoy permanece la brecha, el muro virtual? Me dices que sí, que aún se distinguen las calles de uno y otro lado gracias a las farolas, que brillan con menos intensidad en la ex RDA.

Que aunque no quede ni rastro de la Alemania de Alfred Döblin en Berlín Alexanderplatz, y el páramo que aparecía en Cielo sobre Berlín sea ahora pasto del neón, Berlín sigue manteniendo su músculo creativo. Quizá no el mismo que inspirase en 1973 el disco más oscuro de Lou Reed, pero músculo al fin y alcabo… Me hablas de películas que no he visto y que esperas que lleguen pronto aquí, películas, aseguras, más impactantes aún que Berlín está en Alemania y La vida de los otros. Me cuentas que leíste en el avión Opiniones de un payaso, y que yo estaba equivocado, que elpayaso Hans no es de Berlín, sino de Bonn,pero que igualmente te gustó este clown arruinado y obcecado. Me sugieres que lea Los silencios del Dr. Murke de Böll (“ahí si aparece Berlín”). Dices haber encontrado un pequeño Kino en el que proyectan películas de Fassbinder. Que vaya a visitarte cuando quiera, que no me conforme con la novela gráfica de Jason Lutes (Berlín, ciudad de piedras), ni con ese otro pedrusco de Martin Kessel llamado El fiasco del señor Becher, que narra todo lo relativo a los años anteriores a la ascensión del fascismo. Abandono el ordenador, enciendo la radio y me entero de que han desalojadoa 5.000 personas en el céntrico barrio berlinés de Wilmersdorf para desactivar una bomba de quinientos kilos que quedó empotrada en el subsuelo durante los bombardeos aliados de la II. Guerra Mundial. Así de indefensos estamos: encontramos una bomba antigua, caída del cielo, y ya no sabemos qué hacer con ella.

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