LA HUELLA DE LOS GENTILES
La huella de los gentiles – Un paseo por parajes de leyenda
Será el fin de nuestra raza. Ha nacido Kixmi –dijo el más anciano tras ver desde las campas de Argaintxabaleta, en la sierra de Aralar, la nube que avanzaba amenazante. Nunca hasta entonces había llovido ni el cielo se había nublado. Y muchos gentiles se lanzaron desde la peña empujados por el miedo, y rodaron ladera abajo hasta el valle de Arraztaran, donde se escondieron bajo una losa, Jentilarri, quedando sepultados. Es lo que cuenta la leyenda, las historias que alrededor del fuego, aún hoy en día, se cuentana los más pequeños. Yo era apenas un niño cuando sucedió, pero recuerdo el temor en los rostros de muchos de aquellos grandes hombres, acogotados bajo el peso de aquellos nubarrones, atenazados por las palabras del mayor de sus mayores. Muchos murieron, sí, pero algunos quedamos con vida. Nos escondimos en los bosques más profundos, en las cuevas más oscuras, las Jentiletxeak. Nosotros, los que hasta entonces fuéramos gigantes de fuerza descomunal, nos veíamos obligados a capitular, a vivir como alimañas. Entonces comenzaron aquellas noches oscuras en las que junto a las llamas danzantes de la hoguera recordábamos otros tiempos mejores, aquellos en los que la sierra de Aralar era de nuestro dominio, nuestro hogar. Aquellos en los que jugábamos interminables partidos de pelota con grandes pedruscos. Como los que se disputaban en la cima del monte Murumendi. Era tal el brío y la fuerza, que en uno de esos encuentros la roca que usaban como pelota se partió en dos y cayó un trozo en la peña Gaztelu, y la otra en la peña de Saltari, no lejos del paraje de Alotza. Oía esas historias y me imaginaba lanzando enormes pedruscos a largas distancias, como la que llegó hasta la punta de Alcolea, un bloque calizo en la costa entre Mutriku y Deba, que dicen lanzó un fuerte gentil desde el monte Arno. O la andanada de rocas que el grandullón y envidioso Sansón envió con su honda a los parajes de Txoritegi, no muy lejos de Zerain, desde Aizkorri. Quería arruinar la belleza de nuestras praderas, las de Aralar, pero resbaló y erró el tiro. ¡Menudas risas hicieron nuestros antepasados! Dicen que con la llegada de Kixmi, Cristo, los gentiles desaparecieron. Pero no es verdad. Aquel miedo inicial que se llevó a los más débiles dio pasoa una nueva era. Nosotros ayudamos al cristianismo a ocupar su lugar. Yo era ya un adolescente cuando participé en la construcción de la ermita de Zumarraga. Disfruté como el niño que aún era lanzando piedras de arenisca desde Aizkorri y guardo como recuerdo de aquello un dedo torcido, roto al engancharse en uno de los pedruscos, el mismo que con las marcas de mis dedos puede verse junto a la puerta de entrada. No fue la única iglesia de nacida con nuestra ayuda, también la de Markina, con piedras de Santa Eufemia; la de Nuestra Señora de Aitziber, en Urdiain; la de Elkano, que con motivo de una apuesta, levantaron en una noche entre tres gentiles. Y tantas otras…Y las tardes calurosas de verano recuerdo haber ido en dos zancadas, junto a mi padre, hasta Jentiliturri, cerca del castro de Intxur. Tras un largo trago de agua en la fuente, nos sentábamos entre los valles de Oria y Urola para disfrutar del panorama. Teníamos a nuestros pies los pueblos del Goierri y los montes de Euskal Herria. Vislumbrábamos las cuevas de los montes de Muskia,en cuyos alrededores se recogían cantidades ingentes de cereal, o los riscos de la peña bicéfala de Gazteluberri. Y la majada de Olerre, junto al puerto de Etxegarate, donde se asentaban las ferrerías de un grupo de gentiles. O la bella Oiartzun, asomada al mar, y que mi padre me contaba cómo había ayudado a su construcción acarreando rocas desde el monte Jaizkibel. También veíamos el valle de Olatz en Mutriku, donde asomaba Jentiletxeta, cerca del monte de Arrigorrieta,donde vivían unos parientes nuestros. Si mirábamos hacia Bizkaia, estaba Jentilzulo, en Orozko; y Jentillarri, entre el barranco de Urdiola, en Arrankudiaga, y el castillo de Arakaldo, donde alguna vez habíamos ido a jugar partidasde bolos. Junto a las cuevas de Balzola, en Dima, destacaba el hermoso puente de Jentilzubi. Y si la vista se paseaba por Nafarroa, entonces veíamos las Jentilzulo o cuevas de Leitza, cerca del puente de Ozparrun. Y Jentileo, la ventana de los gentiles, en lo alto de la peña de Laiene de Urdiain, mientras que en Arano, las campas de Jentilbaratza aparecían sembradas por las rocas lanzadas desde otros confines. Allá donde la vista llegaba, estaba la huella de mi tribu. Dicen que con la llegada de Kixmi, Cristo, se acabó nuestra raza. No se lo crean, son las malas lenguas. Las cuevas siguen siendo oscuras y profundas y en las selvas de hayas y robles, en las noches oscuras de invierno, aún se oye el crepitar del fuego en torno al que contamos historias de otros tiempos.