La naranja lunar

Da la impresión de que una de las tendencias más generalizadas entre los escritores es la de crear mundos sugerentes, imaginados, posibles, pero inexistentes en el momento de la escritura, al fin y al cabo. Y, evidentemente, uno de los paisajes más sugerentes, más imaginados y, qué duda cabe, totalmente inexistente para el ser humano, es el futuro. Quién podría imaginar hace escasamente veinte años que un porcentaje importante de nuestras actividades se realizasen hoy en día por medio de algo llamado Internet… Y es así como muchos de los más grandes escritores de todos los tiempos se han lanzado a escupir hipótesis, muchas de las cuales no nacían con la intención de predecir lo venidero, sino con la vista puesta en denunciar el camino tomado por la civilización, un grupo social concreto o algunos individuos en particular. Otros, por el contrario, sin duda con un carácter menos ambicioso, imaginaban mundos futuros por el simple placer del juego intelectual, pero ambos lo hicieron con ciertas dosis de acierto, incluso sorprendente hoy, que vivimos su futuro.

Desde que conocemos la escritura, por tanto, parece que ha existido ese deseo de expresar mediante signos lo que podía deparar el futuro. Todos hemos oído hablar de profecías de antiguas civilizaciones, seguramente muchas de ellas estructuradas en forma de relato. La propia Biblia, en algunos de sus pasajes, habla de lo que vendrá, y la mayoría de los libros religiosos, probablemente, actuarán de la misma manera; todas las mitologías están llenas de adivinos, profetas, oráculos…

A finales del siglo XIX llegó la llamada ciencia ficción, en la que escritores interesados por las actividades científicas nos relataban hacia dónde iba esta rama del saber, hasta dónde podía llegar en el futuro o, en algunos casos, simplemente las posibilidades que encerraba –posibilidades que sugerían fuesen exploradas y que, de hecho, en muchos casos, fueron desarrolladas en el futuro y siguen siéndolo hoy en día. Así nacieron obras como La máquina del tiempo o Los primeros hombres en la luna de H. G. Wells o cantidad de títulos de Jules Verne: Viaje al centro de la tierra, Veinte mil leguas de viaje submarino, De la tierra a la luna… Es fácil caer en la cuenta de que la obsesión de muchos escritores anteriores a la misión del Apolo 11, era llegar a la luna, por eso muchos críticos creen que la ciencia ficción es anterior al siglo XIX, ya que estos viajes lunares aparecen mucho antes: Luciano de Samosata (siglo II) mandó un barco a la luna en su Historia verdadera, en la que reconoce que la única verdad que dice es que miente, Cyrano de Bergerac (siglo XVII) contó en primera persona lo que vivió en aquel planeta en su libro El otro mundo, lo propio hizo en el mismo siglo Johannes Kepler en Somnium y otro tanto el Barón de Münchhausen en la siguiente centuria. A pesar de todo, dicen los que conocen el tema a fondo, que el primer libro de ciencia ficción pura es Frankenstein de Mary Shelley, en 1818.

Ya en el siglo XX, la tendencia a imaginar el futuro ha ido en aumento, como no podía ser menos. La mayoría de los autores que se han dedicado a ello, poseen una extensa bibliografía, por lo que únicamente se pueden citar unos pocos títulos, a veces quizá no los más representativos. Ahí encontramos a Isaac Asimov con Yo, robot, a Aldous Huxley con Un mundo feliz, a Stanisław Lem con Solaris, a, por supuesto, George Orwell con 1984 o a Anthony Burgess con La naranja mecánica.

También el cómic o la hoy llamada novela gráfica es un terreno fértil para este tipo de temas, y por citar alguno de los cientos de títulos, podíamos señalar El Incal, de A. Jodorowsky y Moebius o El Eternauta, de H. G. Oesterheld y F. Solano López.

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