Puertas de DUBLIN

Veo al alcalde gritar desde un balcón:

“¡Dublineses, dublinesas…!”

No. Me he confundido de película. Estaba soñando. En los vuelos de bajo coste se sueña raro. Como siempre que viajamos, viajamos para serotros. Así lo hace John Banville cuando se disfraza de Benjamin Black y escribe novela policíaca. Así pretende hacerlo ese joven sentado en el asientode al lado, que trae consigo una guitarra en su estuche:ha pagado dos pasajes de avión, el suyo y elde su instrumento. No ha de extrañarnos; nos dirigimosa tierra de músicos, nos esperan calles llenasde gente actuando en directo y congregando alos viandantes en cada esquina. Desde luego, notenemos dinero suficiente para cambios radicales. No nos llega para una noche en The Clarence, hotel regentado por los miembros de U2 (465 euros la noche, nada menos). Queremos ser otros, sinembargo. Me dices que las cosas son diferentesallí, en Dublín. Que la Guinness es más oscura ytiene una textura más densa y un sabor de más calado. Hace años me enviaste una postal mojadaen tu pinta del Temple Bar, ¿recuerdas? La postalsigue ahí en la librería, acartonada y descolorida. Es un brindis en la distancia.

Repasamos el mapa con el dedo: los muelles de Ringsend y el estudio de Francis Bacon, que, segúnla guía “falleció inesperadamente” en Madridy cuyo estudio dublinés permanece tal cual lodejó, como si hubiese bajado a comprar tabaco.

No hemos leído Ulises de Joyce antes del viaje,pero sí tienen razón quienes dicen que la ciudady el libro son uno, quizá no sea preciso hacerlodespués de atravesar sus calles. Dublineses sí, lahemos leído y releído. Pocos libros como éste, en el que la sintaxis respira adoquines en cada frase.

Nos dirigimos antes que nada a Ha\\\\\\\\’ PennyBridge. El mítico puente peatonal sobre el Liffe y cuyo tránsito se cobraba en su día ese medio peniqueque le da nombre. El puente es de una escalatiernamente humana: nos miramos al cruzarnos. Nos asaltan ganas de saldar deudas y saltar desdeeste puente como lo hiciera Mira Sorvino al final de la película Lulu en el puente de Paul Auster.

Irlanda: cuatro millones de habitantes y cuatro premios Nobel de Literatura (Yeats, Shaw, Beckett, Heaney: cuatropatas de una mesa de pubde madera vieja). Pero, en literatura, el orgullo patrio llega siempre a posteriori: la mayoría de los grandes escritores irlandeses, hoy celebrados, tuvieron que salir fuera para escribir y cosechar cierto éxito. Cerca de North Merrion Square encontramos una estatua del autor de De profundis. Posa eternamente quien dijo que ser natural es la más difícil de las poses. Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wide, era el nombre completo del gran escritor:y es precisamente, gracias a sus extravagantes iniciales OFOWW como una de las protagonistasde la novela La sociedad literaria y el pastel de pielde patata de Guernsey descubre que ciertas cartaspertenecieron al genial autor.

Queda hablar de las puertas de Dublín, pintadasde diferentes colores para que los borrachos olvidadizos identifiquen con más facilidad supropia casa al volver de madrugada: ni siquierahan de recordar el número de su portal. Les bastacon recordar que su puerta es amarilla. Puertas amarillas. Páginas amarillas. Libros amarillos que abandonamos para dirigirnos hacia otros más oscuros: dejamos la cerveza Guinness y nos aventuramos hacia el whisky Jameson, partimos hacia Galway, esperando encontrar en sus calles a Jack Taylor, el personaje de Ken Bruen, ex policía aficionado a la literatura que recorre las calles investigando todo tipo de crímenes: Maderos, La matanza de los gitanos…

Apuramos el último sorbo de Dublín mientras suena en el pub una canción de un disco de The Frames: Burn the Maps. ¿Nos atreveremos?

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