“La dama blanca de Champaña” Begoña Pro

Begoña Pro reivindica a las mujeres de la Edad Media en La dama blanca de Champaña

La fascinación que la escritora Begoña Pro Uriarte sentía por la infanta Blanca de Navarra, una mujer de gran coraje que tuvo que luchar en unas circunstancias especialmente difíciles, es el germen de esta novela histórica de aventuras, con el reino de Navarra de fondo.

¿A quién hace referencia La dama blanca de Champaña?

A Blanca de Navarra, una de las hijas menores del rey Sancho VI el Sabio y de Sancha de Castilla. En 1199 se casó con Teobaldo III de Champaña en un matrimonio concertado por Leonor de Aquitania, abuela del conde champañés y madre de Ricardo Corazón de León, casado precisamente con Berenguela, hermana de nuestra protagonista. La infanta navarra se convirtió en la condesa palatina de Champaña y Brie, uno de los condados más ricos de Europa, gracias a los beneficios que obtenía de sus famosas ferias.

La novela tiene dos escenarios principales, Navarra y Champaña. ¿Cómo consigues unir literariamente dos puntos tan lejanos geográficamente?

El nexo de unión son los personajes de Andrea García de Pallars y Juan Pérez de Arróniz. En Navarra se acaba de conocer la noticia de que el hijo bastardo de Sancho VII el Fuerte, Guillermo, a quien el rey había designado como su sucesor, se ha desnaturalizado del reino y se ha convertido en un mercenario al servicio de Aragón. Este hecho va a precipitar la partida de Juan Pérez de Arróniz hacia el condado champañés. Su misión será espiar a Teobaldo IV de Champaña, hijo de Blanca y sobrino de Sancho VII, para saber si es digno de que los nobles le ofrezcan la corona del reino cuando su tío fallezca. En Champaña se encontrará con Andrea, dama de Blanca. Ambos se convierten en el eje que une ambos territorios, como antesala de lo que más tarde significará Teobaldo I.

Has centrado tu interés en Blanca de Navarra, aunque en la novela se trata de un personaje secundario. ¿Por qué Blanca de Navarra?

La vida de Blanca, como la de la mayoría de las mujeres de la Edad Media, se ha quedado en un segundo plano. Y me planteé contar la historia de una mujer que hubiera destacado, aunque a través de otra mirada. Mi admiración por Blanca deriva de las circunstancia que le tocó vivir: se casó con Teobaldo III y tuvieron una hija. Poco después, se volvió a quedar embarazada. Pero el conde murió repentinamente, dejando a Blanca en una situación crítica.

¿A qué tuvo que hacer frente?

La sucesión del condado quedó en el aire, con una niña pequeña y un hijo no nato del que no sabía su sexo. Blanca enterró a su esposo, pero no se recreó en su pena. De inmediato, se amparó en los dos únicos hombres que la podían ayudar: el papa y el rey de Francia, a quien debía vasallaje. Lo normal habría sido que el rey francés se hubiera desentendido del tema. La mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años y guardar los territorios de Champaña y Brie durante tan larga minoría, sin un señor que los gobernara, era casi una locura. Pero Blanca se las ingenió para convencer al rey de que reconociera a su hijo como sucesor de Teobaldo III, aún sin haber dado a luz, y se convirtió en regente del condado de Champaña y Brie. Su cometido no fue fácil, muchos nobles se sublevaron. Pero lo consiguió, guardó el condado para su hijo y le entregó la herencia de su padre intacta. Y, a la vez, supo preparar su camino para que heredara el reino de Navarra.

La protagonista, Andrea García de Pallars, tampoco se arredra ante nadie. ¿En quién te has inspirado?

El personaje nace de una deuda que tenía. Desde hace tiempo, mi hija, que se llama Andrea, me preguntaba medio en broma, medio en serio, a ver cuándo iba a ponerle su nombre a uno de mis personajes. Yo le decía que en la Edad Media su nombre no existía, hasta que un día, leyendo el archivo documental de Sancho VII el Fuerte, me di de bruces con una cita en la que aparecía una referencia a Andrea García de Pallars. Así nació el personaje de Andrea, al que mi hija donó el color de sus ojos y el de su pelo. Para completar su carácter me he fijado en el personaje histórico de Leonor de Aquitania y en las mujeres más cercanas a mí: madre, tías, amigas…. Ellas me han inspirado este personaje.

Según la historia que nos ha llegado, Sancho y Teobaldo no congeniaron. ¿Cuáles pudieron ser los motivos de las desavenencias entre ambos?

Entre Sancho y su sobrino había no solo un distanciamiento generacional, sino también de caracteres y de educación. Cuando se conocieron, Teobaldo tenía 24 años y Sancho rondaba los 70; Teobaldo había sido educado en las mejores escuelas de Francia, era la época del amor cortés y de las grandes cruzadas. Sancho se encontraba en la recta final de su vida, los esfuerzos del pasado empezaban a hacer mella en su salud y su colosal tamaño comenzaba a derivar en una gordura que le impedía moverse con agilidad. No ha trascendido si hubo algún enfrentamiento directo entre ambos, pero hay indicios que así lo hacen sospechar. Como el hecho de que, tras su entrevista, Sancho nombrara a su hijo bastardo, Guillermo, como su heredero. O que, cuando este se marchó del reino, pensara en Jaime I de Aragón como su sucesor antes que en Teobaldo. Por su parte, cuando Teobaldo fue elegido para suceder a su tío, prefirió adoptar el escudo pomelado de su abuelo, Sancho VI, a colocar en él el águila negra de Sancho VII.

Las intrigas palaciegas junto con la rivalidad y guerras entre aristocracia y el rey también ocupan un lugar principal en esta novela.

En Navarra, los nobles conspiran para nombrar a un heredero a espaldas del rey. Mientras, en Francia hay también una serie de nobles sublevados en contra de la regencia de la reina Blanca de Castilla, madre de Luis IX, quien en la fecha en que se desarrolla la novela contaba con trece años de edad. Teobaldo, como conde de Champaña y Brie, forma parte de esa rebelión y se va a ver envuelto en todas las intrigas.

El personaje de Sancho VII el Fuerte es una constante en tus novelas. ¿Cómo lo describirías?

Sancho VII es un personaje complejo, marcado por su perfil físico y por la herencia histórica que recibió. Hay que mirarlo con la admiración y el temor que despertaría un hombre de 2,22 metros, pero también desde la incomprensión y el rechazo social que produciría un hombre aquejado tal vez de alguna enfermedad como el gigantismo, que en su vejez terminó abocado a un aislamiento casi total. A ello hay que unir la herencia de un reino al que su abuelo había resucitado de sus cenizas y su padre había renombrado como reino de Navarra. Un territorio amenazado por Aragón y Castilla y que el pontificado se negaba a reconocer como reino.

Sientes gran respeto por él.

Sancho era tenaz y obstinado y logró que se le restituyera el título de rey de Navarra. Además regresó de la batalla de las Navas de Tolosa con inmensas riquezas y supo hacer buen provecho de ellas. Se convirtió en prestamista de otros reinos y, durante los últimos años de su vida, se dedicó a comprar terrenos a los nobles y a hacerse prohijar por viudas que le cedían sus riquezas. Algunos lo tachan de avaro. Yo más bien creo que supo entender muy bien su situación. Los terrenos reales no podían ser enajenados ni vendidos por las lealtades de los nobles a otros reinos. Él, que perdió la partes de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado que pertenecían al reino, quiso asegurarse de que el territorio de Navarra no se volviera a disgregar. Y se puede decir que, prácticamente, la extensión actual de Navarra sigue siendo la misma que la que nos legó Sancho VII.

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