Una historia de intriga ambientada en Navarra, trepidante, llena de giros inesperados y con un final imprevisible

Nada que perdonarAlberto Ladron AranaAlberto Ladron Arana (Pamplona, 1967) es, sin duda, uno de los autores en lengua vasca que con más éxito ha cultivado el género de intriga y misterio en los últimos años. El público euskaldun celebra con regocijo la aparición de cada una de sus novelas, que se reeditan una y otra vez. El año pasado publicó una de ellas traducida al castellano, Las manos del Carpintero, y ahora reincide con Nada que perdonar, una historia básicamente ambientada en Navarra, trepidante, llena de giros inesperados y, como de costumbre, con un final imprevisible.

El año pasado publicó en castellano Las manos del Carpintero y ahora es el turno de Nada que perdonar. No parece mala señal.

Supongo que no, supongo que ha tenido buena acogida. En todo caso, es un motivo de alegría que Txertoa confíe de nuevo en una de mis novelas. La versión en euskera de Nada que perdonar (Zer barkaturik ez, Elkar) se publicó hace algo más de dos años y ya va por la cuarta edición. Espero que reciba también una buena aceptación por parte del público castellanoparlante.

Nada que perdonar es una novela que sin duda lleva la marca de la casa.

Sí, quise que tuviera algunas de las características que más habían gustado en novelas precedentes: un comienzo emocionante, que sumerja al lector en el misterio desde el primer capítulo, un desarrollo frenético, repleto de vueltas de tuerca, y un final inesperado, que sorprenda al lector y le deje con la sensación de que el viaje ha merecido la pena.

Sorprende la cantidad de mimbres que utiliza y lo bien trabados que están. Cabe suponer que usted dedica tanto o más tiempo a confeccionar el cesto que propiamente a escribir. ¿Hasta qué punto tiene todo atado y bien atado cuando se sienta ante el ordenador?

Desde luego, armar la trama es lo que más esfuerzo requiere en estas novelas. El mecanismo debe funcionar de manera sincronizada y, además, todo debe fluir de forma natural y lógica… a la par que emocionante. Lo ideal sería que desde el principio existiese ya una idea clara de cuál va a ser el desenlace y, en función del mismo, abocar hacia él capítulos y personajes. En la práctica, el proceso suele ser más caótico, ya que en ocasiones aparecen nuevas ideas que cambian por completo la trama inicial.

La novela se desarrolla en la actualidad, pero, una vez más, aparece como telón de fondo un oscuro suceso acaecido en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Es evidente que siente especial interés por ese período histórico. ¿Por qué?, ¿qué le atrae de él?

Fue un periodo muy intenso y muy rico en pequeñas y grandes historias, lo que lo hace muy atractivo como telón de fondo de una novela. Aquí nos afectó en muchos aspectos, incluso a quienes no se vieron directamente envueltos en la contienda. Además, los años treinta y cuarenta, a diferencia de épocas más lejanas, cuentan con la ventaja de que algunos de sus protagonistas o sus descendientes directos pueden seguir vivos e intervenir en la trama.

El protagonista de Nada que perdonar, Mikel, está de baja por depresión, pero, en conjunto, puede decirse que todos los personajes están en crisis. También Ane, la protagonista de Las manos del Carpintero, lo estaba. ¿Por qué esa querencia? Algo tendrá que ver, quizá, con que usted haya estudiado Psicología.

Es verdad que mis personajes tienen en común hallarse en crisis, pero también no rendirse ante la adversidad. En Nada que perdonar, Mikel lucha como puede por su felicidad y, cuando se le presenta la oportunidad de conseguirla, se aferra a ella con uñas y dientes. ¿Por qué esa querencia? Porque creo que dotar de cierta dimensión psicológica a los personajes facilita que el lector se idenfique con ellos y las peripecias que viven; en definitiva, que se enganchen a la historia. En Nada que perdonar puse especial énfasis en este aspecto. Quise que los personajes fuesen alguien, no una mera excusa para la acción. Los lectores en lengua vasca lo apreciaron y espero que también lo hagan los castellanoparlantes. Y, en cuanto a mis estudios, desde luego, les saqué partido literario, pues muchos de mis personajes serían dignos de aparecer en los manuales de Psicopatología. Algunos, incluso en el póster central.

El humor, fundamentalmente a través de la ironía (a veces el sarcasmo) de Mikel, está muy presente en Nada que perdonar. ¿Más, quizá, que en sus anteriores novelas?

Sí. En alguna novela anterior ya recurrí al humor, pero circunscrito a situaciones concretas. En Nada que perdonar, en cambio, con un protagonista en crisis y los aprietos a los que tiene que enfrentarse, creí imprescindible reforzar su presencia. Mikel no atraviesa por su mejor momento, pero sabe responder con humor negro a los problemas y peligros que se le presentan. No puede competir en el grado de coacción y violencia con la policía ni con los matones que le acosan, pero sí en ironía e ingenio. Son sus armas para conservar la cordura.

En Nada que perdonar también está presente, y eso es una novedad en su novelística, el romance, el amor romántico.

Bueno, en mi novela Xake Mate ya había algo de romance, pero es verdad que en Nada que perdonar puse toda la carne en el asador. Al principio, tuve mis recelos, por tratarse de un terreno en el que literariamente no me había movido. Pero enseguida comprobé que me sentía más cómodo de lo que pensaba y, desde luego, el resultado me satisfizo. Creo que esa parte de romance que tiene la novela funciona, la enriquece y le da un tono diferente.

Los autores en lengua vasca se lamentan con frecuencia, usted mismo lo ha hecho en alguna ocasión, de invisibilidad. Es decir, que, con independencia del interés y calidad de sus obras, incluso cuando estas se traducen, pasan prácticamente desapercibidas para el público no euskaldun. Pero, dígame, alguien que habitualmente lee novelas de intriga en castellano, que puede escoger en la librería no solo todo lo que originalmente se escribe en este idioma, sino también los best-sellers del género que llegan del mundo anglosajón o los países nórdicos, ¿por qué habría de decantarse por Las manos del Carpintero o Nada que perdonar?

Antes que nada, porque son buenas historias. Y, espero que nadie me malinterprete, no lo digo con arrogancia, sino porque lo creo sinceramente. Si no lo dijese como lo siento, estaría pecando de falsa modestia (además de que podría despertarme un buen día al lado de una cabeza de caballo colocada en mi cama por el editor, y, encima, con razón). A partir de ahí, las motivaciones de los lectores pueden ser diferentes, pero creo que una muy importante es que mis novelas están ambientadas en un entorno cercano, con paisajes, personajes, situaciones y hechos históricos familiares. Y eso, para muchos de nosotros, y me incluyo porque antes que escritor soy lector, es un plus. En teoría, sabemos ya desde hace mucho que las novelas policiacas no tienen por qué circunscribirse al mundo anglosajón. En la práctica, sin embargo, no parece que esté tan asumido. No obstante, yo creo que esto está cambiando bastante en los últimos tiempos, en buena medida gracias al éxito de los autores nórdicos. Si en países prósperos y aparentemente con escasa conflictividad social y política puede ambientarse una novela negra de calidad, ¿cómo no vamos a poder hacerlo aquí, con una historia reciente tan convulsa como la nuestra? No hace falta ni abrir un libro de historia, basta con ojear el periódico para encontrar mil y un informaciones que parecen sacadas de un relato de misterio. Quizá es algo que ya sabíamos pero no nos creíamos del todo: ya no hacen falta personajes que compren en dólares, llamen al sheriff o vayan a ver baseball; con euros, forales y Osasuna se pueden ambientar tan buenas historias de intriga como en cualquier otra parte.

Precisamente, la actualidad navarra está plagada de sucesos que bien podrían haber salido de una novela del género. Corre el rumor de que los escritores de ficción consideran la proliferación de noticias de este tipo poco menos que como “competencia desleal” y se plantean alguna iniciativa colectiva al respecto. ¿Puede confirmarlo o desmentirlo?

Desde luego, es muy difícil competir con la realidad navarra actual: sobres en las murallas, circuitos fantasmas, políticos zombis… El intrusismo ha alcanzado un nivel que resulta ya insoportable, porque quienes lo practican, además de con un presupuesto ilimitado, cuentan con una imaginación para el delito y el relato de ficción que ya quisiéramos algunos. Nos han puesto el listón demasiado alto. Los escritores de ficción contamos además con un hándicap de credibilidad: si algunos de los hechos que han ocurrido últimamente en Navarra los hubiésemos incluido en una novela, chirriarían, por inverosímiles. Pero lo peor es que, después de leer un periódico, nuestras novelas parecen sosas. ¡Que se dediquen a gobernar en lugar de a dejarnos mal ante nuestros lectores!

 

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