Cuando el autor es el protagonista
Muchos novelistas aparcan en algún momento la ficción para escribir sobre sí mismos
“Toda  narración,  incluso  aquella  que  pretende  imitar  la  vida,  es  una  ficción.  Un  artificio”.  Son  palabras  del  escritor  Marcos  Giralt  Torrente,  que  en  Tiempo  de  vida,  reconstruye  al  detalle  la  dolorosa  y  complicada  relación  que  mantuvo  con  su  padre  mientras  éste  vivió.
Se busque la justificación que se busque, lo cierto es que son numerosos los escritores que en algún momento de su carrera deciden aparcar la ficción para escribir sobre sí mismos: algunos mezclando hechos reales e imaginados; otros describiendo vivencias que se suponen verosímiles. En todo caso, la “literatura del yo”, como le han venido a llamar algunos críticos, ha dejado un montón de buenas obras que merece la pena leer.
Cuando en el año 2005 vio la luz Un pedigrí, su autor, el francés Patrick Modiano, justificó así estas páginas en las que narra, con extraña distancia, fragmentos de su propia vida. “Hablo de cosas dolorosas y de las que quiero liberarme de una vez por todas”. Liberarse. Puede que sea esa necesidad la que llevó a Miren Agur Meabe a escribir sobre sus dolores: los causados por el desamor, por la muerte de la madre o por la pérdida de la juventud. Sea lo que sea, no cabe duda de que Kristalezko begi bat, que la autora define como una “autoimitación”, ha agitado las aguas de la literatura en euskara. La escritora lekeitiarra se remite a las preguntas que J.M. Coetzee lanzó cuando publicó el autobiográfico Verano: “¿Y si todos somos creadores de ficciones? ¿Y si todos nos inventamos continuamente la historia de nuestra vida?”
La francesa Annie Ernaux es una de las que un buen día decidió abandonar la ficción para pasar a utilizar su propia vida como materia literaria. En Pura pasión describe su obsesión por un hombre al que desea hasta la locura; en La ocupación se mete de lleno en el tema de los celos; y en El acontecimiento cuenta la experiencia de su propio aborto. Todos ellos son libros que, gusten o no, no dejan indiferente.
Aunque en parámetros radicalmente diferentes, Enrique Vila-Matas también recurre muchas veces a la experiencia y a la memoria personal. Dietario voluble es el ejemplo más claro de toda su producción. Cercano al escritor catalán, los dos volúmenes de los Diarios del bilbaíno Iñaki Uriarte son otros títulos aparecidos en los últimos años que ningún lector amante de la “literatura del yo” debería perderse.
En un estilo más cercano a las memorias, Habíamos ganado la guerra sirvió a Esther Tusquets para narrar su infancia y primera juventud en el seno de una familia franquista de la burguesía catalana y, de paso, saldar cuentas con una madre que nunca la quiso. La infancia es también el punto de partida de El mundo, esa divertida novela con la que Juan José Millás ganó el Planeta y que da fé de sus múltiples obsesiones y paranoias.
Mariasun Landa, por su parte, quiso contarnos en La fiesta en la habitación de al lado ese fragmento de su juventud que le llevó, allá por 1968, a París en busca de independencia.
COMO  LOS  DOLORES  DE  PARTO
A  veces,  es  el  duelo  lo  que  lleva  a  un  escritor  a  hablar  de  sí  mismo.  Imma  Monsó  escribió  su  mejor  obra  rota  de  dolor  por  la  muerte  del  amor  de  su  vida.  Dentro  de  lo  dramático  del  tema,  Un  hombre  de  palabra  resulta,  además  de  conmovedora  y  auténtica,  hasta  divertida.  Como  también  lo  es  Quieto,  el  libro  en  el  que  Marius  Serra  describe  la  vida  junto  a  su  hijo  Llullu,  que  nació  con  una  grave  encefalopatía.  O  incluso  Ebrio  de  enfermedad,  los  textos  que  Anatole  Broyard,  crítico  y  director  del  New  York  Times  Book  Review,  empezó  a  escribir  cuando  le  diagnosticaron  cáncer  de  próstata  y  fi  nalizó  pocos  días  antes  de  su  muerte.
“Como los dolores de un parto” describe Héctor Abad Faciolince el proceso de escritura de en El olvido que seremos, donde cuenta la historia de su padre, un médico asesinado en Medellín tras dedicar su vida a la defensa de los derechos humanos. Es uno de los últimos grandes libros que nacieron a raíz de las experiencias desgarradoras que vivieron sus autores. Aunque este subgénero da para otro artículo, podemos citar dos de las más conocidas: la impresionante Si esto es un hombre (Primo Levi), obra cumbre de la literatura del Holocausto, y La noche quedó atrás, los recuerdos de un militante comunista perseguido tanto por Hitler como por Stalin. Y, aunque pasó mucho más desapercibida que las anteriores, hay que leer El juramento, la increíble experiencia del médico Khasann Vaiev en la guerra de Chechenia.
El periodismo también ha dado multitud de obras literarias protagonizadas por el propio autor: desde las grandes historias de Kapuściński hasta las Memorias líquidas, de Enric González, que tanto están dando que hablar en el gremio. Entre las aparecidas últimamente destaca Limonov, de Emmanuel Carrere, en la que el escritor y periodista francés describe su encuentro con un personaje de exagerada vida. Carrere lleva años contándonos su vida: En Una novela rusa mezcla su relación con una chica de clase “inferior” con sus viajes a Rusia en busca de las huellas de su abuelo. Y en El adversario nos habla de su investigación sobre el caso Jean-Claude Romand, el médico y alto cargo de la ONU que asesinó a su familia cuando se descubrió la falsedad de su vida.
Y cerca de la crónica periodista también se puede situar “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”, irónica descripción de la travesía que su autor, el norteamericano David Foster Wallace, realizó abordo de un yate de lujo.
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