Mil y un maneras de deslizarse por la nieve
Una fría noche del invierno de 1990 a Franck Petoud no se le ocurrió otra cosa que coger un cuadro de bicicleta y añadirle su tabla de snowboard partida en dos: acababa de inventar el snowscoot. Fue un paso más en la diversificación de los deportes de invierno.
Desde hace milenios el hombre se las ha ingeniado para progresar por la nieve. La necesidad de transitar sin hundirse en el blanco elemento fue el acicate para la invención de las raquetas, piezas ovaladas de madera y fibras naturales que cumplían perfectamente su función. Más adelante fueron los esquís, también de madera, que permitían cómodos desplazamientos por los amplios espacios de los países nórdicos. De ahí a las competiciones y al ocio sólo hay un paso en el que la evolución del material y de las ideas más alocadas nos ha llevado a un sinfín de modalidades deportivas donde la velocidad acostumbra a ser el denominador común. Mil y un inventos para deslizarse cuesta abajo y sortear obstáculos con los artilugios más raros.
Pero que nadie piense que estos deportes no son aptos para todos los públicos. Todo depende de cómo se lo plantee uno. Pongamos por caso dos de las actividades más antiguas, el esquí de travesía y las raquetas. El esquí de travesía consiste en el ascenso de una montaña con esquís a los que se les pega por la parte inferior unas pieles de foca (sintéticas). Esas piezas, con los pelos dirigidos hacia abajo, hacia la cola del esquí, permiten el deslizamiento hacia arriba pero frenan el retroceso. El descenso se realiza sin pieles, como lo haríamos en una pista de esquí. Es realmente un placer realizar un paseo con esquís por el bosque con la nieve recién caída, justo cuando empieza a salir el sol, disfrutando del silencio que proporciona el manto blanco y de los reflejos de la luz en los pequeños cristales. Y es una actividad al alcance de todo el mundo, eso sí, siempre con unas mínimas nociones de técnica de ascenso, descenso y aspectos de seguridad. De la misma manera se puede realizar el mismo paseo con raquetas, algunos organizados en la mayoría de las estaciones de esquí.
No tan accesible resulta el esquí extremo. El esquiador (o snowboarder) y alpinista experimentado se lanza por pendientes de hasta 60º sorteando rocas y precipicios. Y a menudo ha tenido que ascender por rutas alpinas de dificultad. Para muestra un botón: en agosto de 2007 los austríacos Axel Naglich y Peter Ressmann descendieron los 5.489 metros de desnivel del Mount St. Elias, en Alaska, desde su cima hasta el mar. Para ello emplearon 11 días en subir a la cima y 3 en bajar, superando inclinaciones de hasta 60º.
Pero últimamente prima más el descenso, el llamado freeride, en las inmediaciones de las estaciones de esquí y a menudo apoyado en el ascenso por helicópteros. O el freestyle, con saltos y piruetas varias.
Hubo algún otro que fue todavía más allá, bajando por pendientes extremas atado a un pequeño parapente: así nació el speedflying. En esta modalidad se van sorteando paredes y barreras rocosas en vuelos más o menos cortos, alternados con momentos de deslizamiento sobre la nieve. Para los que prefieran tocar un poco más de tierra con los pies está el kiteski, donde una cometa de tracción, parecida a un parapente, nos impulsa por espacios amplios y de poca pendiente, deslizándonos con esquís o tabla de snowboard.
Volvamos al descenso, que es lo más fácil y lo que da más juego, y a la bicicleta. ¿A alguien se le ha ocurrido ir en bicicleta por la nieve? Con la pendiente adecuada, la nieve más o menos dura y unos neumáticos para circular en barro es una práctica fácil y divertida a la que se le va cogiendo confianza poco a poco. El mejor lugar para practicar son las estaciones de esquí, aunque hay que informarse previamente de la admisión de bicicletas, hecho que suele coincidir con la celebración de competiciones del llamado snowbike.
En fin, el caso es deslizarse por la nieve, ya sea cuesta abajo sentados en un plástico o en el último de los inventos. Como el catamarán polar, un trineo tirado por cometas con el que el equipo de Ramón Larramendi realizó una travesía de 4.500 kilómetros por las zonas más inaccesibles de la Antártida. Como ven, hay para todos los gustos.