La casa y la palabra

En la historia de la literatura, las casas han sido escenario y a veces protagonistas, de numerosas obras

La casa y la palabra “En cuanto empiezo a escribir ya no existe más que el trabajo. El entorno desaparece. Carece de importancia. El lugar en el que estoy es el cuaderno. El cuaderno es la habitación. Esto es la casa del cuaderno”. La frase es de Paul Auster pero puede hacerse extensible a la forma de trabajar de la mayoría de los escritores. Por eso resulta un delicioso contrasentido el hecho de que necesiten borrar su entorno, su casa, para poder construir otros entornos, otras casas. La literatura ha sido fértil en sus afanes arquitectónicos. Nos ha dejado edificios inolvidables, espacios cerrados por cuatro paredes, que han conseguido dejar que respiren, libres, la historias. El género de terror, por ejemplo, parece indisociable de sus escenarios, convertidos, a menudo, en un personaje más. Entre los muchos ejemplos que podríamos apuntar, puede destacarse La casa y el cerebro, una verdadera pieza de museo, recuperada recientemente por la editorial Impedimenta. Su autor es Edward Bulwer-Lytton, un político, poeta, novelista y crítico británico, nacido en Londres en 1803.  Lovecraft, ni más ni menos, saludó el libro como “uno de los mejores relatos de casas encantadas jamás escrito.” También resulta inolvidable la mansión que ideó Henry James para Otra vuelta de tuerca o el apartamento de Los crímenes de la calle de la Morgue, de Edgard Allan Poe. Más adscrita al misterio que al terror, se eleva la imponente casa de campo de los Winter, Manderley,  un elemento fundamental de la novela Rebeca y de la célebre adaptación cinematográfica que posteriormente realizó Alfred Hitchcock. Del mismo modo, también resulta complicado recordar a Sherlock Holmes sin que nuestro recuerdo nos lleve al apartamento 221B situado en Baker Street.

Algunas de las historias más románticas de la literatura fueron situadas en escenarios inolvidables. A duras penas podría pensarse en Orgullo y Prejucio sin la fastuosa Pemberley.  En Cumbres Borrascosas es la propia casa la que da título a la deliciosa novela de Emily Brontë. La hija de Robert Poste, que parodia precisamente aquel tipo de novela romántica practicado con maestría por Jane Austen, tiene en  la granja en la que se desarrolla la acción, Cold Confort, uno de sus grandes atractivos.

Revestidas de contemporaneidad aparecen las casas, los pisos, que aparecen en libros como Ez zen diruagatik, de Ana JakaAuzoak, de Urtzi Urrutikoetxea; Habitat, de Katixa AgirreKorapiloak, de Jasone Osoro; Entresuelo, de Daniel Gascón o La Intrusa, de Eric Fayé.

Pero las casas, además de resultar evocadoras y suponer un fantástico escenario, están, a menudo, en el origen mismo de la historia. El principio generador de Macondo fue la casa de Los Buendía. Las diferentes generaciones que protagonizan Cien años de soledad parten, de alguna manera, de ese emplazamiento. En Babilonia, de Joan Mari Irigoien, que refleja no solo la historia de una familia sino los avatares del siglo XIX, destaca el caserío que da título a la novela. Sin alejarnos de los entornos familiares, merece la pena reseñar que el  comienzo mismo de La casa de Bernarda Alba  alude también una habitación blanquísima. Lorca indica que hay muros gruesos. Puertas en arco con cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Es una casa asfixiante, donde aparentemente incluso el aire está detenido,  es una casa con cimientos de apariencia, y las mujeres, reprimidas, observan el mundo, a través de los visillos. De otra casa también dominada por las apariencias huye Nora, la protagonista de Casa de Muñecas, de Henrik Ibsen, cuando se da cuenta de la fragilidad y de la mentira sobre la que se sustenta si vida.

En la literatura, las casas han alcanzado a menudo un plano simbólico capaz de  condicionar la interpretación del relato. Para ilustrar este extremo, resulta elocuente el cuento Casa tomada de Julio Cortázar. Entre las lecturas de esa historia, hay quien vio a la Argentina tradicional, retrocediendo ante el avance del peronismo, aunque aparentemente no tenga nada que ver. Precisamente Cortázar es uno de los escritores favoritos de Uxue Alberdi, que en Dena ez dago gure esku, un cuento sobre  una pareja que asiste desconcertada a una escalonada invasión de moscas en el caserío en el que viven.

“La casa es el espacio donde ocurre la fábula, donde sucede la novela, el lugar de la acción y la pasión, del orden y las reglas”, decía el escrito chileno José Donoso. No fue el único que encontró en las casas  acomodo literario para tratar de explicarse el mundo. Las palabras, en sustitución de los ladrillos, han levantado edificios de relevancia histórica, abiertos veinticuatro horas, devueltos a la vida en el momento mismo en el que abrimos el libro que los guarda.

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