Almudena Grandes: “La resistencia contra el franquismo es la gran olvidada de los libros de texto”

Quien dijo que “segundas partes nunca fueron buenas” no había leído “El lector de Julio Verne”, la última novela de Almudena Grandes.

Es el segundo de los “Episodios de una guerra interminable”, que iniciara con “Inés y la alegría”, una gran novela que obtuvo gran éxito de crítica y ventas.  Si la primera era buena ésta es igual o mejor.

 

 

Otra vez la recuperación de la memoria: lógico en sus “Episodios”. Aunque necesario, ¿No le parece al menos ingrato que una escritora de ficción tenga que hablar de la verdad por encima de una versión oficial tan admitida?
Sí, eso es cierto. Creo que, a pesar de que la historia del siglo XX es uno de los temas que más ha interesado, y sigue interesando, a los escritores europeos de mi generación, en ningún país se produce un fenómeno semejante al que vivimos en España. Para ser justa, añadiré que no es responsabilidad en ningún caso de los historiadores españoles, que en los últimos años han producido libros muy importantes, que deberían haber bastado para modificar esa “versión oficial” a la que alude su pregunta, y que está sustentada por intereses espúreos, en la medida de que la memoria histórica está bloqueada por una defensa a ultranza de la perfección de la Transición, que a su vez involucra otros intereses… En ese sentido, los escritores actuamos a menudo como altavoces de investigadores cuyos trabajos merecerían una difusión mucho mayor. Es triste pero, al mismo tiempo, quizás la literatura logre fijar el interés de la sociedad española en la memoria de su propio país, y entonces todos saldremos ganando.

Sus protagonistas suelen ser mujeres, Inés incluida… hasta ahora. Nino es un niño muy maduro, algunas veces podría ser un hombre: al menos usted le hace plantearse y conjeturar muchas cosas y muy serias. El estudio del personaje es impecable, pero no es una mujer como en el resto de tus obras. ¿Le ha resultado difícil, raro?
Es verdad que, estadísticamente, en mis novelas ha habido más mujeres protagonistas que hombres, pero no es la primera vez que escribo desde una primera persona masculina. Lo hice en “El corazón helado” y en tres relatos de “Estaciones de paso” cuyos protagonistas eran, además, adolescentes, algunos casi niños. Pero nunca me he sentido peor, más incómoda o comprometida por el género de la voz narrativa desde la que escribo. Yo creo que los hombres y las mujeres somos mucho más parecidos de lo que se dice, y puedo elaborar un personaje masculino desde mi propia experiencia interior, y la experiencia exterior de haber estado siempre rodeada de hombres, con la misma naturalidad con la que puedo inventarme mujeres que no se me parecen. De hecho, siempre recuerdo “Los aires difíciles” porque Juan Olmedo, que es un hombre, se me parece mucho más por su carácter, por su temperamento y su manera de entender la vida, que Sara Gómez, que es una mujer.

Nino, sin embargo, es especial. Para mí, el reto de esta novela era su voz, la voz de un niño que cuenta el terror desde dentro y desde fuera, sin saber exactamente por qué pasan las cosas que integran su vida cotidiana, por qué le ha tocado vivir enormidades que ni siquiera es capaz de comprender, pero que le obligan a actuar, a comprometerse casi por instinto. Sólo pude lograrlo deslizando, aquí y allá, indicios que permitieran descubrir al lector que quien habla es un hombre adulto que se recuerda cuando era niño, tal y como se descubre en el epílogo. Ese equilibrio entre lo que sabe y lo que no, entre lo que supo a los nueve años y lo que muchos años después sabe que sabía, ha sido lo más difícil de esta novela. Pero con una niña me habría resultado igual de complicado.

Llaman la atención los motes en algunos de tus personajes: “fingenegocios”, “pesetilla” “carajita” “cuelloduro”, y muchos más. (Sabemos que lo explica al final del libro, en la “Nota de la autora”, pero no todos los lectores leen estas notas…) ¿Han llegado a ti como son o los has inventado?
Yo tengo muchos amigos de Jaén, y siempre he pensado que en ningún otro lugar tienen tanto ingenio, tanta gracia para poner motes. Y en Jaén, como en toda Andalucía, los motes son más eficaces para identificar a la gente que sus propios nombres. Además, los guerrilleros siempre usan nombres de guerra, destinados a esconder su verdadera identidad, y al consultar la bibliografía sobre la guerrilla andaluza, me dí cuenta de que en esta zona se parecían mucho a los motes tradicionales. Por eso pedí ayuda a algunos amigos que habían nacido o se habían criado en pueblos de Jaén, como Los Villares, Úbeda, Alcalá la Real, Villacarrillo… Y en un par de días tuve una lista de motes tan larga que me han sobrado las tres cuartas partes. Excluí de las consultas a mi amigo fuensanteño, Cristino Pérez, quien me contó la historia de la que surgió la novela, para que los habitantes de la auténtica Fuensanta de Martos no se identificaran erróneamente con personajes de ficción. Así, los motes son auténticos, pero no se corresponden con los personajes que los llevan, y que resultan, gracias a ellos, más reales, más verosímiles y consistentes.

 “Vivimos en el centro de una guerra que no se va a terminar nunca” lo dice una y otra vez el protagonista de la novela casi una década después de que oficialmente hubiera finalizado la guerra civil. ¿A su juicio se terminó ya aquella guerra definitivamente, o sigue habiendo bandos irreconciliables, esas “dos Españas” que mencionaba Machado?
En 1947 –y en 1948, y en 1949, y así hasta la extinción del franquismo- para muchos españoles, los que optaron por resistir a la dictadura, con las armas en la mano al principio, y con trabajo político después, la guerra no se había terminado, no terminó hasta que su país volvió a ser una democracia. Yo creo que, a partir de ese momento, ninguna persona honesta que viva aquí puede seguir hablando de “dos Españas”, ni de un país partido por la mitad, porque no es cierto. La convivencia entre personas de distintas ideologías no es más difícil ni más violenta aquí que en ningún otro pais europeo. Quienes afirman lo contrario persiguen sus propios fines.

Usted misma aclara que, junto con los ficticios, hay muchos personajes reales, así como sucesos y anécdotas. Otra vez la labor de documentación. ¿Cómo lo ha llevado a cabo? (Historias como las del profesor encarcelado por defender la teoría de la evolución parecen increíbles).
En realidad, al marido de doña Elena le encarcelan por ser ateo y defender en público su ateísmo. Encarcelados como él, hubo muchos. Otros no llegaron ni a la cárcel, pero más increíble resulta que la mujer de un guerrillero pasara nueve años y medio -¡nueve años y medio!- presa, sólo por declarar que el hijo que esperaba era de su marido y eso es verdad. No sólo aparece en los libros, también me lo ha contado su nieta.

En “El lector de Julio Verne”, quizás porque es una historia inspirada en una persona real, mi amigo Cristino, que se crió en la casa cuartel de Fuensanta de Martos sólo unos años después de la época en que se situa esta novela, abundan los testimonios de personas auténticas. Muchas de las historias que cuento aquí, la muerte del propio Cencerro, la historia del alcalde vitalicio de Valdepeñas de Jaén, la persecución que sufrieron las mujeres que hacían esparto o revendían huevos, provienen de testimonios orales de personas que me han contado las historias de sus familias. Aparte de eso, he podido manejar algunos libros, no muchos, desde luego, porque la guerrilla sigue siendo un tema poco estudiado, aunque el trabajo de Francisco Moreno Gómez, para las guerrillas del sur en general, y el de Luis Miguel Sánchez Tostado, para la guerrilla de Cencerro en particular, me han resultado fundamentales.

¿Cree que las generaciones más jóvenes vislumbran siquiera esta versión de la historia?
En la mayoría de los casos, es imposible que sea así, porque no se la ha contado nadie. La resistencia contra el franquismo es la gran olvidada de los libros de texto, un tema del que no se habla, y por tanto pervive la versión de los “bandoleros”, criminales comunes, que extendió la propaganda franquista.

Sin embargo es asombroso comprobar hasta qué punto sigue viva la leyenda de la guerrilla en algunas zonas de España, las que sufrieron una represión más feroz por aquella causa. En la Sierra Sur de Jaén todo el mundo sigue sabiendo quién era Cencerro, cómo era, dónde nació, dónde murió… También los jóvenes, aunque probablemente no sean capaces de integrar lo que saben en una versión paralela de la Historia que aprenden en los libros.

¿Existen datos sobre cuántas personas murieron en aquellos años por la conocida en el argot de la época como “ley de fugas”, es decir el tiro por la espalda a manos de la Guardia Civil?
Existen datos parciales, porque la guerrilla y su represión, como la represión de posguerra, ha sido estudiada hasta ahora de forma muy fragmentaria, en monografías bien documentadas y fiables, pero que no han sido integradas en ningún estudio a nivel nacional, al menos que yo sepa. Por eso, no me atrevo a aventurar una cifra para todo el territorio, pero, a modo de ejemplo, sí puedo decir que sólo en la provincia de Jaén, sólo entre 1947 y 1949, se le aplicó la ley de fugas a un centenar de personas identificadas y documentadas. A esta cifra habría que sumar los fusilados, los muertos en los asaltos a casas y cortijos, y los desaparecidos que nunca aparecieron, entre otros.

En “Inés y la alegría”, el primero de los Episodios y tu anterior libro había un trasfondo muy político, mucha consigna y doctrina. En este en cambio, de no ser la consigna cuartelera u oficial, apenas la hemos encontrado. Al final se menciona alguna cosa como “el error estratégico”. Es lógico teniendo en cuenta el entorno y los protagonistas, pero… ¿No se ha quedado con ganas de decir algo más?
No, porque no hacía falta. En “Inés…” era fundamental reconstruir la trama política para que se entendiera por qué una operación tan ambiciosa como una invasión militar había permanecido en el olvido durante décadas. Yo necesitaba explicar que aquel argumento no era mío, que no me lo había inventado, que sucedió en realidad, y por qué, y para qué, y cómo. En “El lector de Julio Verne” esto no era necesario. Cualquier lector de cualquier país entiende a la perfección lo que está sucediendo, una resistencia armada contra una dictadura y la represión que desata. Es un tema universal, y una reconstrucción minuciosa del contexto político no le habría añadido nada.

Otra vez una historia muy apropiada para saltar a la pantalla. ¿Le gustaría que “El lector de Julio Verne” llevara ese camino?
¡Uf! Me da tanta pereza pensar en eso, ahora que estoy escribiendo de nuevo el guión de “Inés y la alegría”, porque parece que al final sí vamos a poder hacerla… Volved a preguntármelo cuando estrenemos “Inés…”, si es que la estrenamos.

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