Arturo Pérez Reverte: “Quiero que el lector se pasee conmigo por 300 páginas de aventura y emoción”

Arturo Pérez-Reverte

Fotografía: Victoria Iglesias

Arturo Pérez Reverte (Cartagena, 1951) presenta Falcó (Alfaguara, 2016), una novela de espionaje ambientada en la convulsa Europa de los años 30. La protagoniza Lorenzo Falcó, un mercenario con clase, fascinante, amoral y mujeriego. Se trata de una historia con una trama sólida, en la que el glamour, la violencia, las luchas de poder y la intriga ocupan lugares importantes.

¿De dónde surge un personaje tan sinvergüenza y carismático como Falcó?

Cuando uno tiene 65 años, lleva 30 años escribiendo, y cuenta con una biografía más o menos densa, las cosas no surgen de pronto, evidentemente.  Se van acumulando, viajan con uno. Y un día, por razones diversas, toman forma de historia, de novela o de lo que sea.

En “El tango de la guardia vieja” (Alfaguara, 2012) había una historia de espionaje en la Costa Azul de los años 30, de personajes que tenían que ver con el fascismo, con la España republicana… Eso quedó ahí, y con el tiempo vi que había otras posibilidades y más terreno por explorar. Un día, viendo una película antigua, me encontré con la historia, detuve la novela en la que estaba trabajando y me puse a ello. La cuestión era hacer una novela de espías canónica, en el marco clásico del género, y darle un carácter distinto.

La idea fue crear un personaje completamente amoral, un bala perdida y un mujeriego que, al mismo tiempo, fuese lo bastante seductor como para que el lector lo acompañara durante las 300 páginas del libro. También lo he dotado de simpatía, carácter y demás.

Ha escogido la Guerra Civil española como escenario de la trama.

Es importante explicar que la novela no pretende explicar ni debatir, ni entrar en la polémica de la Guerra Civil. Es un libro de aventuras que, en realidad, transcurre en la convulsa Europa de los años 30, de la que España era una parte más. La II Guerra Mundial estaba a punto de empezar, la democracia se estaba yendo al diablo poquito a poco, estaban los fascismos, los comunismos… El escenario era el adecuado, ya que mi intención era dar con un marco en el cual el personaje se pudiera desarrollar con eficacia narrativa.

Además, siempre se ha intentado etiquetar la Guerra Civil en dos bandos: los buenos y los malos. Y,  precisamente, yo he querido crear un personaje transversal, un personaje lo suficientemente amoral como para lograr pasar completamente de la ideología de los bandos.

¿Habla del pasado para que podamos entender mejor el presente?

En otros libros he seguido la tendencia de utilizar la Historia como material. Pero esta vez no hay un afán didáctico. En la saga del Capitán Alatriste o en “Hombres Buenos” (Alfaguara, 2015), utilizo la historia como herramienta para entender el presente. Pero en otras novelas la utilizo como marco, como divertimento, herramienta, truco o pretexto narrativo.

Esta vez no quiero explicar nada, no quiero hacer entender nada, no quiero que nadie comprenda nada. Esta vez quiero que el lector se pasee conmigo por 300 páginas de aventuras y de emoción, que cada cual saque sus lecturas paralelas, sus lecturas profundas o sus conclusiones generales, yo ahí no me meto.

Se lo habrá pasado bien escribiéndola…

Sí, y se nota. Hay libros que son más duros o más complejos. No digo que este no lo sea, porque la aparente sencillez es muchas veces más difícil que lo complicado. “Hombres Buenos”, por ejemplo, requería un tratamiento intelectual mucho más agotador. Y eso me exigía unos esfuerzos muy intensos. Pero en “Falcó” el gozo ha sido continuo. Ha sido como jugar a los espías, a los agentes secretos, y pasármelo bien jugando. Ha sido como volver a leer esas novelas de aventuras que yo leía cuando era jovencito.

Yo soy lector de novelas de espionaje como de muchas otras novelas. He leído clásicos canónicos como John le Carré, Frederick Forsyth, Graham Greene o Ian Fleming. Pero esta vez no me ha valido, porque yo necesitaba el espionaje de los años 30, que requiere otro clima, otras costumbres, otra manera de actuar. Así, me fui a novelas de la época, a nombres como William Somerset Maugham, o Eric Clifford Ambler. También a novelas que nada tienen que ver con el espionaje pero que me permitían recuperar ambientes de la época. Hasta a un libro de Agatha Christie le he echado un vistazo. Y esto me ha ayudado a conformar el ambiente y el aroma de la historia. Yo quería que el lector se paseara por la época, que no la viera desde aquí, si no desde allí. Quería llevármelo de viaje, crear una especie de Ministerio del Viaje Virtual, y para eso hacían falta un sinfín de trucos nobles del oficio, de detalles técnicos de descripción que hiciesen que el lector se empapara de la época.

¿Habrá segunda parte?

Al principio iba a ser una única novela, sólo una. Pero a medida que iba progresando, hacia la mitad más o menos, me lo estaba pasando tan bien que me di cuenta de que se iba a terminar en el plazo de tres meses o cuatro, y me dije: “no, no quiero que se termine, quiero que dure más”.  Fui abriendo el final para que quedase abierto y poder seguir haciendo novelas. Y me alegro de haberlo hecho, porque la verdad es que me apetece. Segurísimo que haré una o dos más. Si el libro es un fracaso enorme, evidentemente no las haré, pero dudo que sea un fracaso enorme.

Partekatu albiste hau: Facebook Twitter Pinterest Google Plus StumbleUpon Reddit RSS Email

Erlazionatutako Albisteak

Utzi zure Iruzkina